Diario de León

Bélgica: ¿quién me ha robado el mes de abril?

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JUAN OLIVER | bélgica MARÍA SIGNO | italia
León

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La vespa, en el garaje desde primavera L os veranos en Bélgica se parecen a veces a los de Galicia: los días de sol se cuentan con los dedos de las manos, la lluvia recomienda mantener la gabardina y las botas en el armario e incluso a veces, si el frío del mar se cuela hasta las ciudades, no es raro ver chimeneas y calefacciones encendidas desde septiembre. Sin embargo, desde hace no mucho tiempo, los belgas se han acostumbrado a que el verano aparezca en la estación en la que menos se lo espera. Este año, el verano belga cayó en abril, que registró las temperaturas más altas de los últimos lustros y permitió a los habitantes del país disfrutar de una primavera adelantada, calurosa y soleada, que volvió loco al reloj biológico de las plantas y llenó las ciudades de flores antes de tiempo. El suceso, claro, avivó el debate ciudadano sobre si es un fenómeno cíclico normal o si se trata del primer síntoma de que el clima del planeta está cambiando irreversiblemente. El año anterior, los belgas también discutieron sobre el mismo tema: en el 2006 hubo tornados, lluvias torrenciales, un otoño con temperaturas de verano y un invierno sin nieve. Fue el sexto año más caluroso de la historia, según puede verse en los registros del Real Instituto Meteorológico de Bélgica, que archiva desde 1883 todos los datos relacionados con el tiempo. Los meteorólogos explican que es normal que cada año haya un par de fenómenos anormales, pero en el 2006 detectaron demasiados: el julio más caluroso de la historia, el segundo agosto más lluvioso en 125 años, una primavera que se había adelantado al mes de febrero y un verano excepcionalmente tormentoso, prolongado al otoño con temperaturas de 13,6 grados en diciembre, cuando el termómetro no suele pasar de los 2 grados. Tampoco es normal que Bélgica, que tiene una superficie similar a la de Galicia, sufra tornados al estilo tejano. Pero el año pasado se registraron dos en la pequeña región agrícola de Hainaut, víctima además de una inusual sequía. En Bruselas, los jardineros municipales tuvieron que retrasar la poda en los parques porque a finales de noviembre los árboles todavía no habían mudado la hoja. Y los comercios tuvieron que saldar guantes, bufandas y plumíferos, porque era imposible venderlos al precio normal en un invierno tan templado. Los alpes sin nieve, venecia sin agua L os expertos afirman que los hijos de nuestros nietos no podrán esquiar en los Alpes. Sin una intervención sobre el efecto invernadero, en el 2050 los grandes glaciares del norte de Italia se habrán reducido en un 70%. Cada grado que aumenta la temperatura supone para un glaciar una pérdida media de 60 a 140 metros de su masa helada y las nevadas en la llamada cota cero grados serán cada vez más raras. En el tórrido verano del año 2003, en el que se habían registrado temperaturas extraordinariamente elevadas durante un largo período, el calor provocó la fusión de enormes masas de hielo, lo que produjo una importante alteración del paisaje. El IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), un órgano internacional que se ocupa de los cambios climáticos, ha publicado un informe en el que anuncia que para el 2100 la temperatura estival habrá aumentado entre uno y cinco grados con una disminución de las precipitaciones en torno al 20-30%. Investigadores suizos afirman que para que el aumento de las temperaturas tenga un impacto mínimo, las precipitaciones tendrían que aumentar en un 25% por cada grado. «Si esto no ocurre, la región alpina de fin de siglo poseerá tan solo una pequeña cantidad de glaciares, si no se llega incluso a una desaparición total» afirma el glaciólogo Michel Zemp del departamento de Geografía de la Universidad de Zúrich.

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