El guerrillero se paseó por Madrid tres veces durante el régimen franquista Murió asesinado en Bolivia hace 40 años cuando lo habían abandonado todos
|||| Ernesto Guevara, el «Che», que fue asesinado en Bolivia hace cuarenta años, estuvo en España en tres ocasiones tras el triunfo de la revolución, y el régimen de Franco, aunque era todavía férreo, permitió -y silenció- estas visitas con la única condición de que no contactara con la oposición. Siete años más tarde, el «Che» volvió a pasar por España, esta vez bajo una identidad falsa y con pasaporte uruguayo. En 1959 el régimen franquista ni siquiera se asomaba a la apertura de los 70, pero permitió que el revolucionario más famoso del mundo, el icono moderno de la lucha contra el poder, el mito de la izquierda del siglo XX, el «Che», se paseara por Madrid sin que ningún policía, los «grises», le tocara siquiera. Ese año el guerrillero argentino pisó suelo español dos veces. Y de ambas quedó constancia gráfica. La primera fue el 13 de junio, en una breve escala de camino a Egipto, sólo seis meses después de haber derrotado al dictador Fulgencio Batista en la Habana junto a Fidel Castro. Por supuesto, no hubo ningún recibimiento oficial para quien sólo un año después sería ministro de industria de Cuba, aunque los servicios secretos del Gobierno español no le perdieron de vista durante las horas que pasó en Madrid. El régimen franquista, que ese mismo año recibiría al general Dwight Eisenhower -cuya administración colaboró durante algún tiempo con la dictadura de Batista para evitar el triunfo del Ejército Rebelde liderado por Castro y el «Che»-, había autorizado su escala en Madrid a condición de que no tuviera contactos con la oposición. Vestido con el clásico uniforme del ejército cubano, tocado con la típica boina negra y con un enorme puro asomando entre sus barbas, así se paseaba el revolucionario por las calles de Madrid el 13 de junio de 1959, aunque seguramente muy pocos lo reconocieron. Esa visita la aprovechó para conocer, además, una plaza de toros, la de Vistalegre, para pasear por la ciudad universitaria, por la Plaza de Oriente y el Palacio Real, y para conocer algunos barrios de la capital. Ya en septiembre, a su vuelta de este viaje, con motivo de la Cumbre de Países no Alineados, el «Che» volvió a hacer escala en España y pernoctó en el hotel Suecia. Esa segunda visita dejó la imagen inusual del líder guerrillero apostado en la barrera de las Ventas, tocado con su inseparable boina y rodeado de su séquito militar disfrutando de una corrida de toros. En el tercero de los viajes fue Ramón Benítez y no Ernesto Guevara quien aterrizó en Barajas, pues en octubre de 1966 el revolucionario se escondía ya bajo una falsa identidad, y se había caracterizado con gafas y con el centro de la cabeza afeitado y desprovisto de pelo, según la fotocopia del falso pasaporte uruguayo que se encontró tras su muerte. En él se distinguen claramente los sellos de entrada y salida del aeropuerto de Barajas y el nombre que continuó utilizando después en su actividad guerrillera en Bolivia para su gran proyecto de insurrección en toda América Latina. Cuarenta y ocho años después de sus primeras visitas a España y cuatro décadas después que de fuera asesinado en Higueras (Bolivia), la figura del «Che» sigue viva en España. En los meses pasados, Steven Sohderberg ha estado rodando dos películas en las que Benicio del Toro encarna al guerrillero: «El argentino» y «Guerrilla», mientras que Barcelona organizará a finales de 2007 la exposición «Che», revolucionario e icono«. Por otra parte, la XXX Fiesta del Partido Comunista de España se cerró en septiembre con un coloquio sobre la figura del comandante, de quien hay un monumento en la ciudad madrileña de Leganés. La imagen del guerrillero inspiró un dibujo del pintor Sergio Fernánez, curioso por su técnica (estaba