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Cooperantes: 1.400 ejemplos de solidaridad con nombres y apellidos

Son jóvenes, con un porcentaje similar de hombres y mujeres, con estudios univeristarios, que hacen el compromiso de dedicar los mejores años de su vida a los más desfavorecidos

EFE

Publicado por
CARLOS MÍNGUEZ | texto
León

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Son jóvenes y mayoritariamente con estudios universitarios -más del 90%-, casi el mismo porcentaje de hombres que de mujeres y comparten el compromiso de dedicar los mejores años de su vida a los más desfavorecidos. Son los cerca de 1.400 cooperantes españoles repartidos por el mundo. Hombres y mujeres, ejemplo de solidaridad y entrega desinteresada, que han hecho de la cooperación al desarrollo su forma de vida y su medio de trabajo. Profesionales de diferentes ámbitos -sanidad, educación, ingenierías...- que viven de cerca lo que es la pobreza más extrema, las tragedias y catástrofes más dolorosas o la violencia más inhumana. Pero no son «mártires ni quieren serlo, sino profesionales que unen su vocación a su trabajo», comentó recientemente Leire Pajín, secretaria de Estado de Cooperación Internacional. Son personas con un «compromiso social claro», afirma Ricardo Angora, miembro de la junta de gobierno de la Coordinadora de ONGD, vocal de Acción Humanitaria y con larga experiencia como cooperante. «Si no fuera así -añade- sería imposible llevar a cabo el trabajo, por las enormes dificultades en las que se desarrolla». El 51% realiza su labor humanitaria en el centro y sur del continente americano, el 28% en África, sobre todo en la región subsahariana, el 16% en Asia y el 3% en Oriente Medio. En total, más de 60 países. Experiencia enriquecedora Desde Yamena, capital de Chad, en el corazón de África, donde trabaja para Médicos sin Fronteras, Aurora Revuelta, una asturiana de 37 años, cinco de los cuales ha dedicado a la cooperación, habló de su experiencia, «tan enriquecedora» dice, y del deseo de seguir «hasta que dé el cuero, como dicen los argentinos». Aurora tuvo claro desde niña que quería estudiar medicina y trabajar en cooperación. «Veía en la tele las hambrunas de Etiopía, Biafra... y yo quería estar allí para ayudar a la gente», relata por teléfono. Antes de Chad, estuvo en el norte de Argentina, en los años más duros de la última crisis económica, en la República Democrática del Congo, en Kenia y en la República Centroafricana, y en todos esos lugares la experiencia fue «tan gratificante, personal y profesionalmente, que me enganchó. ¡He recibido tanto! Se han cumplido todas las expectativas». «Es duro -continúa- estar lejos de la familia, de los amigos, de las comodidades de la vida en España, pero compensa. Por lo menos, a mí me compensa. Hay momentos de cansancio, de flaqueza, sí, se trabajan muchas horas, a veces también es frustrante, pero el balance es positivo». Nunca pensó que se había equivocado en su decisión, «como les ocurre de hecho a otros compañeros», y nunca piensa en el dinero que podría ganar en España ejerciendo la medicina. En Chad cobra unos 1.200 euros mensuales -el sueldo medio de un cooperante no supera los 1.500-, pero tiene muy claro «que el dinero no lo es todo». «Aquí soy más feliz», dice, aunque ella también tiene que pagar una hipoteca en su Oviedo natal. «Aquí -apostilla- el nivel de consumismo no tiene nada que ver». Superar el miedo Habla de la seguridad, que las organizaciones humanitarias cuidan cada vez más, y afirma que los «riesgos son cada día más complejos», pero cree que no se puede «caer en la paranoia». «Me siento segura, aunque no sé si seré una inconsciente. Hay que aprender a superar el miedo y a no acostumbrarse a los tiros», comenta Aurora, que conoce personalmente a las dos cooperantes, la leonesa Mercedes y su compañera Pilar, secuestradas en Somalia a finales del año pasado y finalmente liberadas. Al igual que ella, Carlos Gutiérrez vive la cooperación como una vocación. En su caso con Cruz Roja, donde comenzó de voluntario. Hoy tiene 38 años y una larga experiencia en lugares como los campamentos de refugiados saharauis, en mitad del desierto argelino, Marruecos, Guinea Bissau, Sierra Leona o Perú, con motivo del terrible terremoto que asoló el país en agosto pasado. «Era abogado -relata- pero lo que hacía no me hacía feliz. Y quería serlo, personal y profesionalmente. Ayudar a los más necesitados me da alegría, satisfacción, me hace sentirme mejor. Por eso decidí hacer de esto mi trabajo, aunque al principio fue duro, difícil. Cuanto más se conoce el mundo de la cooperación más gusta». Querer sentir y «hacer cosas por gente que ni conoces y sufre grandes calamidades» son las dos razones principales, opina, que mueven a quienes deciden dedicarse a tan duro trabajo. Unos durante cuatro o cinco años, como suele ocurrir, y otros, como él, para siempre. «Hay también quien quiere conocer otras gentes y culturas. En cualquier caso, es muy gratificante comprobar en directo que tu trabajo es superprovechoso», destaca. Tirar la toalla Aunque ha visto mucho dolor, mucho sufrimiento a su alrededor, «nunca pensé en tirar la toalla. Al contrario, te hace más fuerte. Es duro comprobar que hay situaciones que no puedes cambiar, pero esta vida es maravillosa, aunque sea un granito de arena en una playa inmensa», dice. Todavía es pronto para analizar los resultados de la entrada en vigor, en la primavera de 2006, del Estatuto de los Cooperantes, una de las poquísimas leyes aprobadas por unanimidad en las Cortes en la última legislatura, pero tanto Aurora como Carlos lo califican de «muy positivo». El Estatuto profesionaliza el sector -en el buen sentido del término- y significa un marco de protección social, laboral y fiscal para unos hombres y mujeres que comparten también «un punto de locura», como dice Carlos Gutiérrez. «No sé si cambiaremos el mundo, pero mientras tanto ayudamos a quien más lo necesita. Estar con ellos deja huella». De «paso decisivo» califica Ricardo Angora, de la Coordinadora de ONG de Desarrollo, que agrupa a más de 400 organizaciones, el Estatuto. «Es pronto para analizar resultados, pero estamos convencidos de que tendrá un impacto positivo», recalca. Una «asignatura pendiente», afirma Leire Pajín, que «teníamos desde hacía ya demasiado tiempo con un colectivo que realiza una labor encomiable, callada, desde el convencimiento de que un mundo más justo es posible».