Diario de León

«Protestan contra el modelo urbanístico»

Ana Isabel Blanco | Socióloga. Dice que el grafiti es analizado por dos ciencias, la del arte y la de las conductas desviadas. Un complejo mundo artístico de protesta

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CARMEN TAPIA | texto
León

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Sociología del arte o conducta desviada. Estas son las dos ciencias sociales que estudian el grafiti. «Creo que es importante hacer referencia a una distinción, que quizás no solemos tener en cuenta, y es la diferencia entre pintada y grafiti», aclara antes de empezar la entrevista la catedrática de Sociología de la Universidad de León, Ana Blanco, «el grafitero artista está dentro de un movimiento artístico que tiene la necesidad de expresarse sin palabras, a través de los colores y normalmente en lugares peligrosos, no accesibles al resto de los ciudadanos, que ellos consideran propios de la ciudad. Así lo reivindican para ellos», dice. Blanco sostiene que los pintores callejeros viven la ciudad como extraña, por eso los grafitis proliferan lejos de las zonas más céntricas. «Se ven muchos en las vías de los trenes, en los metros de las ciudades y en los lugares de tránsito, que no son recuperables para la vida ciudadana». Ésta es una de las reivindicaciones sociales del grafitero y para conseguirlo se hace notar a través del color. Pero las pintadas no tienen esa finalidad, por eso es importante hacer la distinción entre ambas formas de expresión. «La pintada pueden ser unas letras que comunican algo. El autor piensa en un interlocutor concreto cuando la realiza, es un mensaje para ser interpretado por otro interlocutor, aunque no sea de manera inmediata», dice esta socióloga que opina que la intencionalidad del grafiti, sin embargo, tiene un afán de permanencia y de recuperación de un espacio para ellos perdido. «¿qué pasa entonces?, que en muchas ocasiones se une el vandalismo al grafismo. La definición del vandalismo que en sí mismo es la destrucción de espacios urbanos, bien demoliéndolos o pintándolos. Los grafiteros dicen que esa no es su misión, lo que ocurre es que en ocasiones hay grupos que están dentro de estos movimientos que aprovechan la existencia de grafiteros para mezclarlos con otras subculturas de drogas o gustos musicales, que no tienen que ver, en principio, con el origen del grafiti». La distinción entre ambos conceptos ha llegado de la mano de las galerías y museos. En algunos casos se institucionaliza la existencia del grafiti y - como en el caso del Ayuntamiento de San Andrés- se les da a los artistas un espacio para que se expresen libremente- «En esto no están de acuerdo muchos de ellos», sostiene Ana Blanco, «porque pierden su grado de subversión y de capacidad contestataria para protestar por una sociedad que les aparta, quieren hacerse ver, quieren hacerse notar». Conductas agresivas Pero la sociedad no siempre acepta estas conductas porque no entiende que el espacio común sea invadido por estos sectores. «Los ciudadanos no protestas cuando hay un grafiti bonito, aunque sea inesperado, lo que no soporta son los destrozos, las basuras y las peleas», - dice esta socióloga-, «la sociedad rechaza el conflicto, no el grafiti en sí. El grafitero no quiere deteriorar el espacio, sino recuperarlo para sí, para hacerse ver como grupo, por eso suelen ser gente joven, acaban con la edad, como la mayoría de las conductas desviadas». Blanco insiste en que no hay que identificar todas las veces el grafiti con el vandalismo, «esto hay que explicarlo bien. La ciudad es vivida por todos ly no nos gusta que se deteriore, pero si hay una aportación artística que no sea vista como dañina, no generará ningún problema». Esta aportación artística del grafiti ya está reconocida por la sociedad como expresión ciudadana que pone en cuestión el uso que se da al suelo, «que pone en cuestión la necesidad de ciertos grupos sociales de conseguir que la calle sea suya, que puedan pasear. Todos estamos muy contentos de poder trasladarnos deprisa con los coches, pero es cierto que ese modelo urbanístico no nos permite pasear por las calles sin inhalar humo. El grafiti es una protesta contra el modelo urbanístico y económico. Es un movimiento de protesta que, como todas las conductas desviadas, se convierten en institucionalizadas, se les da un espacio previsto para que esa pintura funcione o se mete en un museo, se reconoce su valor artístico», asegura Ana Blanco. Este periodo de protesta acaba cuando se van cumpliendo años.

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