Diario de León

En Cuba todo parece «atado y bien atado»

ALEJANDRO ERNESTO

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León

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Algunos diplomáticos residentes en La Habana evocan tras la renuncia de Fidel Castro -guardadas distancias y proporciones- el final de otros gobiernos de largo aliento, como el del español Francisco Franco, que juró que dejaba todo «atado y bien atado». Aclaran a renglón seguido, desde luego, que no son sistemas políticos similares, ni personajes comparables, sino situaciones que se producen a veces cuando un líder que ha estado mucho tiempo en el poder, aparte sus méritos y logros, tiene que dejarlo por imperativos biológicos. Rechazan esa visión representantes de otras naciones que citan casos en que un régimen prolongado sobrevivió al retiro de personajes de talla excepcional, como el Vietnamita Ho Chi Min y el coreano Kim Il Sung. Los medios informativos oficiales de Cuba, como en España hace tres décadas, destacan hoy promesas de lealtad y juramentos de fidelidad eterna. «Cada uno de nosotros actuará como un Comandante en Jefe», promete en primera plana del diario Juventud Rebelde, y agrega: «No le fallaremos». «A su arsenal de ideas acudiremos siempre», proclama en portada Granma, órgano del Comité Central del partido Comunista de Cuba, del que Castro es primer secretario. Pero en la calle las tempestades de la penuria de alimentos, vivienda, transporte y otros artículos y servicios arrecian con vientos huracanados y no se vislumbran soluciones gubernamentales capaces de aplacar tifones. En las entrañas del poder cubano sectores aperturistas buscan abrir válvulas de escape para que no estalle la olla de presión de un pueblo al que Castro ha exigido sacrificios por décadas. Pero sus sucesores, dijeron a Efe analistas, diplomáticos, intelectuales, corresponsales veteranos e incluso cubanos de a pie, pueden carecer de la capacidad de seducción y convencimiento y de la voluntad férrea del líder de la revolución. Según uno de esos «cubanólogos», hay batallas entre los aperturistas, liderados por el presidente interino, Raúl Castro, el más seguro sucesor, y los inmovilistas que no dejan entreabrir la más mínima rendija. Los inmovilistas argumentan, con sus palabras, que destapar cualquier espita es correr el riesgo de que se resquebraje todo el sistema, como no se puede abrir una ventana para que entre solo brisa cuando afuera aulla una tempestad, agregó el analista. Hay diferencias fundamentales, sin embargo, y son mucho más que matices, entre dos personajes que distan demasiado de ser semejantes, así como entre los dos procesos. La transición española empezó cuando murió en 1975 el «generalísimo por la gracia de Dios», mientras que aquí el comandante, aunque tan enfermo que no puede aparecer en público desde 2006, sigue vivo y, aparentemente, muy al tanto de todo lo que sucede. A los dirigentes cubanos les disgusta que la prensa extranjera hable de transición y todas las fuentes oficiales insisten en la continuidad. Parte de la resistencia al término es el llamado «Plan para la transición democrática en Cuba», impulsado por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que pretende democratizar a su estilo en Cuba, pero que para el gobierno de la isla es un intento de acabar con la revolución. Un diplomático europeo comentó que también produce temor el recuerdo de que la transición española resultó de una alianza de algunos aperturistas del régimen, incluido el rey Juan Carlos I, con la oposición antifranquista. El 4 de agosto pasado, en días de hermetismo sobre la evolución de la salud de Castro, los medios oficiales cubanos advirtieron que esa palabra no se aplica en la isla. «La mal llamada transición es una palabra que no forma parte del vocabulario de los cubanos de acá. Para nosotros, las noticias hoy hablan de trabajar más y mejor por cumplir el compromiso con Fidel», escribió entonces Granma.

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