hecho con abono) y sus dimensiones (20 por 20 metros). Además, la editorial Debate publica este mes «Los últimos días del Che. Que el sueño era tan grande», de Juan Ignacio Siles, y el Partido Comunista de Madrid celebra el próximo día 11 un acto conmemorativo del asesinato del guerrillero. Y, como en el resto del mundo, la archifamosa imagen del «Che» que el fotógrafo Alberto Korda tomó en los funerales de las víctimas del sabotaje al barco La Couvre, en marzo de 1960, está estampada en carteles, camisetas, chapas, banderas y todo tipo de accesorios de la juventud española. |||| El «Che» Guevara fue capturado y asesinado hace 40 años en Bolivia porque lo abandonaron Cuba y los comunistas bolivianos, porque tenía a la URSS y EEUU en contra, porque estaba enfermo, hambriento y extraviado en una región agreste y despoblada, sin reclutas, comunicaciones ni provisiones. Y él lo sabía: su diario incluye numerosas alusiones al desastre. Días antes de rendirse, el 8 de octubre del 67, en una quebrada remota del país más pobre de Suramérica el «Che» resumió en dos líneas el fracaso de su odisea boliviana: «El Ejército está mostrando más efectividad en su acción y la masa campesina no nos ayuda en nada y se convierten en delatores». Aquel día 8, en la quebrada del Churo, a siete meses de comenzar los combates, «rangers» bolivianos guiados por agentes de la CIA emboscaron a lo que restaba de una guerrilla con la que el Ché anhelaba encender «un Vietnam, dos Vietnam, tres Vietnam». Tras morir varios compañeros y resultar él herido -con su arma inutilizada por un disparo- no tuvo más opción que rendirse, y gritó: «Soy el Che. No disparen más». El 9, cuando el sargento Mario Terán -que actuaba por orden del dictador René Barrientos- entró borracho en la escuela de la aldea de La Higuera donde el Che estaba recluido, el guerrillero le dijo: «Usted ha venido a matarme». Luego preguntó por compañeros apresados y, con voz de mando, ordenó a su verdugo: «Serénese y apunte bien. Va usted a matar a un hombre». Así lo relató Terán al entonces ministro del Interior, Antonio Arguedas, y agregó: «Cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre». «Recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y en el corazón. Ya estaba muerto», concluyó el sargento que ayudó a convertir una derrota patética en plataforma de lanzamiento de un mito mundial que desde entonces ha vendido millones de carteles y camisetas. Terán pertenecía a un ejército que perdió a manos de países vecinos la mitad del territorio que tuvo alguna vez Bolivia y que solo ganó una guerra, la del «Che», y porque entonces tuvo ayuda de militares y agentes estadounidenses. De una familia venida a menos A Ernesto Guevara de la Serna, nacido en 1928 en una familia argentina de abolengo venida a menos, descendiente del virrey español José de la Serna (último escollo de la independencia suramericana), querían eliminarlo las dos superpotencias de su época: la Unión Soviética y Estados Unidos. Algunos historiadores exculpan al líder cubano, Fidel Castro, de haberlo abandonado en Bolivia, incluso de mandarlo a sabiendas de que repetiría el fracaso del Congo, con el argumento de que fue obligado por sus padrinos soviéticos, a quienes no convenía la nueva aventura del «Che». El argentino Pacho O'Donnell, en su biografía de Guevara, lo resume: «Como descargo para Fidel, señalemos que la presión política de los soviéticos, de quienes dependía la subsistencia de su Gobierno, era muy grande». Los partidos pro-soviéticos de Latinoamérica, empezando por el boliviano, criticaron y sabotearon el proyecto del «Che». Terminó incomunicado con La Paz y La Habana, perdido en una zona donde los escasos lugareños eran propietarios de pequeñas parcelas y nada susceptibles a su prédica. Nueve días antes de morir escribió: «La tarea más importante es zafar y buscar zonas más propicias».