El embrujo del agua sigue acaparando las miradas
El líquido elemento como fuente de riqueza ha dejado también su huella en Castilla y León donde, desde hace siglos, ha sido utilizada en molinos, martinetes, harineras, como medio de transporte y recurso de ocio
El agua, bendita agua, determinará la vida de este nuevo milenio. No es una novedad, porque es un elemento que desde siempre ha ofrecido dos caras: mata y da vida a los hombres, animales y plantas. Como apuntala la medievalista Isabel del Val, «es fuente de vida y proporciona riqueza, a la vez que puede causar la muerte y la ruina». Ha sido arma en caso de guerras, «con cuya privación se puede hacer perecer al enemigo»; los cursos fluviales constituyen una defensa, «a la vez que unas potentes vías de comunicación, determinando las características de los núcleos de población que se han constituido en sus orillas», explica esta catedrática vallisoletana. Del Val también mantiene que, a lo largo de la historia, la sociedad ha sido consciente de su necesidad, y ha tomado las medidas oportunas para garantizarse su disponibilidad, intentando, además, controlarla en la medida de lo posible. De hecho, el agua, desde hace siglos, ha sido utilizada como transporte, ocio y consumo, para generar energía mecánica en molinos de harina, serrerías, martinetes, batanes y como aprovechamiento energético. Tal vez fue con la invención del molino hidráulico cuando se produjo la primera revolución energética. Nicolás García Tapia, catedrático de Ingeniería Energética, afirma que fue la primera máquina automática: «El molinero sólo tenía que echar el cereal en la tolva y la fuerza del agua movía las muelas hasta triturar los granos». El molino es uno de los artefactos cuyo uso más tiempo se ha mantenido en la Península desde su difusión en la época medieval, aunque su origen es anterior y no existe una coincidencia ni en el lugar ni en la fecha de sus comienzos. La instalación de estos ingenios de molinería corría a cargo de los «maestros en molinos». Este divulgador científico los define como una especie de ingenieros prácticos agrupados en los gremios de los maestros constructores que transmitían sus conocimientos de padres a hijos, en una cadena cerrada, poco propicia a las innovaciones. No fue la única actividad laboral en torno al agua, con comportamientos «iniciáticos». Similar nivel de confidencialidad en el traspaso de los conocimientos propició la desaparición de oficios como el de calderero.