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El campo: vocación u obligación

Pocos jóvenes están dispuestos a quedarse en el pueblo y seguir con el negocio de sus padres agricultores y ganaderos. Pero siempre hay una excepción que confirma la regla. Andrés, José Manuel y Ángel han seguido caminos muy distintos

LARA TRASOBARES URDIALES

Publicado por
LARA TRASOBARES | texto
León

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Andrés Martínez tiene 21 años. Desde los 18 trabaja en el campo. Y lo hace por vocación. Siempre fue su sueño y, cuando cumplió la mayoría de edad, su padre, también agricultor, invirtió en una cosechadora que ahora es su medio de vida. El caso de Andrés es, cuanto menos, raro en esta época. Una época en la que pocos jóvenes quieren dedicarse a trabajar la tierra, o al menos no por vocación. Antaño las cosas no eran así. Si tu familia era ganadera, tu serías ganadero. Y desde pequeño, te tocaba aprender el oficio. Sin embargo, desde la Revolución Industrial la tendencia ha sido la migración a las ciudades. Aunque un niño se críe en el pueblo, tarde o temprano acabará pisando el asfalto entre los grandes edificios. Si el pueblo está cerca de la ciudad, aún existe alguna posibilidad de que se quede a vivir allí, aunque haga a diario una hora de viaje para ir a trabajar, pero si está lejos¿será un pueblo que acabará muriendo. Y es que como dicen, para gustos, colores. Es una expresión muy convencional que se repite una y otra vez cuando alguien se decanta por algo que a nosotros nos parece horrible: «Me encanta esta canción», « ¡Uff, si eso no es música, es ruido!»; «Bueno, pues a mi me gusta»; «No, no, si para gustos¿ los colores». Esta situación se repite a diario, en cualquier tema de conversación, no sólo con la música. Que si te gustan unas zapatillas y tu amigo las odia; que si te encanta el color de tu nuevo coche y tu padre lo hubiera preferido blanco; que si tu novia quiere ir a la playa y tú a la montaña; o que si tú quieres ser médico o arquitecto y tu hermano prefiere ser agricultor. Esta disyuntiva se presenta en la vida de todos los jóvenes cuando tienen que elegir que quieren hacer con su futuro. Algunos lo tienen muy claro, aunque luego se arrepientan de su decisión. O no. Y otros¿hay otros que no lo ven con tanta claridad. Existen además varios tipos de indecisión. La de aquellos que están seguros, por ejemplo, de que lo que quieren es ir a la Universidad para estudiar una carrera, aunque no tengan ni idea de cuál (de pequeña quería ser domadora de elefantes; luego pensé que toda la vida de gira con el circo me iba a acabar cansando, así que decidí que mejor ser bombera; luego cambié de idea, y en el bachillerato me fui por ciencias, porque todos me decían que tenía más salidas. En selectividad, estaba segura de que lo mío era la arquitectura y cuando hice la matrícula en la universidad me inscribí en sociología); y la de aquellos otros que saben, desde que tienen uso de razón, que es lo que quieren ser de mayores. Es decir, que lo suyo es vocacional. Pero también entre los vocacionales hay diferencias. Hay vocaciones muy típicas, como ser cantante, bailarina o médico; y hay otras que no lo son tanto. Que son más raras, como trabajar en el campo. Quintana de Rueda. Un pequeño pueblo de León, a las orillas del río Esla, perteneciente al municipio de Valdepolo y donde hay censados 1.395 habitantes. En Quintana, concretamente, sólo hay 413. Pese a su reducido tamaño, tiene mucha gente joven. Aproximadamente, el cincuenta por ciento de los censados tienen entre veinte y treinta años. Está a una media hora de la ciudad, y muchos de los chavales van y vienen todos los días, después del trabajo. Otros, los vocacionales, viven y trabajan allí, en el campo. Aunque estos se pueden contar con los dedos de una mano. Es el caso de Andrés, a quien siempre le ha encantado todo lo que tuviera que ver con la tierra. En Navidad, los