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De aldea perdida a referente en productos artesanos

En Coladilla hay gente, empresas, niños. Un pueblo, como tantos, condenado a la extinción, se salva con una apuesta por el ganado y los productos de calidad

Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto
León

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Les propongo tres recuerdos que ya pertenecen, un poco, a otras épocas. Uno: la polvoreda que levantaba la multitudinaria vecera de las vacas, formada por el ganado, junto, de todos los vecinos del pueblo, y que se cuidadaba por turno. Dos: ir por leche a casa del vecino, entrar en la cuadra, ver los jatos, quizá ayudar a un parto, lo típico. Tres: al atardecer, el zumbido de las ordeñadoras llenando todo el pueblo, un sonido familiar y reconfortante. No es que todo esto haya desaparecido por completo (quizá el primero sí), pero es verdad que se ha debilitado muchísimo en el día a día de nuestro medio rural. Ya ni siquiera se producen aquellas esperas pacientes en el coche, aguardando a que pasara el rebaño por la carretera. O esas escenas tan cotidianas de las vacas bebiendo en el pilón de la plaza. Y para qué hablar de los paisanos herrando la res en el potro, de las vacas uñidas al carro, o arando con el arado romano . ¡Cuánto bien hicieron las nuestras vacas, aquella autóctona casi extinta, la mantequera leonesa , la ratina, la pinta, el bardino, el buey de viñas berciano! Hoy hay muchos pueblos en los que ya no queda ni una, algo impensable no hace tantos años. Antes, la vaca era el mejor símbolo de riqueza, un bien insustituible. Particularmente en León. Aquí se criaban en la cuadra de casa tanto en la Montaña como en la Ribera, y eso constituía una de las señas más palmarias de nuestra identidad: el labrador leonés «diversificaba», esa es la palabra clave. Se tenía de todo, se araba, se sembraban cereales, hortalizas, leguminosas, se cuidaban frutales y viñas, se tenían ovejas, cabras, el burro o el caballo para el transporte, y, por supuesto, vacas en casi todas las casas. Esto nos diferenciaba de Castilla o de otras regiones donde lo que desde hace tiempo predominan son los monocultivos, habitualmente de cereal. El tipo de suelos, la mayor altura, la gran disponibilidad de agua (el piedemonte leonés es una de las zonas de surgencia de agua dulce más importantes de España, con los Pirineos), el frío y las frecuentes heladas que podían malograr cosechas, han sido factores determinantes para este comportamiento diversificador. A esto se unían componentes culturales como el sistema concejil, presente en todas nuestras comarcas, que servía de «igualador» social: se repartían tierras y quiñones entre los vecinos más necesitados o grano a los que hubieran perdido sus cosechas. Esto, junto a la escasa práctica del «mayorazgo» (dejar la parte más grande de la herencia al mayor de los hijos), ya que normalmente se hacían repartos equitativos, producía unos niveles parecidos de riqueza, había pobres y ricos, claro está, pero sin excesivas diferencias entre ellos. Hasta ahí, pues, algunas razones que explican la presencia masiva del ganado, sobre todo vacuno, en las casas de labranza leonesas. Una presencia que ahora ha caído en picado, tanto en la montaña como en el llano. Uno de los profesionales que con más intensidad ha estudiado la economía agroganadera leonesa es un ponferradino, el profesor de Economía la Universidad de León Julio Rodríguez Lago. Él explica, con meridiana claridad, los graves problemas que aquejan a los ganaderos que aún siguen fieles a las vacas, animales que Rodríguez Lago denomina «claves para nuestra economía rural». «La dinámica de pequeñas explotaciones familiares está condenada a medio plazo -reflexiona-. El problema está en que la industria hace con ellos lo que quiere porque no tienen capacidad de negociación, al estar dispersos y al ir cada uno por su lado». ¿Qué solución ofrece? Hay dos. «La primera, si lo que quieren es seguir produciendo, sin transformar, han de unirse, han de crear cooperativas. El objetivo es ganar tamaño. No es lo mismo negociar 400 que negociar uno sólo. El problema es poner de acuerdo a esos 400». La segunda, también de gran interés, consiste, dice, «en que sea el propio ganadero el que transforme su producto, el que elabore quesos, yogures, derivados lácteos, etc..., y los comercialice. Así, controla todo ese valor añadido que de otro modo pierde o no controla, elimina los intermediarios». «Por otro lado, ese tipo de productos artesanales son muy