Diario de León

El búnker indestructible

Saint-Nazaire conserva la mole de cemento donde Hitler cobijó sus armas más letales

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IGNACIO BAZARRA | texto
León

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Saint-Nazaire tiene hoy 67.000 habitantes. El último día de la guerra, en 1945, en esta ciudad francesa donde el Loira se encuentra con el Atlántico sólo sesenta vecinos y 5.000 alemanes deambulaban por sus ruinas. Todo había quedado arrasado por las bombas aliadas. Todo, no. Ajena a los bombardeos siguió en pie -y sigue hoy- una inmensa mole de cemento, grande como un estadio de fútbol, que cobijó durante la guerra una de las armas más mortíferas de Adolf Hitler: la flota de los U-boot. La base de submarinos de Hitler es hoy, sesenta y dos años después de la liberación de Saint-Nazaire, el testimonio vivo -si se puede encontrar vida en miles de toneladas de hormigón- de un capítulo sangriento y decisivo de la mayor guerra de la historia: la Batalla del Atlántico. Cuando las tropas nazis desfilaron por los Campos Elíseos, la historia de Saint-Nazaire cambiaría para siempre. Hitler encontró en la costa atlántica francesa la base de operaciones ideal para evitar el suministro de armas y alimentos a Gran Bretaña, al acortar sensiblemente la travesía transatlántica de los submarinos, hasta entonces anclados en el mar del Norte. Tres mil quinientos barcos mercantes, según los historiadores, fueron hundidos en el océano, entre 1939 y 1945, cuando intentaban llegar a las costas inglesas desde América y África. Los torpedos lanzados desde los U-boot que partían de Saint-Nazaire y de los demás puertos del golfo de Vizcaya -Lorient, La Rochelle...- estuvieron a punto de estrangular a Winston Churchill y, por tanto, de hacer a Hitler el emperador de Europa. Las «manadas de lobos», formadas por decenas de submarinos nazis que atacaban juntos los convoyes aliados, descargaban su mortífera carga sobre los petroleros, mercantes y barcos de guerra que cruzaban el Atlántico. Alguno de los U-boot llegaría a pasearse por la bahía de Nueva York. En Saint-Nazaire, los vecinos obligados a trabajar para Alemania levantaron en 1941 el gigantesco búnker de 39.000 metros cuadrados en donde los submarinos serían reparados y armados y donde las tripulaciones encontrarían descanso, según recuerda el historiador local Charles Nichol, actualmente director de Comunicación del Ayuntamiento. El centro de operaciones de la poderosa flota estaba a pocos kilómetros, en el castillo de Kernével, a las afueras de Lorient, desde donde el legendario almirante Karl Doenitz dirigía sus sumergibles. El búnker, «imposible de destruir», añade Nichol, resistió durante cuatro años los ataques aliados, hasta el punto de que Saint-Nazaire fue la última ciudad liberada de Francia, y continúa hoy incólume para dar fe de la capacidad destructora del ser humano. Pero las catorce naves en las que descansaban los submarinos entre presa y presa, como el famoso U-552, el «Diablo Rojo» comandado por Erich Topp, están hoy vacías y las autoridades no pueden hacer otra cosa que mantenerlas como destino turístico de guerra, dado el altísimo coste que supondría su destrucción. En Saint-Nazaire ya casi no quedan supervivientes de aquello y sus descendientes prefieren mirar a los castillos ddel Loira que a las alambradas que aún hoy coronan el búnker.

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