Diario de León

Mingote y Sánchez Ron ahondan en el saber científico El éxodo de los investigadores Ruiz Zafón compara su nueva novela con un beso

El veterano dibujante y el historiador científico aúnan su maestría en el libro «¡Viva la Ciencia!» para acercar este mundo a menores y adultos

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RAFAEL HERRERO | texto NATALIA ARAGUÁS | texto
León

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José Manuel Sánchez Ron se dirige a Antonio Mingote como maestro, y este último, como réplica amistosa y de reconocimiento, le distingue como sabio. Maestría y sabiduría se han aliado en esta ocasión para ahondar con sencillez, no exenta de profundidad, en el saber científico y sus hitos más destacados en la historia de la humanidad. El veterano dibujante y el historiador científico han aunado sus respectivos magisterios para alumbrar el bello libro «¡Viva la Ciencia!» (Crítica), con el que pretenden acercar este maravilloso mundo a menores y adultos, iniciados o no en la materia. Amigos y compañeros en la Real Academia Española, a Sánchez Ron se le ocurrió proponer a Mingote escribir juntos un libro -«palabras y dibujos, un libro dentro de otro libro» que sirviera de introducción a la ciencia «a cuantas más personas mejor». «Le propuse que dejáramos un legado que fomentara el interés de los ciudadanos por la ciencia», subraya el catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid. La respuesta del insigne ilustrador y caricaturista fue auténtica, positiva y rotunda: «Claro que sí, es un honor». Y se pusieron a ello. «El dibujo y el texto están bastante compenetrados, más que nada porque el maestro las cazaba al vuelo», subraya Ron, quien cree que han parido una obra «muy singular en el mundo del ensayo y la divulgación científica». «Contiene -dice una visión laica del mundo; tiene humor, pero también un sentimiento agridulce sobre la realidad». Los 40 principales de la Ciencia El aliento de las matemáticas, el influjo de la astronomía, el avance de la medicina, el futuro de la ciencia y las grandes incógnitas de cara al futuro -«¿lograremos ser inmortales?, ¿cómo afectará internet a nuestras vidas?» conviven en armonía en un libro accesible, divertido y sencillo que pretende relegar al olvido que la ciencia es un arcano sólo al alcance de unos pocos. Mingote, maestro de dibujantes, admite satisfecho que aceptó el encargo por amistad y admiración, «pero luego me deslumbró». Su ingenio y habilidad como dibujante quedan impresos en cerca de 50 ilustraciones a todo color, que hacen una simbiosis perfecta con el texto de Sánchez Ron. Entre ellas, una que destaca sobremanera: un desplegable con los más importantes científicos de la historia -denominados en la obra como «Los 40 principales de la Ciencia»-, en los que se colaron también dos okupas, en palabras del veterano dibujante: él mismo y su compañero de fatigas en la redacción del libro. Conviven junto a las grandes personalidades señeras de los hitos científicos: desde Leibniz, Darwin y Arquímedes hasta Aristóteles, Pitágoras, Newton y Einstein, pasando por Descartes, Pasteur y Cajal, así hasta culminar la cuarentena mágica de ilustres. Y es que la historia de la ciencia, enfatiza Mingote, «es un libro de aventuras de tipos extraordinarios y fantásticos, con sus fracasos y sus éxitos. El libro no acaba ni bien ni mal. Sigue...» como la vida misma. ¿Cuál fue el primer hito científico y la primera persona que lo protagonizó? Sánchez Ron habla del hombre de hace 30.000 ó 40.000 años que comenzó a contar haciendo muescas en los huesos. O lo que es lo mismo, «el nacimiento de las Matemáticas». «El primer contable», precisa el dibujante, quien afirma que el primer científico es aquél que se preguntó «por qué está pasando esto e intentó averiguarlo». Dignidad y libertad El libro, revela el historiador científico, nació con la intención de dirigirse a los niños, «pero cobró vida propia» y concluyó siendo «algo más que un libro de divulgación científica», por lo que se amplió la panoplia de hipotéticos destinatarios. A juicio de Sánchez Ron, la ciencia «nos ha liberado de muchos mitos y supersticiones. Es el mejor instrumento de la historia de la humanidad para liberarnos de los miedos. Mi esperanza es que seamos más libres a través de la ciencia, para que la gente se vea menos atenazada por