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El último gran mito de la izquierda revolucionaria

Fidel encarnó durante décadas la utopía de la izquierda. Con su marcha pone fin a la trayectoria más longeva de un dirigente comunista en Occidente después de medio siglo en el poder y tras escapar a seiscientos planes para asesinarle

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Publicado por
ANTONIO PANIAGUA | texto FIRMA | labor
León

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Fidel Castro, el enemigo acérrimo de Estados Unidos, era hasta esta semana el dirigente comunista más antiguo de Occidente. Impetuoso e infatigable, ha permanecido casi medio siglo en el poder, tiempo durante el que ha escapado a más de seiscientos planes para asesinarle y ha sobrevivido a nueve presidentes de EEUU. De encarnar el mito de la izquierda revolucionaria, Castro ha pasado a ser un hombre obsesionado en garantizar la supervivencia política de un régimen en crisis. Tirano para unos, héroe de oprimidos para otros, personifica la obstinación en plantar cara al vecino del norte. Este barbudo que se alzó en armas contra el régimen de Batista suponía un raro anacronismo para Washington, era el recordatorio permanente de que a apenas 144 kilómetros de sus playas un pequeño país comunista sobrevivía a la caída del muro de Berlín. Hijo del matrimonio formado por Lina Ruz y el inmigrante gallego Ángel Castro, que hizo fortuna a la sombra de las multinacionales norteamericanas, Fidel Castro encarnó durante décadas la utopía de la izquierda revolucionaria. Acaparaba en su persona todo el Estado cubano. No en vano, acumulaba los cargos de presidente de los consejos de Estado y de Ministros, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y primer secretario del Partido Comunista. La firmeza de su carácter se forjó en los colegios jesuitas. La vocación política y aventurera del joven Fidel se reveló pronto, cuando con tan sólo 22 años participó en la frustrada expedición que pretendía expulsar del poder al dictador dominicano Rafael Trujillo. Mafia y prostitución Con un grupo de jóvenes idealistas, abanderó la lucha contra el régimen de Fulgencio Batista, que convirtió a Cuba en un casino donde el dinero de la mafia y la prostitución corrían a espuertas. Su legendaria habilidad para convertir en éxitos los fracasos tiene un botón de muestra con el asalto al cuartel Moncada de Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953. Aunque la intentona no cuajó, los expertos fijan en esa fecha el comienzo de la revolución cubana. En el juicio por estos hechos, el líder rebelde pronunció la frase célebre de «la Historia me absolverá». Tras un breve periodo en la cárcel, de la que salió gracias a una amnistía, Castro se exilió en México, desde donde preparó una expedición para regresar a Cuba. A bordo del yate 'Granma', 82 hombres desembarcaron en la isla y unos pocos de ellos se adentraron en Sierra Maestra. Allí emprendieron la lucha guerrillera contra Batista, a quien lograron derrocar el 1 de enero de 1959. Una semana después, Fidel y Ernesto 'Che' Guevara se paseaban triunfantes por la calles de La Habana. Al principio, Castro se mostró al mundo como un líder guerrillero que preconizaba la justicia social sin abrazar el marxismo. Sin embargo, sus reformas y el programa de nacionalizaciones no sólo concitaron recelos en Washington, sino que también causaron un agujero en el bolsillo americano. No en balde, Estados Unidos perdió entre 1959 y 1960 bienes valorados en 5.100 millones de dólares. Su respuesta fue el embargo comercial, lo que abocó definitivamente a Cuba a caer en los brazos de la URSS. Guerra fría La isla era ya un escenario de la Guerra Fría cuando un grupo de exiliados, apoyados por la CIA, invadió Cuba en abril de 1961 en la Bahía de Cochinos. La operación patrocinada por EE UU resultó un fiasco y una derrota humillante para Washington. Al año siguiente, Castro puso al mundo al borde de una guerra nuclear al autorizar la construcción en suelo cubano de bases militares con capacidad para albergar misiles soviéticos. Durante treces días, John F. Kennedy y Nikita Krushchev mantuvieron a la comunidad internacional en vilo, hasta que la URSS dio su brazo a torcer y desistió de instalar armas nucleares en Cuba. Tras la desintegración del bloque socialista a comienzos de la década de 1990 y la conversión de la Unión Soviética al capitalismo, Fidel Castro se negó a desmontar el Estado socialista que había creado. El comandante en jefe llevó a la práctica su lema, «socialismo o muerte», y mantuvo a raya las voces que clamaban por una apertura. Sólo cuando el embargo y la crisis económica se hicieron más asfixiantes decidió relajar la doctrina oficial y permitir el ingreso de divisas procedentes del turismo. En los últimos tiempos, Hugo Chávez ayudó a sostener económicamente a un régimen en grave peligro de desmoronarse. Veteranía y misterio