Diario de León

Las misiones pedagógicas retornan a León

León fue una de las provincias a las que llegó el peregrinaje cultural y social de las Misiones Pedagógicas entre 1931 y 1936. Ahora revive su memoria y reivindica el poder transformador de la educación que movió aquella generosa empresa con

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ANA GAITERO | texto
León

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Las Misiones Pedagógicas retornan a León setenta y cinco años después de la primera expedición que atravesó la provincia con la cultura como evangelio y la impedimenta repleta de los adelantos de la época, como el cinematógrafo, el gramófono y el Museo Ambulante con copias de obras maestras de los fondos del Museo del Prado y la Academia de San Fernando cargadas en un camión. El valle de Valdeón fue el lugar elegido por los entusiastas «predicadores» para mostrar a los habitantes de Posada, Soto, Santa Marina de Valdeón y Caín las delicias de la cultura. Alejandro Casona, Salvador Ferrer, Santos Ovejero, José Ruiz Galán, Vicente Valls y Guillermo Barrallo fueron los misioneros de aquella primera excursión pedagógica a tierras leonesas, que se extendió del 9 al 15 de mayo de 1932. El Patronato de las Misiones Pedagógicas se había creado un año antes, tras la proclamación de la Segunda República, con la finalidad de fomentar la «cultura general, la orientación pedagógica de las escuelas y la educación ciudadana de las poblaciones rurales» y, otro objetivo muy presente en el espíritu de las misiones: «Que el pueblo participe del goce y las emociones estéticas» que proporciona la cultura, tal y como señala el decreto de creación del Patronato de Misiones Pedagógicas de 19 de mayo de 1932. Los pueblos leoneses más desfavorecidos recibieron, hasta febrero de 1936, cuatro misiones centralizadas en el Valle de Valdeón, Fornela, Canales y La Cabrera Baja y otras cinco delegadas en San Emiliano, Murias de Paredes y Valle Gordo, Valdueza, Campo de la Lomba y Valdesamario y Almanza. El Servicio de Música participó en expediciones a León, La Baña, Pombriego y Soto de Valdeón. El Servicio de Música, unas veces con coro y orquesta, y las más con las audiciones y las biografías de Mozart, Beethoven y Chopin, llegó a León, La Baña, Pombriego y Soto de Valdeón. Además, el Museo del Pueblo visitó con su exposición ambulante de reproducciones de Velázquez, Goya y otros grandes pintores los municipios de Ponferrada, Villafranca del Bierzo, Villablino, Astorga, La Bañeza, Valencia de Don Juan, Sahagún y Riaño. Más difícil de transportar y de ubicar que los libros y el cine, el museo circulante se desplazó a las cabeceras de partido y villas más pobladas. El museo era la guinda del pastel de cultura que las Misiones Pedagógicas ofrecieron a los pueblos más desheredados de España. Para Manuel Bartolomé Cossío, el fundador de las misiones, era un acto de justicia llevar el «lujo» de la pintura a estas gentes y el museo ambulante resultó entonces la manera más práctica de hacerlo. «No debe ser enteramente una locura que la obra justiciera de las Misiones quiera llevar a los pueblos campesinos, para el goce y enseñanza de que tanto disfrutan ya los cortesanos, unas modestas copias, al menos, de las mejores pinturas que como magnífico tesoro guarda la nación en sus museos», señalaba el mensaje escrito por el fundador y que los misioneros leían en la inauguración de cada una de las exposiciones para presentar el Museo del Pueblo. La que es considerada como «la realización más generosa de la segunda república», que movilizó a jóvenes estudiantes y docentes, regresa ahora León con la exposición Las Misiones Pedagógicas 1931-1936 . El recuerdo de aquella epopeya pedagógica llega a una provincia bien distinta de la que conocieron los misioneros, donde el analfabetismo alcanzaba a más del 30% de la población y a más del 40% en el caso de las mujeres. Si los habitantes de las aldeas quedaron cautivados ante las primeras imágenes en movimiento, los misioneros recibieron el impacto de la pobreza y del aislamiento en que vivían aquellas gentes. «Eran pueblos que estaban muy bien acondicionados para tener patatas, pero luego no podían venderlas porque era muy complicado sacarlas», recordaba no hace mucho Gonzalo Menéndez-Pidal, que acompañó con su cámara a las misiones, entre ellas, a la que recaló en julio de 1932 en La Cabrera. Uno de los documentos rescatados por la