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Pekín intenta ser metrópoli pero tiene alma de pueblo

Desde que el 30 de julio de 2001 la capital de China fuera elegida para acoger los Juegos Olímpicos, la ciudad, como muchas otras que fueron sede de la cita deportiva en el pasado, ha experimentado grandes cambios, tanto positivos como negativo

Publicado por
ANTONIO BROTO | texto
León

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Transformar la ciudad con la excusa de los Juegos -algo en lo que el Gobierno municipal se ha gastado 30.000 millones de dólares- ha sido la obsesión del septenio, aunque en el fondo, las calles tradicionales de Pekín sigan siendo las mismas de hace una década, con ese aire tranquilo y apartado. Uno de los cambios más patentes se ha producido en la arquitectura, dando paso a rascacielos y atrevidas estructuras que han convertido a Pekín casi en un campo de experimentación para los más afamados arquitectos del planeta. «Es como si los arquitectos vinieran a Pekín a construir lo que no les dejan hacer en otras ciudades, por ser demasiado arriesgado», cuenta Carmen, una estudiante de historia del arte española que viajó a Pekín. Entre esas «arriesgadas» estructuras se encuentran, cómo no, los estadios para los Juegos, tanto el «Nido de Pájaro» de Herzog & de Meuron, que acogerá el atletismo, o el «Cubo de Agua» del estudio australiano PTW. Pero también obras no deportivas, como la faraónica Terminal 3 del Aeropuerto de Pekín, obra de Norman Foster, el Huevo (Teatro Nacional) de Paul Andreu o la futura sede de la televisión estatal CCTV, de Rem Koolhaas. Y mientras los rascacielos proliferaban estos años en el este de la ciudad (distrito financiero) o la zona olímpica, se destruían muchas calles tradicionales, los «hutongs», pese a los amantes del «viejo Pekín» de callejuelas grises y desordenadas. Pekín derribó una gran parte de los antiguos barrios, aunque en los últimos años, ante las protestas de los defensores del patrimonio de la ciudad, se redujo algo la sustitución de «hutongs» por bloques de pisos y se potenció la restauración de calles antiguas en zonas como Qianmen (al sur de Tiananmen) o los alrededores del Templo de los Lamas, en el norte. Además de los grandes cambios arquitectónicos, hubo otros detalles que modificaron el aspecto de la ciudad, como por ejemplo el tráfico: la ciudad triplicó sus automóviles en los últimos años, hasta los casi tres millones de la actualidad. Las bicicletas se fueron abandonando en beneficio de los automóviles, el nuevo sueño de toda familia pequinesa, pero los atascos y el lento desarrollo del metro auguran un «revival» de las bicis y del transporte público. El suburbano, ahora más barato que en 2001 (se bajó un 30 por ciento el precio del billete para estimular su uso), pasó de dos líneas a las siete actuales, aunque todavía quedan muchos túneles por excavar para que los pequineses dispongan de un metro similar a los de Tokio, Nueva York o Madrid. Los taxis, por el contrario, son un 60 por ciento más caros que hace siete años, y los viejos taxis rojos de la marca Xiali (pequeño utilitario de fabricación china) se sustituyeron poco a poco por grandes sedanes amarillos de la marca coreana Hyundai, que instaló una de sus fábricas en las afueras de Pekín. La elección de Pekín para los Juegos también supuso un intento de hacer más internacional una urbe que durante décadas estuvo aislada del mundo, frente al cosmopolitismo de Shanghai: para ello, los funcionarios municipales llenaron la ciudad de indicaciones en inglés, desde señales a letreros de tienda o menús de restaurante. Asimismo, se intentó eliminar el «chinglish», viejos letreros en inglés traducido demasiado literalmente del chino, que por ejemplo hicieron que durante muchos años el Parque de las Minorías Étnicas de la ciudad, justo al lado de la zona olímpica, tuviera un cartel en su entrada en el que ponía «Racist Park» («Parque Racista»). Los cambios también se han producido en el ciudadano de a pie de Pekín: las campañas de civismo puestas en marcha por el municipio han conseguido una disminución de la mala costumbre de escupir (antes muy extendida) o la de no hacer colas en las estaciones de tren o las paradas de autobús. Quizá el cambio más esperado por los pequineses, el que pretendía conseguir un Pekín más «verde», ha sido el que más ha fracasado: a tres días de los Juegos, el cielo de la capital china está gris y amenaza con oscurecer las competiciones deportivas. Pekín hizo esfuerzos por mejorar su medio ambiente, con la plantación de árboles en muchas avenidas, el cierre de las fábricas con más emisiones o la eliminación de los viejos autobuses muy contaminantes -aquellos que tenían el suelo de madera-, pero los resultados no acaban de verse. Y por encima de todos los cambios, Pekín sigue teniendo en el centro de la ciudad el mismo aspecto de toda la vida: viviendas muy humildes, aspecto casi rural, y pequineses amantes de la vida tranquila que, en el fondo, esperan que el barullo de los Juegos se acabe pronto.

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