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Miami huele a conspiración

Tras casi medio siglo esperando el día clave, después de que desembarcaran en ella, los exiliados de la revolución de Fidel Castro, en la actualidad 700.000 cubanos ven pasar la vida mientras esperan el momento de volver a la patria

JOHN WATSON

Publicado por
MERCEDES GALLEGO | texto
León

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El café es espeso y casi pastoso por el azúcar. En el aire flota un olor dulzón a habano, y de fondo reina el inconfundible parloteo cantarín de los cubanos. Podría ser La Habana, pero es Miami, casi medio siglo después de que desembarcaran en ella los exiliados de la revolución de Fidel Castro. Hoy, 700.000 cubanos ven pasar la vida por delante mientras esperan el momento de volver a la patria. Algunos todavía se preparan para desembarcar a tiros en sus playas. Entre ellos está Osiel González, quien con 15 años acompañase a los barbudos en Sierra Maestra, cuando se entrenaban para derrocar al dictador Fulgencio Batista. Lo hizo con tanto entusiasmo que se convirtió en el capitán más joven que tuvieran los hermanos Castro en su ejército, pero no pudo con los fusilamientos masivos que siguieron al triunfo de la revolución y el curso político que tomó el nuevo Gobierno. Por eso acabó refugiado durante dos años en la Embajada de Brasil, de donde sólo logró salir tras arduas negociaciones. «Dile a Osiel que mientras yo esté aquí abajo él seguirá allí arriba», cuenta que dijo entonces Fidel Castro al jefe de la legación. El comandante acabó por ceder para evitar un conflicto internacional. Más de doscientas personas de distinta índole política se hacinaban en sus salones y, cuando corrió la sangre, Brasil decidió acabar con el encierro por las buenas o por las malas. Para Osiel González es como si su guerra de guerrillas no hubiera terminado nunca. Admite, mirando de reojo la grabadora con desconfianza, haber participado en un intento fallido para asesinar a Fidel Castro en Ecuador, uno de los más de cinco que atribuye a su organización, Alfa 66, de la que es vicesecretario. «Como son derrotas no me gusta llevar la cuenta», aclara. A sus 66 años, ya no está para dar muchas carreras, pero aún no renuncia a participar en ese desembarco con el que ha soñado toda su vida. «No hace falta correr, sino atrincherarse y resistir -explica-. Si entras pegando tiros en zafarrancho de combate no importa que te vean. Total, ellos van a estar muy ocupados con lo que van a tener dentro». Cobrar justicia Los ojos azules, vidriosos por la edad, se clavan fijamente en el vacío. Lo tiene todo pensado. Está convencido de que tarde o temprano Raúl Castro sacará las tropas a la calle para reprimir al pueblo, «porque la única persona que tiene carisma en Cuba para mantener los hilos del poder es Fidel», aclara, y cuando eso suceda «el pueblo se tirará a la calle a cobrarse justicia -sentencia-. La Guerra Civil española será una novela rosa». Por supuesto, ellos harán lo posible por azuzar ese enfrentamiento. González advierte de que «se lo vamos a hacer un poquito más difícil a Raúl que a Fidel, porque vamos a meternos otra vez dentro de Cuba para incrementar las acciones de sabotajes y atentados». Cita, como objetivos, las comunicaciones, centros de abastecimiento, refinerías, fábricas... «Tratar de paralizar la economía dentro de Cuba y llevar al pueblo el mensaje de que el triunfo está cerca», resume. Tienen armas, barcos y avionetas, pero han tenido que prescindir de los explosivos, porque desde los atentados del 11-S el Gobierno de Estados Unidos aplica mano dura a ese tipo de materiales. Cuando llegue el momento, recurrirán a los propios arsenales cubanos, y así se ahorran el peligro de transportarlos. 22 años de cárcel A Ernesto Díaz, secretario general de la misma organización, que según él agrupa a más de 10.000 miembros dentro y fuera de la isla, la vida le ha enseñado a ser más realista, que no menos combativo. Una de sus infiltraciones en Cuba le costó veintidós años de cárcel. Su hijo menor tenía tres meses; el mayor, cinco años. Para cuando volvió en 1991, liberado gracias a la presión internacional, ya eran hombres. Asegura que el terrorismo le repugna, y promete que mientras él esté al frente de Alfa 66 no se llevarán a cabo actos que pongan en riesgo la vida de inocentes. Muchos en Miami han querido pensar que la tranquilidad con la que el pueblo cubano se tomó la transferencia de poder desaparecerá, pero Díaz augura que no se dará un levantamiento «de la noche a la mañana», sino que habrá que dejar correr algún tiempo. «Raúl Castro no tiene ni la inteligencia ni la ambición de su hermano para aferrarse al poder -puntualiza-. Carece del carisma necesario para mantener a un pueblo entre cadenas». Sus veintidós años de cárcel le han dado una capacidad de análisis de la que carecen sus compañeros. De esa tortuosa experiencia dice haber aprendido que hay muchos oficiales entre las Fuerzas Armadas y de Seguridad «sensibilizados» con su causa que serían capaces de ponerse del lado del pueblo cuando llegase el momento de un alzamiento. Y cuenta también con las conspiraciones internas dentro del Gobierno, donde ve demasiadas ambiciones «que no son buenas consejeras», advierte. Por eso, con la paciencia de quien se ha escrito una docena de libros en la cárcel y ha perdido en ella media vida, dice no tener prisa para que eso ocurra. «Hemos esperado cincuenta años, podemos esperar un poco más». Mendigar la libertad Lo que no está dispuesto es a aceptar ningún cambio desde dentro del sistema, como propone el disidente Oswaldo Payá, porque para él eso sería «mendigar la libertad, una humillación para el pueblo cubano». Quieren justicia para los crímenes cometidos, no venganzas personales, «porque conocemos por experiencia los excesos», pero rechaza firmemente la política de borrón y cuenta nueva que dio paso a la democracia en países como España, Argentina o Chile. Hasta que eso llegue, no hay motivo de celebración. Para él, en contra de lo que opinan otros de sus compañeros, que ven con buenos ojos la renuncia de Fidel Castro, no siente que todavía haya razón para el júbilo. Para él no ha habido transición, sólo sucesión. La alegría se puede esperar.