exposición atestigua la impresión que causó a la expedición la pobreza de la escuela de Ponjos. Los reportajes publicados por la revista Estampa, cuyos periodistas acompañaron a la misión de La Cabrera, sacaron a la luz las duras condiciones de vida de la comarca leonesa. «Contad en Madrid cómo vivimos, que lo sepa el Gobierno...», le dijeron a Alejandro Casona en una de las paradas. Las fotografías que se podrán ver en la exposición, muchas de ellas tomadas en la provincia de León, ilustran además el modo de vida, la indumentaria y la arquitectura tradicional, en cuyas tipologías destacan las casas de cubierta vegetal tan abundantes en la montaña leonesa, tanto en las comarcas orientales como occidentales del área montañosa. De la miseria a la despoblación La provincia del siglo XXI recibe a las misiones pedagógicas en una de sus mejores sedes: el recién estrenado Museo de León. Y aquellos pueblos sobreviven a duras penas a la despoblación del mundo rural. «Hoy en todos los pueblos hay luz, están las calles asfaltadas y la gente está bien alimentada, quizá lo preocupante es que en la sociedad se haya impuesto el consumismo sobre la idea de la educación como agente transformador de la sociedad que predicaban aquellas misiones», subraya Joaquín López-Contreras, presidente de la Fundación Sierra-Pambley. La fundación leonesa, vinculada desde su origen a la Institución Libre de Enseñanza, es la anfitriona de la muestra que organiza la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales en colaboración con la Residencia de Estudiantes y la Fundación Giner de los Ríos. No en vano, León fue uno de los destinos más frecuentados por las Misiones Pedagógicas que contaron entre sus «evangelistas» con inspectores de enseñanza y maestros locales. Rafael Álvarez García fue uno de los más destacados, junto al delegado del patronato Modesto Medina Bravo, Salvador Ferrer, Felisa de las Cuevas, José Ruiz Galán, Julián Sánchez y Luis Vega. Modesto Medina Bravo, natural de Villamanín, fue con Alejandro Casona el inspector que colaboró en más misiones durante aquella etapa esplendorosa a lo largo y ancho de todo el país. En León, Alejandro Casona, que ha pasado a la historia de la literatura como dramaturgo, también participó en las misiones leonesas, en Picos de Europa, La Cabrera y en Canales, el pueblo natal de su madre, Faustina Álvarez, la primera mujer que accedió a la inspección educativa en España. Como también es destacada la presencia de Herminio Almendros entre los misioneros debido a su vinculación con la Fundación Sierra-Pambley, al ser director de la Escuela Agrícola Mercantil de Villablino. Una vieja idea Las Misiones Pedagógicas eran una vieja idea de Francisco Giner de los Ríos, inspirada en un movimiento europeo de finales del siglo XIX, pero tuvo que pasar casi medio siglo para que tomara forma en España. Manuel Bartolomé Cossío fue su impulsor y presidente del patronato hasta su fallecimiento en 1935 y el asturiano Luis Álvarez Santullano, verdadero ejecutor del proyecto y redactor del decreto que creó el Patronato de Misiones Pedagógicas. El artículo tercero de este decreto establecía el triple objetivo de fomentar la cultura general, visitar el mayor número posible de escuelas rurales y urbanas y fomentar la educación ciudadana con reuniones públicas «donde se afirmen los principios democráticos que son postulados de los pueblos modernos». Para ello idearon varios instrumentos como de la creación de bibliotecas populares, fijas y circulantes (el antecedente del bibliobús actual) y la organización de lecturas y conferencias públicas con sesiones de cine, musicales y exposiciones reducidas de obras de arte a modo de museos circulantes. La visita a las escuelas tampoco era de trámite. Ofrecían cursillos de perfeccionamiento a grupos de maestros y maestras reunidos entre localidades vecinas, se daban lecciones prácticas de letras y ciencias a docentes y alumnado; exploraban la realidad natural y social de su entorno para mostrar a los maestros el modo de utilizarla con fines educativos. También fueron memorables las excursiones a lugares de interés histórico, geográfico o artístico. El envío de misiones no se realizó de inmediato. La primera se celebró en Ayllón (Segovia) en diciembre de 1931, medio año después de la creación del patronato. Aparte de reunir los materiales necesarios, Cossío quería que los misioneros conocieran muy bien su cometido y el modo como