apreciados hoy en día y tienen mucha aceptación en muchos mercados diferentes», asegura Rodríguez Lago. «Es el caso -continúa- de la Sociedad Agraria de Transformación El Sendero, en Coladilla; de la Quesería Veigadarte, en Ambasmestas; o de la Quesería Picos de Europa en Posada de Valdeón, entre otros,». De entre éstas y alguna otra iniciativa, quizá la más significativa sea la de Coladilla, tanto por la diversificación de productos artesanales (queso, yogur, cuajada, ahora helados...) como por el hecho de que gestionen realmente y por sí mismos el medio ambiente de la zona al poseer sus propios rebaños de vacas y ovejas, continuando las labores ganaderas seculares de Los Argüellos o Montaña Central y al hacer de un pueblo condenado a desaparecer un verdadero referente en productos de calidad. Un efecto dinamizador casi sin precedentes. Si no hay ganado, la hierba se agosta en los prados, se matorraliza el monte, aumenta el riesgo de incendios y plagas y se pierde trabajo y vida, recuerda Julio Rodríguez Lago. Iniciativas como las de Coladilla «mantienen la economía natural de la zona, son beneficiosas para el medio ambiente y hacen que la gente permanezca en los pueblos al atraer otras empresas, establecimientos de hostelería, etc.». «Se mantiene la gente y las tradiciones», recalca. Pero, ¿es éste un problema específicamente leonés? Julio Rodríguez aclara que la situación a la que han de enfrentarse estos ganaderos «es general a toda la cornisa cantábrica. Lo que pasa en León es que aquí ha faltado una gran industria de transformación propia, al estilo de las Central Lechera Asturiana o Leche Río, que son los que pueden competir» (aunque las hubo, y fuertes, como Mantequerías Leonesas o Lorenzana, acabadas, dice, porque en un determinado momento «falló el impulso y no se produjo el necesario relevo generacional»). Un problema, el de la competencia, que cada vez será más agudo, «ya que los cupos se acabarán en el 2013», tal y como recuerda este profesor. «El ganadero va a tener que pensar en esos dos caminos, si no, terminará cerrando porque le van a pagar por la leche menos dinero que lo que le cuesta producirla». «La clave es, o ganar tamaño, o controlar todo el proceso», resume. Valor estratégico Por otro lado, avisa el profesor de que en esto de la agricultura «existe una clave política que no pasa desapercibida, la agricultura a veces es moneda de cambio entre los estados». «La agricultura tiene un componente estratégico que no tienen otros sectores. A mí no me importa que la ropa que llevo, el coche que conduzco o los juguetes de mis hijos los hagan en Francia, Alemania o Japón, pero me interesa mucho más saber dónde y cómo se produce lo que comemos: la leche, los cereales, los alimentos básicos. No es lo mismo unos productos que otros», asegura. Y ahí está, por ejemplo, el caso del aceite adulterado llegado de Ucrania o los piensos industriales de dudosa calidad que podrían estar en la base de la enfermedad de las vacas locas. Todos son problemas surgidos de un escaso cuidado de los recursos disponibles y una persecución del beneficio más fácil y rápido sin pensar en los riesgos para la salud. De hecho, Julio R. Lago intuye, aunque no pueda demostrarlo con datos, que la pérdida de fortaleza del sector agrario puede ser resultado, en parte, de haberse resignado España a luchar por él, dejación ofrecida como moneda a otros países a cambio de inversiones en otros sectores: industria, infraestructuras, etc. No hay más que ver la fuerza del sector lácteo francés, intocable, «y la cantidad de leche francesa que está entrando en España». Pero además hay un alto grado de desatención por parte de la Junta. Así como para otras regiones, bien cohesionadas, el asunto de la ganadería es clave, es sentido como propio (Galicia, Asturias, Cantabria), en esta autonomía híbrida más bien parece un problema colateral. «Podían estar más cerca de las cooperativas, éstas se encuentran en cierto desamparo; está claro que existe una desidia administrativa con respecto a esta cuestión», dictamina Rodríguez Lago. «Por ejemplo, con una mala reasignación de los cupos: cuando un ganadero abandona el suyo, deberían distribuirlo entre los demás», ejemplifica. Una profesión importante Por todas esas cosas, este gran conocedor de la economía leonesa y nacional anima a que la profesión del ganadero y del pastor «se dignifique». «Su imagen social parece estar algo denostada, hay que acabar con eso porque su función es vital, es muy importante». Y así, la «contrarréplica» de los Coladilla, Veigadarte, etc. es