Diario de León

Portugal y León: una historia común de dos mil años

Quiso el destino y la historia que los leoneses mirásemos más hacia Occidente que hacia Oriente, y que los hermanos del otro lado de esa frontera que nunca acabó por separarnos también acostumbraran a ver en nuestro lado el otro extremo de un l

RAMIRO

RAMIRO

Publicado por
MARGARITA TORRES | texto
León

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Cuando se explica nuestra historia sobre el mapa, obligado siempre se perfilan tierras de lo que hoy es Portugal ligadas de una forma u otra a nosotros. Las guerras de conquista romanas sobre los astures englobaban no sólo León, Asturias, Zamora o un sector de Orense sino que también lamían parte de Tras-os-Montes. Minas de oro en las Médulas bercianas, o en la Cabrera, pero también en el noreste portugués, donde todavía pueden visitarse en Tresminas y en Campo do Jales, y conocer allí, de primera mano, cómo las mismas almas que pisaron nuestro suelo caminaron por el suyo. Si la Legión VII mantuvo su guarnición principal en León, tropas suyas o vinculadas a ella se acantonaron por esa mitad norte portuguesa que llega hasta el mar, dejando para los siglos su nombre asociado al frío mármol o la piedra labrada. Y cuando el Imperio romano se difuminó a lo largo de los siglos de la Antigüedad Tardía, a manos de Visigodos y Suevos, continuamos hermanados en esa provincia que cruzó el umbral del s. VIII brazo el nombre de Gallaecia , con cabecera en Braga, y que nos identificó a todos los hombres del noroeste de la vieja piel de toro. De hecho, cuando los musulmanes sometieron estas tierras, comenzaron a llamarnos yilliqíes , habitantes de la antigua Gallaecia, sinónimo directo, durante los siglos IX-XI de leoneses. Avanzó la Reconquista hasta alcanzar el Duero, desde Porto hasta su nacimiento en lo que hoy es Castilla. La corte se trasladó de Oviedo a León, la frontera se pobló de hombres bajo la autoridad de poderosos condes y, entre todos ellos, los del comitatus portucalense , germen del futuro Portugal, destacaron con fuerza propia en la aristocracia leonesa del momento, convirtiendo a sus mujeres en nuestras reinas, repoblando, en nombre de León los lugares arrebatados a los andalusíes. En aquel limes combatió siendo joven príncipe todavía Ramiro II el Grande, vencedor del califa Abd al-Rahman III en la célebre batalla de Simancas (939). Allí, en la tierra portucalense, dejó su recuerdo convertido en leyenda, como la de Miragaia , aún presente en los cantares y en el mito con fuerza propia. Y en Portugal perdió la vida otro de nuestros monarcas que también lo eran suyos: Alfonso V «el Noble», que falleció mientras cercaba Viseu en 1028, y cuya conquista definitiva para las armas leonesas acaeció hace precisamente ahora 950 años: en 1058. Una celebración que festejan por todo lo grande aunque aquí, como suele suceder con lo importante, pase desapercibido un año tras otro en el silencio del olvido. Lentamente se forjó entre los viejos condados de Porto y Coimbra el núcleo de una identidad diferenciada que estalla y mana a borbotones a finales del s. XI. La excusa, una mujer. Alfonso VI, el emperador que conquistó Toledo en 1085, al morir dejó dos hijas no bien avenidas: Urraca y Teresa. La primera, hija de reina, recibió en dote al desposar con un noble galo el condado de Galicia; la segunda, nacida de una amante de sangre berciana, fue agraciada con otro condado, Portugal, y la mano de un aristócrata francés llamado Enrique de Borgoña. Muerto el rey, la infanta Urraca fue coronada soberana de León y, desde entonces, ya fuera por una razón o por otra, su hermana comenzó a utilizar el título de rainha sobre las tierras que gobernaba. Ambas llevaron vidas muy semejantes: viudas jóvenes, madres de hijos con arrojo y fuerza singular, amantes de nobles llegados de Tierra Santa con heroica fama, las dos presas de un destino cuya dureza quedó plasmada en la muerte oscura de la leonesa y en el olvidado final de la segunda. Si Alfonso Raimúndez, hijo de Urraca, se alzó frente a su madre demandando su lugar en la historia de León, Alfonso Henríques, vástago de Teresa de Portugal, llegó a cruzar sus armas con las de su progenitora en la batalla de San Mamede en 1128, apartándola definitivamente de su camino hacia el poder condal y más tarde hacia el trono. La relación entre ambos primos fue más próxima que la que mantuvieron sus madres, si bien no exenta de algunos roces que no impidieron que Alfonso de Portugal asistiera en calidad de vasallo de Alfonso VII a la coronación imperial de éste en la ciudad de León, capital de sus territorios, en 1135. Ni que el segundo, en 1143, aceptara reconocer a su primo como primer monarca de Portugal, sin dejar por serlo de acatar las órdenes imperiales del leonés. En 1147 cayó Lisboa en sus manos, poco después otras tierras al sur del Tajo. El señorío de Alfonso crecía mientras León vivía su último siglo de gloria regia. Muerto Alfonso VII, el imperio se dividió en dos: para Sancho quedaron Castilla y Toledo, para Fernando León, Galicia, Asturias y la frontera que llamamos hoy Extremadura. León, el viejo León, de nuevo volvió sus ojos hacia Occidente y, desde allí, llegó una reina, Urraca, hija del gran Alfonso I de Portugal, madre del no menos insigne Alfonso IX de León, el hombre que, por primera vez en la historia de la Europa del Medioevo, permitió que la voz del pueblo fuera escuchada en unas Cortes allá por el año 1188. A pesar de la distancia política, la sangre continuaba hermanando ambos reinos. Y lo seguirá haciendo una y otra vez, hasta alcanzar el tránsito a la Modernidad de la mano de los Reyes Católicos. Ella, Isabel, hija de portuguesa y madre de reina de Portugal, expulsó a los judíos de todos sus territorios, incluido León. Caminaron éstos hacia la frontera de la libertad en las tierras donde muere el sol. Allí, en el noreste de Portugal, quedaron instalados los hebreos de raíz leonesa y cuya historia aún queda en los registros de la memoria de este pueblo y aún en la tierra en la que descansan sus restos. León y Portugal, padre e hijo aventajado, han sabido superar siglos de avatares y enfrentamientos. Un hermanamiento de almas que alcanza hasta nuestros días, forjando un sentir común que nos permite sentirnos arropados a ambos a uno y otro lado de una frontera que para nosotros nunca separó otras realidades que aquellas que los lejanos intereses políticos quisieron imponer a los miembros de una misma familia. Portugal siempre ha honrado a León. Baste visitar sus tierras. Ha llegado el momento en el que León honre a Portugal y corresponda a su señorío y cariño. Dos mil años de historia común avalan nuestra fuerza y razón.

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