Diario de León
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«Esta película ya la hemos visto», comentaron resabiados dirigentes populares cuando Ruiz-Gallardón proclamó su deseo de abandonar la política para, en cuestión de horas, rectificar tan drástica decisión. No fue un gesto muy original porque ya hizo otro tanto cuando era presidente de la Comunidad de Madrid y, en 2001, anunció que dejaría la política al término de su mandato. Eran las épocas difíciles en que vivía aislado y se sentía como «un verso suelto» dentro del poema del PP que dirigía José María Aznar con mano de hierro. Tampoco fue su primer drama el que protagonizó con Rajoy la semana pasada, a escasas semanas de los comicios. En vísperas de las elecciones generales de 1996, hizo algo parecido. No tenía nada claro que el triunfo de Aznar fuera inminente y, cual niño malcriado, se comportó de manera impertinente con sus mayores, revistiéndose de una pátina de progresía que puso furiosos a muchos de sus comilitones. Lo que más indignó en su partido fue el desprecio que demostraba al ignorar, a conciencia, la estrategia política del partido opositor, embarcado en una guerra sin cuartel contra socialistas y nacionalistas mientras él se dejaba ver con Felipe González y recibía con honores a Jordi Pujol. Como castigo, fue expulsado de la casa del padre y permaneció en el exilio político popular durante años hasta que Aznar le redimió de la pena a cambio de que aceptara ser candidato al Ayuntamiento de Madrid e incluyera a Ana Botella en su lista.

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