clave porque «están haciendo ver que ésta es una profesión que, además de ofrecer unos muy dignos niveles de renta, proporcionan productos muy apreciados y muy buscados, se trabaja en el pueblo, al aire libre, y, por ejemplo en el caso de Coladilla, la inversión inicial no fue de ninguna manera descomunal». «Hay mucho mercado, muchas posibilidades, hay sitio para todos, hay que trabajar mucho, claro, pero si a alguien le atrae este mundo, yo le animaría a que se lanzase a él», comentaba José Luis Yuste. Este tipo de establecimientos se convierten, pues, en verdaderos reclamos para el pueblo en el que se instalan. No hay más que ver el caso de Coladilla, Colladiella en leonés: una de tantas aldeas de esta tierra nuestra condenadas a la extinción (de hecho, los dos pueblos que le siguen, Valle de Vegacervera y Villar del Puerto, están prácticamente vacíos en invierno) tiene ahora, además de la quesería, una fábrica de embutidos, un mesón de fin de semana, casi cuarenta vecinos, diez niños... algo insólito en nuestra montaña. Eso conduce a que la iglesia y que gran parte de las casas estén bien rehabilitadas y cuidadas -queda claro: el feísmo arquitectónico que tantas veces hemos denunciado va unido al abandono y a la desolación, no a la vida-, de acuerdo con el perfil autóctono de la zona: piedra, teja y los típicos corredores de madera que antes adornaban cada casa y hoy son cada vez más difíciles de ver. «Al final, lo que importa es el capital humano», concluye Rodríguez Lago. «Lo importantes es que la gente no sólo siga en los pueblos sino que trabaje en ellos y de ellos saque sustento y riqueza». Otra iniciativa a la que aludía el profesor, de las más célebres que hay en León y en todo el norte de España por la infinidad de premios y galardones recibidos, es la de Queserías Picos de Europa en Posada de Valdeón, que elabora, entre otros productos, el famoso queso azul de Valdeón. Se trata de la única empresa adscrita a la Denominación de Origen que regula este histórico alimento, por lo que Lago opina que deberían ser muchos más los ganaderos del valle que decidieran mantener su ganado ya que la Denominación es siempre una garantía de continuidad y de futuro. «Las excelencias de este queso azul, elaborado con una mezcla de leche de vaca de raza parda alpina y de cabra -informa la empresa-, han traspasado nuestras fronteras y el 25% del total de la fabricación se exporta ya a países como Holanda, Francia, Alemania, Finlandia, Inglaterra, Dinamarca, Canadá, Bélgica, Japón y Estados Unidos». También la gente de Veigadarte, en el berciano pueblo de Ambasmestas, se ha aupado a un puesto destacado dentro de la gastronomía leonesa con sus rollos de queso de cabra con diversos sabores (natural, pimienta, pimentón, guindilla verde...). Y es que es importante destacar que este tipo de «reclamos» gastronómicos atraen a mucha gente que desea comprar el producto en el mismo lugar en el que fue elaborado. Por eso es deseable que todo el entorno esté cuidado, que las casas respondan al estilo tradicional de construcción, que haya alojamientos de turismo rural que complementen la oferta, rutas señalizadas... cuantos más atractivos tenga el pueblo y la zona, cuanto más se trabaje de forma conjunta y coordinada, más posibilidades tendrán las aldeas leonesas de salir adelante y de superar este difícil trance en el que se encuentran. En cuanto a las empresas a las que nos estamos refiriendo, su esencia ha de ser el ganado, su cuidado personal y esmerado y el hecho consiguiente de gestionar el territorio, ese territorio de la montaña de León que hoy en día se nos aparece desolado, abatido y solitario. Los problemas de la agricultura y de la ganadería son muchos; la pérdida de nuestro tradicional modelo agroganadero es generalizada y hay que buscar, con imaginación, pero también con realismo, salidas viables a esta situación. El porcentaje de ocupación que caracteriza a nuestros sectores -en León y en España entera- está claro: un 66% se lo lleva el sector servicios, un 30% la industria y la construcción y sólo un 4% corresponde al sector primario, en el que se encuadra la ganadería. Pero, a pesar de estos números, cada vez más a la baja, la importancia del sector es mayúscula: de él depende nuestra salud. De él depende nuestro medio ambiente, que lo es todo. Y de él depende que en nuestros pueblos dejen por fin de sufrir esta sangría histórica y horrorosa que los está consumiendo, dejando sin vida y acabando con nuestra memoria, nuestras gentes, nuestra identidad, nuestro patrimonio y nuestra historia.