tenían que actuar porque de cómo fueran acogidos por las gentes dependía el éxito o fracaso de la misión. «Para ser misionero -decía- bastan dos cosas: sentirse atraído por las orientaciones en que la misión se inspira y tener algo para su ofertorio, y aspiración a conquistar la suficiente gracia para llegar con ella al ánimo de las gentes humildes». El respeto que tenía a las gentes del pueblo queda patente en las memorias de Ramón Gaya, autor de gran parte de las copias del Museo del Pueblo, sobre su paso por las misiones: «Procuren ustedes no ofender a la gente. Les van a enseñar ustedes cosas, pero no vayan en plan de presumir de ellas», cuenta el pintor citando palabras de Cossío. La educación por la emoción Otro valor que exigía el perfil de misionero es que tuviera un «germen de poesía», especialmente los más jóvenes» porquem de ese modo, la experiencia «les seduciría y les haría retornar» «con más riqueza de cuerpo y alma que la que han repartido». Una muchachada se enroló en la aventura durante aquellos cuatro años, guiada por los veteranos y veteranas, y pertrechada de artilugios (desde las cámaras de cine al teatro de fantoches) para facilitar «la educación por la emoción y el instinto» y el acceso a la cultura con más dosis de diversión que de pedantería. Se trataba de llevar a las gentes que habitaban en el medio rural «el aliento del progreso» y los medios de participar en él, «en sus estímulos morales y en los ejemplos del avance universal». Y lo hicieron a las puertas de la que sería una avalancha de transformaciones en el siglo XX que acabaría con el modo de vida de los pueblos. El cine, invento aún desconocido en todos aquellos pueblos, tuvo un gran protagonismo en las misiones. En La Baña se cuenta que, en el verano de 1932, se reunieron un millar de personas, muchas llegadas a pie desde los pueblos cercanos, para contemplar una proyección nocturna. Y frente a la pantalla, que no era otra cosa que una gran sábana blanca tendida sobre la pared, el público entero se convertía en niño, como se refleja en las caras de los cabreireses y cabreiresas que asistieron a la proyección retratadas por un jovencísimo Gonzalo Menéndez-Pidal. Más sorpresa causaron las proyecciones en aquellos pueblos donde los misioneros grabaron a sus gentes y luego proyectaron las imágenes o cuando les invitaban a escuchar grabaciones de música popular. Por una vez, el pueblo tenía conciencia de que sus cantares y melodías también formaban parte de ese vasto territorio de la cultura. Pero la herramienta más importante para los misioneros era la colaboración de los maestros y maestras de los pueblos en los que recalaban. De hecho, reconoce Eugenio Otero, «el magisterio fue el cuerpo docente que ofreció el mayor número de participantes». Se estima que se movilizaron, como alumnos o como misioneros, unos 150 maestros y maestras de los que ochenta asistieron a los cursos que organizaban en diferentes poblaciones españolas, doce fueron tanto alumnos como misioneros y otros ochenta sólo colaboraron como misioneros. «No conozco empresa alguna ni ningún tiempo más noble», escribió en 1956 Pablo A. Cobos, quien trabajó junto a Eduardo Torner en el Servicio de Música, a Alejandro Casona, exiliado entonces en Argentina. Y es las misiones terminaron al producirse el alzamiento de Franco contra la República, el 18 de julio de 1936. Un año después se crearían las Milicias de la Cultura en el territorio rojo, pero ya nada volvió a ser igual... Triste final La muerte y el exilio exterior e interior fue el destino de muchos de aquellos misioneros. El inspector leonés Rafael Álvarez fue fusilado por los fascistas el 18 de agosto de 1936 en Puente Castro. La misma suerte corrió Luis Vega; Salvador Ferrer logró exiliarse y dio conferencias sobre las Misiones Pedagógicas en Amsterdam y La Haya. La exposición, que se inicia con la actividad misionera, recorre la labor del servicio de bibliotecas, del museo del Pueblo, el servicio de cine, el coro y el teatro, el servicio de música y los títeres del Retablo de Fantoches, y culmina con la Guerra Civil y el exilio. La «cultura de la felicidad» que se buscaba divulgar desde las misiones, siempre huyendo del adoctrinamiento, se tornó en cultura del odio y del revanchismo. Las misiones fueron enterradas por el nuevo régimen. Ahora recuperan y reivindican la noble memoria de aquel soplo de cultura.

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