Ordoño II, el guerrero incansable
Muchos le conocen tan sólo por la céntrica avenida a la que da nombre, pero este monarca leonés llevó el Reino a una época dorada gracias a sus grandes dotes militares
Durante toda la Alta Edad Media, el Reino de León tuvo varios periodos de esplendor protagonizados cada uno de ellos por un rey de gran personalidad. Por desgracia para el Reino, a cada uno de estos periodos casi siempre le sucedió otro de decadencia y guerra civil. Así, a Alfonso III El Magno, el último rey propiamente asturiano y el primero con una clara vocación leonesa, le siguió en el año 910 una división del Reino entre sus tres hijos: León para el primogénito, García; Asturias para Fruela (futuro Fruela II), y Galicia para Ordoño. Muerto el primero al poco tiempo, será este último el que ceñirá la corona leonesa y el que llevará al Reino a una nueva etapa dorada gracias sobre todo a sus innegables dotes militares. Este Ordoño, segundo rey asturleonés de este nombre, ya había demostrado grandes aptitudes en vida de su padre, dirigiendo al menos una campaña victoriosa contra los musulmanes del sur. Según reconocen los propios cronistas de Al-Ándalus, el futuro rey de León, que debía contar entonces algo más de 35 años, tomó en el año 908 «la ciudad de Regel», que algunos historiadores han identificado con un populoso barrio de la Sevilla medieval. Si esta identificación fuese cierta, demostraría sin lugar a dudas el arrojo de Ordoño, ya que habría supuesto una de las más profundas penetraciones cristianas en territorio enemigo. Esta impresión se ve corroborada por otra exitosa campaña que llevó a cabo en el año 913, siendo ya rey de Galicia. En esa ocasión el objetivo fue Évora, que cayó rápidamente en manos de los cristianos tras una cruenta lucha en la que perecieron los setecientos soldados defensores, así como su gobernador Marwan Abd al-Malik. Ordoño ya era reconocido por los musulmanes como un azote del Islam, pues en sus crónicas registraron esta derrota en los siguientes términos: «Nunca habían sufrido los musulmanes de Al-Ándalus desde su establecimiento derrota más espantosa y horrible de ver a manos del enemigo». Poco tiempo después, en la primera mitad del año 914, falleció su hermano García, y tras el concilio de magnates y obispos de rigor, Ordoño fue ungido rey de León, siendo reconocido como rey superior por su hermano Fruela II desde Asturias. No será la última vez en la historia del Reino que el heredero del trono provenga de Galicia: por ejemplo, casi dos siglos después Alfonso VII el Emperador fue entronizado en la capital tras haber sido proclamado rey de Galicia por sus partidarios con anterioridad, cosa que no ha de extrañar, pues fue una costumbre de la monarquía leonesa el mandar a educar a Galicia a los herederos antes de convertirse en reyes. Una vez investido rey de León, Ordoño II no sólo no abandonó las armas, sino que dio un nuevo impulso militar al Reino a pesar de que se enfrentaba a Abd al-Rahman III, el poderoso fundador del Califato de Al-Ándalus. Rápidamente se dirigió hacia el sur y atacó el territorio de Mérida, tomando el castillo de La Culebra, que cambió su nombre por el de Alange. El ejército leonés tomó el camino de Badajoz, pero los habitantes de esta ciudad pagaron grandes cantidades de dinero a Ordoño a cambio de la paz. Sin embargo, Abd al-Rahmán no se quedó quieto; sus huestes atravesaron el Duero en el año 916 y en el 917, sembrando la destrucción en distintas partes del reino leonés. En la última de estas incursiones, el propio Ordoño tuvo que acudir en ayuda de sus vasallos castellanos de San Esteban de Gormaz. Tras una desesperada batalla, logró dispersar a los atacantes en lo que supuso una brillantísima victoria de las armas leonesas, que en esta ocasión se vieron reforzadas por la asistencia de Sancho Garcés I, rey de Pamplona. Ambos monarcas aprovecharon la positiva coyuntura creada por esta victoria, y en el año 918 penetraron profundamente en La Rioja, conquistando Arnedo y Calahorra, aunque no lograron tomar Nájera. Abd al-Rahmán volvió a pasar a la ofensiva durante los años 919 y 920, y sus generales lograron retomar algunas de las plazas que les habían sido arrebatadas por leoneses y navarros. Tras una serie de éxitos, las tropas musulmanas se dirigieron hacia Pamplona, lo que alarmó grandemente a Sancho