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Colonos pescadores al borde del desierto: los otros cayucos

En Mauritania, entre el desierto y el océano Atlántico los pescadores de Legweichich intentan prosperar con sus piraguas en la misma costa ante la que naufragan cientos de subsaharianos en su viaje a las islas Canarias

Publicado por
JAVIER ALONSO MARTÍNEZ | texto
León

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La incipiente comunidad de pescadores de este lugar, sobre la arena y a unos cien kilómetros al sur de Nuakchot, formada por 180 personas -capitanes, marineros, mujeres y niños- pretende arrancar de un mar sobreexplotado un beneficio que les permita vivir. Con 40 piraguas de plástico y madera, 41 casas que este año se convertirán en 66, escuela, guardería, tienda de abastos y sala de televisión, los colonos de Legweichich -todos procedentes de la capital- personifican la alternativa a la emigración que navega, paralela, ante el punto kilométrico 94, casi única referencia geográfica de este lugar en la playa. La cooperativa, alejada de cualquiera de los servicios necesarios para la pesca artesanal -y el recurso pesquero es de lo poco que puede dar dinero en este país- intenta desde agosto de 2006 y con apoyo de la Cooperación Española sacar del Océano suficiente para mantenerse con la comercialización de lo pescado. Dorada rosa, lenguado, thiof y sepia son las especies de la zona, con sobreexplotación constatada por datos científicos que impide, junto con otros factores como el mal tiempo varios meses al año, alcanzar la rentabilidad mínima anual, el equivalente a unos 400.000 euros. En 2007 los colonos de Legweichich sólo pescaron por un valor de mercado de algo más 200.000 euros y aún no han alcanzado la media mínima de 15 días de faena por mes que les aproximaría a la rentabilidad, dificultada por las duras condiciones de salida a la mar y la irregularidad en el suministro de energía y hielo, reconocen los responsables del proyecto. «Estamos en una zona desértica y la comunidad que hay actualmente se compone realmente de colonos que van a habitar un lugar que no ha sido habitado nunca, sin ningún tipo de servicio», explica Francisco Javier Zamarro, responsable del programa Nauta en la Oficina Técnica de Cooperación española en Nuakchot. «Las alternativas al trabajo de las personas que están aquí son muy limitadas y esto hace que cada cierto tiempo vuelvan a las ciudades de origen para encontrar un divertimento», señala Zamarro sobre las dificultades sociales a las que se enfrenta el afianzamiento de la colonia. «Ha habido una sobrepesca en general», agrega en relación al estado de los recursos pesqueros mauritanos, aunque no hay datos para precisar si ese exceso de pesca se debe atribuir a la pesca artesanal o a la industrial que también se practica en la zona. La Unión Europea (UE) mantiene precisamente con Mauritania su acuerdo más importante para la flota de pesca comunitaria, pero el nuevo convenio, que entrará en vigor para cuatro años desde el próximo 1 de agosto, ya tiene en cuenta la reducción de los recursos pesqueros. La UE afirma que el recorte de captura previsto en el acuerdo -aprovechado mayoritariamente por barcos españoles- se debe a «las necesidades reducidas de la flota europea y a los recientes informes científicos» sobre la situación de los recursos. En cuanto a la seguridad de la pesca en este inhóspito territorio, las medidas más elementales son de aplicación reciente y sólo hace poco que los pescadores mauritanos conocen el sistema de banderas para alertar de las condiciones de la mar. «Cuando llegamos a Mauritania este país no tenía un marco legal que regulara las operaciones de rescate», recuerda además Raúl García Romo, responsable del proyecto «Albarsa», financiado por la Agencia Española de Cooperación Internacional y la Junta de Andalucía. Agrega que ahora sí existe ese marco legal -vencidas las reticencias militares a poner sus medios a disposición de civiles- y que también ha habido que luchar contra la resignación religiosa en un país donde las muertes de pescadores se han considerado en el pasado como algo normal en este peligroso oficio. «Luchamos contra eso y también contra la falta de interés del Estado en poner los medios para que este tipo de cosas no ocurran», explica García Romo sobre las medidas para favorecer la seguridad de los cerca de 12.500 pescadores mauritanos y sus casi cuatro mil piraguas, la mayoría de madera.

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