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Viaje entre dos mundos por un mítico puente

De Caracas, ciudad increíble, llena de vida y siempre congestionada por los seis millones de coches que la circulan cada día en un perfecto caos, a una Colombia que lucha por ordenar un país castigado por oscuros intereses

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Publicado por
VÍCTOR GONZÁLEZ | texto
León

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El avión aterriza a las 17.00 horas en el aeropuerto Simón Bolívar de Caracas, horario local. Atrás quedan nueve horas de vuelo y un océano grande y azul, de esos que a veces hay que poner de por medio; objetivo una semana santa diferente, desconectar de las tensiones cotidianas y visitar uno de los regímenes políticos que más ruido hacen en el panorama internacional. Cuesta un poco acostumbrarse al sopor reinante en estas latitudes tropicales; pero lo primero que realmente sorprenderá al viajero es una avalancha de voces ofertando servicios varios, en busca de turistas frescos, y es que bajo el estricto control de divisa que ¿sufren? los venezolanos, el euro o el dólar se venden caros. Tras un arduo y obligatorio regateo, necesario en cualquier transacción a este lado del océano, el taxi parte para Caracas, inmergiéndose en el caos ordenado que impera en las carreteras Venezolanas. Caracas es una ciudad increíble de un número indeterminado de habitantes, está siempre congestionada por los seis millones de coches que la circulan, llena de vida y de posibilidades. Es también dos ciudades: un centro dinámico de negocios y de entrada a Suramérica y una ciudad peligrosa, lo dicen las estadísticas y cualquier ojo atento que atraviese el barrio de Catia, que da la bienvenida, al dejar atrás el parque nacional del Ávila, desde el aeropuerto. Una vez instalado en la tranquilidad del hotel, perfectamente equipado, a miles de kilómetros de distancia de las calles marginales, los principales diarios (Nacional, Universal, Tiempo¿) aportan un poco de luz sobre la situación reinante en el país, incitan a explorar, a conocer esta República Bolivariana más allá de los paraísos turísticos de la costa. El colombiano Juanes organiza un concierto por la Paz en la frontera venezolano-colombiana. Hay un largo camino a través de los llanos que luego sube hacia los Andes, entre Caracas y el puente internacional Simón Bolívar, quizás desaconsejable para el recién llegado, pero sumamente atractivo. Semana Santa es vacacional en Venezuela, «temporada», y todo está «full» para salir de la capital: aviones, Aeroexpresos Ejecutivo, ¿ En un lugar de tan marcadas diferencias, donde la clase media es casi inexistente, sólo queda partirse la pana en la Terminal de la Bandera, donde viaja el pueblo llano. En esta auténtica jungla organizada de comunicación oral, de verbo incansable como herramienta de trabajo, a 10.000 bolos bajo mano aparecen los billetes hacia Barinas, capital de los llanos, zona de ganaderos. De Barinas a San Cristóbal de Táchira, último núcleo Venezolano, la «Capital del cielo» según Richard, un tachireño de pura cepa encontrado en el camino, el transporte no es tan confortable. Richard baja la voz para explicar que a veces la guerrilla baja de las montañas a los ranchos, «vienen y se llevan gente: a uno, a dos, o a toda la familia». Es imposible entonces eludir esa psicosis que hace estas regiones inhóspitas a ser viajadas, regiones que tan bien tratan a los viajeros. Pero hoy es un día de fiesta. Los 36º que marca el termómetro a las 10 de la mañana no impiden que a lo largo del día una marea de gente se reúna por la paz en un descampado, por la integración de los países bolivarianos «¡Y del mundo entero!», grita una Cucuteña quemada por el sol tras la dura jornada de diversión, feliz, llena de emoción. Al final del concierto la consigna es cada uno para su lado, responde un soldado a nuestra demanda de cruzar el puente -«¡Pero es que somos españoles! y seguimos para Colombia»-. Ningún problema, pero hay que cruzar por debajo. En todo momento las fuerzas de ambos países, armados con ametralladoras, que velan por la seguridad del evento, ofrecen un trato exquisito a la concurrencia. En realidad parece mentira que sólo unos días atrás los tanques de Hugo Chávez estuvieran apostados en esta frontera, en un gesto casi infantil. La sensación respirada a lo largo de todo el trayecto se intensifica aquí, en esta Vía Santander que desciende hacia Cúcuta, que tan de cerca vive las tensiones entre ambos países. Las gentes corean mil consignas, consideran mediocre a su clase política; gentes trabajadoras, de gran vitalidad; no entienden porque su esfuerzo cotidiano nunca llega a buen puerto, porque corresponde a los artistas remediar las carencias del debate político de esta Gran Colombia que un día soñó El Libertador. El descenso hacia Cúcuta, primera ciudad colombiana de la frontera, es toda una odisea: los transportes están colapsados y toca caminar. El sentimiento de fraternidad es tan intenso, los gestos tan emotivos, que sólo queda agradecer a los autodenominados «siete cancilleres de la paz» su buen hacer. Siete, qué número tan simbólico, ¿planeado o puro azar? Shaquira es la gran ausente. No importa, infinito: ojalá está sensación permanezca en la región, en este punto de tensión internacional. Ya en territorio Colombiano, al día siguiente, camino de Bucaramanga, todo vuelve a la normalidad. El primer control del ejército nacional de Colombia está a unos 10 Km de Cúcuta. Unos chiquillos armados con ametralladoras piden a los viajeros amablemente descender de la «buseta» para ser registrados. En todo momento explican que esto es por nuestra propia seguridad; a la vez, facilitan panfletos con números de teléfono a los que llamar en caso de encontrar terroristas. Hay que reconocer el esfuerzo del gobierno Colombiano por hacer estas vías transitables. Una lucha por ganar terreno a la guerrilla, por ordenar un país castigado por oscuros intereses. La carretera sinuosa se encarama por las verdes montañas, de vegetación intensa. Los controles son innumerables, aquí la actividad de los grupos armados es más intensa. A lo largo de esta ruta de pequeños pueblecitos, que a 4.000 metros de altura cultivan la tierra y soportan temperaturas extremas para estas latitudes, escuchar un acento de procedencia tan lejana es inusual, «¡Son españoles!», le comenta una mesonera de mejillas sonrojadas a su mamá, poco acostumbrada a procedencia tan extraña y familiar al mismo tiempo. La llegada a Bucaramanga es una agradable sorpresa. Esta ciudad a medio camino entre Bogotá y el caribe, conocida como la ciudad bonita o la ciudad de los jardines, ordenada, agradable, sorprendentemente dinámica y bien planificada es un buen ejemplo de esta moderna Colombia que despierta. Claro está, como en todas las ciudades colombianas, hay zonas donde la vida no vale nada, esa vida que inunda las calles, zonas donde es mejor no adentrarse. El recorrido finaliza en Cartagena, agradable e importante centro turístico donde finalmente poder disfrutar de las playas caribeñas, como un turista más. La experiencia de esta ruta a través del interior de Venezuela y Colombia no tiene precio; ha sido un cúmulo de experiencias e intensas sensaciones, una corrección en el punto de vista (siempre desvirtuado en la distancia) que merece ser contado.