Garcés. El navarro pidió ayuda al rey leonés, y juntos se enfrentaron a las huestes de Al-Ándalus en el Valle de Junquera (Valdejunquera), cuando éstas se encontraban a sólo una jornada de la capital del reino navarro. Fue allí donde Ordoño II sufrió su mayor derrota, fruto tal vez de la precipitación por ayudar a su aliado, y de la ausencia de los condes castellanos, quienes por causas que desconocemos no asistieron a su rey. Éste se vengó cumplidamente ordenando su encarcelamiento en León, aunque no tardó en liberarlos. A pesar de la gravedad de este desastre, Ordoño tuvo arrestos para dirigir otra exitosa incursión en el año 921, demostrando que podía haber perdido una batalla, pero no la guerra. En este complejo juego de ajedrez en que se convirtió la Reconquista, en el que se sucedían ataques, defensas y contraataques, el rey leonés dejó claro que conocía muy bien el tablero y sus piezas, y tras una serie de brillantes victorias regresó a Zamora cargado con grandes cantidades de botín. Esta ofensiva se vio reforzada por otra de mayor calado en el año 923 que tuvo como objetivo las tierras al sur del Ebro. Ordoño logró tomar Nájera, aunque en lugar de quedársela se la entregó a su aliado navarro. Para sellar más firmemente su alianza con Sancho Garcés, Ordoño contrajo terceras nupcias con su hija Sancha. Ambos monarcas estaban planeando nuevos ataques conjuntos contra los musulmanes cuando la muerte sorprendió al rey leonés en el año 924. Tan sólo fueron nueve años y medio de reinado, pero sin duda resultaron suficientes para que Ordoño dejara demostrado que fue ante todo un rey guerrero con grandes cualidades. A diferencia de lo que ocurrió con los reyes posteriores, que sufrieron las acometidas de Almanzor, no se dejó amilanar por la soberbia figura que tuvo enfrente durante casi todo su reinado, aunque se tratara del magnífico Abd al-Rahman III. En su muerte tal vez tuviera que ver la enfermedad que sufrió en el año 914, de la que creyó que iba a morir. Efectivamente, eso puede deducirse de lo que dejó escrito en una donación a Mondoñedo en el citado año: «Tengo el presentimiento de que la muerte se me avecina, y de que no hay para mí esperanza». En esa ocasión logró superar su dolencia, pero tal vez ésta quedara en estado latente hasta que al final se lo llevó a la tumba. Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero sí que conocemos la impresión que dejó en su época este brillante monarca leonés: según el continuador de la Crónica Albeldense, «era, en efecto, previsor en toda guerra, justo con los ciudadanos, misericordioso con desvalidos y pobres y destacado en el conjunto de los deberes de gobierno del reino». Pocas cosas mejores se pueden decir de un monarca medieval. Aunque nadie lo hubiera podido haber previsto, los tres hijos varones de Ordoño II (Sancho, Alfonso y Ramiro) llegaron a ser reyes a pesar de que se vieron privados de la sucesión en beneficio de su tío Fruela II. Y es que el reinado de este último fue muy breve, y su muerte dio lugar a uno de los consabidos periodos de guerras civiles. En esta ocasión, la lucha fue entre Alfonso Froilaz, el hijo de Fruela, y los tres vástagos de Ordoño II. En un principio se impuso el primero, aunque pronto tuvo que huír debido a las presiones militares de los tres hermanos. Fruto de esta guerra civil, Sancho Ordóñez (hijo de Ordoño II) fue entronizado rey en Galicia, y su hermano Alfonso en León (año 925), mientras que el menor de los tres, Ramiro, tuvo que conformarse con gobernar el territorio que baja desde el Miño hasta Coimbra. Esta especie de triunvirato duró poco, ya que en el 929 falleció Sancho, y su reino pasó a manos de Alfonso. Éste en el año 931 tomó la decisión de abdicar para dedicarse a la vida religiosa, por lo que ha pasado a la Historia como Alfonso IV el Monje . Con esta decisión, todo el reino quedó bajo el cetro de su hermano Ramiro II (931-951), quien por su combatividad fue llamado el Diablo por los musulmanes, y que, a imagen de su padre Ordoño II, fue otro azote del poderoso Abd al-Rahman III. Vemos como así, de una manera un tanto complicada, los tres hijos varones de Ordoño alcanzaron el rango de reyes, algo que no se volvió a repetir hasta Fernando I (1038-1065), que repartió el reino a su muerte entre sus hijos Sancho I de Castilla, Alfonso VI de León, y García de Galicia.