Con excepción de Isabel II, Castro era el mandatario más antiguo de Occidente. Es una de las imágenes que mejor representa el siglo XX. Pertenecía a una casta de dirigentes ya extinguida. El secretismo oficial contribuyó a forjar su leyenda. En sus desplazamientos al extranjero, sólo los muy próximos sabían con certeza dónde se alojaba. Gran conversador y noctámbulo impenitente, trabajaba hasta altas horas de la madrugada. Hasta bien cumplidos los setenta años solía ir armado para, como él mismo decía, «evitar sorpresas». Un halo de misterio rodea su vida privada. Casado en 1948 con Mirta Díaz-Balart, con quien tuvo un hijo, mantuvo una relación con Naty Revuelta, unión de la que nació Alina Fernández. Sin embargo, la mujer con la que más tiempo ha convivido es Dalia Soto del Valle, a quien conoció en 1961 durante una campaña de alfabetización. Con ella tuvo cinco hijos: Alexis, Alex, Alejandro, Antonio y Ángel. Pese a ser un buen orador, llegaba a agotar al auditorio con discursos interminables. Así, su alocución más larga duró siete horas y diez minutos, lo que constituye un récord en un dirigente político. A sus 81 años ha cambiado el uniforme militar verde olivo por un chándal con los colores de Cuba. Castro ha tenido que soportar diecinueve meses de convalecencia a consecuencia de una enfermedad intestinal antes de ceder a su hermano Raúl el poder. Para un hombre que acumuló tanto, debió de ser una decisión difícil. Ahora, vigilará su obra desde las páginas de Granma. Raúl Castro, el hombre que tiene el camino libre hacia el poder en Cuba tras la renuncia de su hermano Fidel, se ha dotado de una imagen renovada de firme partidario de la polémica y el cambio, imagen que ha sustituido a la del general enérgico y duro juez que mantuvo durante decenios. De 76 años, mediana estatura y hablar directo, Raúl ocupó durante 19 meses la presidencia provisional de Cuba desde que Fidel se la cedió el 31 de julio de 2006, por su deteriorado estado de salud. Nadie duda de que el domingo, al constituirse la recién elegida Asamblea Nacional (Parlamento) y el Consejo de Estado, Raúl será elegido presidente por un período de cinco años, en que debe acometer reformas dentro del socialismo. En la simbólica fiesta nacional del 26 de julio, convocó a reparar lo mal hecho y alentó a los cubanos a hablar de los problemas «con sinceridad y valentía», en un proceso de debate que ya dura más de dos meses. Su exhortación a la población a hablar «sin miedo de ninguna clase» y a los dirigentes para que aprendan a escuchar, desató la lengua de los cubanos, lo que supone un proceso «irreversible», según coinciden en calificar los expertos. Más de cinco millones de cubanos hicieron catarsis en los debates, pero «sin impugnar el sistema», dijo Raúl en una de sus contadas comparecencias. Pragmático, Raúl Castro pidió paciencia y realismo para solucionar los problemas, pues antes «hay que forjar consensos». En diciembre concitó la inquietud en sectores inmovilistas al afirmar que el sistema «tiene que democratizarse más» y que dentro del Partido Comunista de Cuba «es bueno que se tengan diferencias», aunque «no antagónicas». Defendió el sistema de partido único, pero advirtió: «Si somos un partido, tenemos que ser el más democrático que existe». Un revolucionario «Tampoco hay que engañarse, Raúl es ante todo un revolucionario», dijo un diplomático europeo, que descarta que Raúl propugne una transición al capitalismo. Con fuertes apoyos en el Partido Comunista y en las Fuerzas Armadas, pilar del régimen y que dirige desde 1959 como ministro, Raúl tiene, según los analistas, poder y legitimidad para ser la «figura de la transición»: encabezar los cambios y el traspaso de poderes a una nueva generación. En su libro «Después de Fidel», Brian Latell, ex analista de la CIA, opina que «para poder conservar el poder por un largo período tendría que cambiar esa imagen de 'Raúl el terrible' que Fidel le impuso con su consentimiento y que está tan arraigada en el pueblo». En junio sorprendió a los cubanos al aparecer en televisión cuando, junto a sus cuatro hijos (Débora, Mariela, Alejandro y Nilsa) y ocho nietos, depositó en el sepulcro la urna con las cenizas de su esposa Vilma Espín, la mujer de mayor rango político en Cuba, al lado de otro nicho con su propio nombre. Su hijo Alejandro es coronel del Ministerio del Interior y su mano derecha. Mariela, una reconocida sexóloga, defensora de los homosexuales. Su yerno, Luis Alberto Domínguez controla las finanzas de las Fuerzas Armadas y su nieto, el fornido Raúl Domínguez Castro, es su inseparable escolta. De andar resuelto, gestos enérgicos y claridad de discurso, Raúl goza de aparente buena salud, aunque reconoce el peso de la edad. Hace unos días, en el pabellón gallego de la Feria del Libro en La Habana, evocó a su padre Ángel, un emigrante de Galicia, y reconoció que desde que está al frente de Cuba, ya no tiene tiempo para leer.