prejuicios y supersticiones. La ciencia da dignidad, no necesariamente alegría o felicidad». En el desarrollo de su labor, Mingote disfrutó «con la misma afición y dedicación. Quizá tuve alguna dificultad con algún personaje que me era más desconocido. El proceso que más me divirtió fue el de las diferencias entre Ptolomeo y Copérnico». La anécdota más destacada la vivió a la hora de dibujar los protagonistas del desplegable. «Me salían 39, no 40, y me costó trabajo saber quién faltaba. Hasta que supe que era Madame Curie, la única mujer que figura entre los 40 principales. Y eso que soy feminista». Le preguntan por enésima vez en su dilatada carrera profesional qué es el humor. Y Mingote se resiste a definirlo. «Lo menos humorístico que hay es definirlo», indica. Pero, tras una breve reflexión, irrumpe: «Es el producto de la evolución humana, algo así ...». José Manuel Sánchez Ron cree que una gran parte de los científicos jóvenes españoles «están considerando tomar el camino de salida» de España, un problema que, arguye, «tiene difícil solución». El porqué de este éxodo lo encuentra el miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en que la demanda del ámbito privado y de la industria de científicos e investigadores no es suficiente para cubrir la mano de obra científica disponible. Admite Ron que la situación de la ciencia en España ha mejorado mucho en las últimas tres décadas, e incluso se ha tomado conciencia de que se trata de un «asunto de Estado». Ahora bien, duda de que haya disminuido «la distancia relativa que nos separa de los países más avanzados», aunque en algunos campos concretas haya ocurrido así. «El gran problema -apuntó es que una o dos generaciones de científicos jóvenes no tienen oportunidades o la estabilidad suficiente» para dedicarse a su profesión en España. «Les estamos malgastando», concluye. El próximo 17 de abril saldrá al mercado la nueva novela de Carlos Ruiz Zafón, El juego del ángel , que forma parte de la tetralogía de La sombra del viento . Se lanzará un millón de ejemplares en más de cincuenta países. «Es como un beso», comparó Ruiz Zafón en sus primeras declaraciones sobre la obra, recogidas por la editorial Planeta en un comunicado. «No se puede, ni se debe, explicar a priori». «Los libros se descubren leyendo, disfrutando de la experiencia literaria, no en resúmenes de dos líneas«, advirtió el novelista sobre una obra que sumerge al lector en la Barcelona de los años veinte y funciona como una precuela de La sombra del viento en la medida que se remonta a los inicios vitales de personajes ya presentados en el libro anterior. Se repiten también escenarios, como el cementerio de los libros olvidados, en el barcelonés barrio del Raval. «La ciudad es un pretexto, un personaje más, y el novelista la recrea de pies a cabeza para explicar su historia», opina Zafón. Pese a las líneas de conexión con su bestseller anterior, el escritor advierte que El juego del ángel es »una novela con argumento independiente« al de La sombra del viento , con su propia historia y su propio mundo», aunque los lectores de la primera puedan encontrar «muchos elementos que podrán conectar y que creo añaden un nivel adicional de disfrute e intensidad a la lectura». Un proceso que puede darse a la inversa, ya que aquellos que se estrenen con El juego del ángel probablemente «se sientan tentados de adentrarse» en su predecesora. Éxito abrumador El escritor barcelonés se ha dado un respiro de siete años para volver a publicar tras el abrumador éxito de La sombra del viento , una novela de la que se han vendido diez millones de ejemplares en 50 países. «Lo más difícil, en estas circunstancias, ha sido encontrar el tiempo y la concentración necesaria para poder escribir». Asegura no tener una rutina preestablecida a la hora de sentarse al ordenador. «El ritmo de trabajo lo marca el momento en que me encuentro en la escritura», sostiene. «Al principio escribo dos o tres horas al día y dedico muchas más a pensar en el libro, en la estructura y en los elementos a emplear. A medida que avanza el proceso trabajo sobre el terreno, más horas, normalmente de noche, y empiezo a reescribir y reconstruir sobre la marcha». No obstante, cuando está por el final es capaz de escribir y reescribir casi 12 horas al día o incluso más.

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