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Un recuerdo divertido del trabajo en el campo

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León

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|||| «Aquellas noches en las que íbamos todos juntos eran las más divertidas. Quedábamos detrás del banco o en el caño después de cenar y el que llevase el tractor nos recogía a todos en alguna calleja. Nos subíamos en el remolque, aún vacío, y nos íbamos a la tierra de alguno de nosotros a recoger las alpacas. Entre todos, lo hacíamos muy rápido. Nos lo pasábamos bien y además nos ayudábamos». José Manuel y Ángel recuerdan aquellas aventuras con una sonrisa pícara. Cuentan cuanto se reían aquellos días y los nervios que sentían por si les pillaban, ya que ninguno tenía aún carné de conducir. «Pero valía la pena, además de porque el trabajo era mucho más fácil y ameno, por lo bien que lo pasábamos», señalan. «Allí, en la tierra, hacíamos una cadena humana y nos íbamos pasando las alpacas (claro, que eran de las pequeñas). Los tres o cuatro más fuertes se ponían al final; dos encima del remolque para colocar las filas y los otros dos abajo». Mucho cuidado Recuerdan cómo lo peor llegaba al final, cuando ya estaban todas las alpacas colocadas y les tocaba subir a ellos encima. Uno a uno se iban colgando del elevador, que servía para subir los fardos, se daban impulso y cuando llegaban arriba Miguel, que según cuentan era el que más fuerza tenía, les agarraba de los pantalones para que no se cayeran. «Alguno se pegó más de un golpe», dicen. Muy nostálgicos, Ángel y José Manuel recuerdan la vuelta a casa. «El que conducía el tractor tenía que tener mucho ciudado, porque llevaba mucha gente en el remolque, subida encima de por lo menos diez o doce filas de alpacas». Se acuerdan de como los que iban detrás tenían que ir tumbados para no tocar los cables de la luz, y muy bien agarrados a las cuerdas de los fardos para no caerse.