Reyes Magos no le traían videojuegos ni balones. Le traían tractores y cosechadoras en miniatura, o cualquier otra máquina que sirviera para trabajar el campo. Los pósters de su lado de la habitación, que comparte con su hermano, no son de chicas guapas o de un grupo de rock. Son de maquinaria. Para algunos es raro. Para él es vocación. Cuando cumplió los 18, dejó los estudios y se puso manos a la obra para lograr su objetivo. En las épocas de más trabajo, su jornada laboral puede alcanzar las 20 horas al día. Es un trabajo que le mantiene ocupado prácticamente todo el año. Aunque algunas épocas son más laboriosas que otras. Durante el verano se lleva a cabo la cosecha del cereal; luego, se prepara el silo que sirve de alimento a las vacas. Allá por diciembre se cosecha el maíz seca, un proceso que dura aproximadamente hasta abril, cuando se empiezan a preparar de nuevo las tierras para la siembra de la máiz, y volver así a empezar todo el proceso. «Un trabajo duro, pero me gusta», dice Andrés. Un caso muy distinto En el lado opuesto está su hermano. José Manuel. En su lado de la habitación, los pósters son más¿ típicos. Tiene 24 años, y al contrario que Andrés, él no sabía qué quería ser de mayor. Pero sí sabía lo que no quería ser. «No quería ser esclavo de mi trabajo», asegura José Manuel. «Todos los trabajos tienen su lado malo y te atan de alguna manera. Pero la agricultura y la ganadería, principal base de la economía de este pueblo, aún más. No hay horarios, porque nunca se acaba. Las horas las marcan los animales y la propia tierra, y yo no quería eso», dice. Pero tampoco quería estudiar. Así que cuando alcanzó la mayoría de edad, buscó trabajo en León. Trabajó en la hostelería; hizo labores forestales; estuvo en una base antiincendios y actualmente trabaja instalando tubos para el riego. «También es un trabajo físico muy cansado, pero cuando salgo tengo tiempo para mí», afirma. Él es la clase de jóven a quien de vez en cuando le toca trabajar la tierra para ayudar a su padre, pero en su caso no es vocación, sino obligación. «A él le va más el tornillo», dice su padre. «Si tiene que ir de vez en cuando a cosechar va, pero le cuesta. Sin embargo, cuando se nos estropea la máquina, él siempre está dispuesto a intentar arreglarla. Y se le da bien. Pero el campo...el campo no es lo suyo», lamenta. Un día en la vida de José Manuel no es menos cansado de lo que podría ser para su hermano. Aunque trabaja también prácticamente de sol a sol. La diferencia es que él a las siete de la tarde más o menos acaba su jornada y vuelve a casa, hasta el día siguiente. Un recuerdo de la infancia Cuando eran niños, José Manuel, Andrés y los demás chavales del pueblo, tanto chicos como chicas, vivían ratos muy divertidos gracias al trabajo en el pueblo. «Cuando uno tenía que ir a por alpacas, nos lo decía a los demás e íbamos a ayudarle todos juntos. Podíamos llegar a ser veinte chavales. Todos subidos en el remolque, que cuando iba vacío bien, pero cuando llevaba al menos diez o doce filas de alpacas... la cosa cambiaba.», recuerda José Manuel. «Aquello era divertido para todos, pero era un trabajo de un ratito», asegura. Recordar los orígenes Pero hay, además del que adora el campo y del que lo detesta, un tercer tipo de jóven veinteañero cuyos padres también viven de la tierra. Es aquel al que ni le gusta ni le horroriza esa vida, pero que se ha dedicado a otra cosa porque no veía en la tierra su futuro. Ángel García, 24 años. Sus padres son ganaderos. Los tres hijos estudian y tienen su propio trabajo, pero cuando están en el pueblo echan una mano a sus padres. Ángel, estudia ingeniería industrial en la Universidad de Zaragoza. Ya ha acabado, sólo le queda el proyecto. Antes de irse estuvo en León estudiando un módulo de grado superior de automoción. Hasta este año, cada verano volvía al pueblo para compaginar su trabajo en la base de incendios de Sahechores con el negocio familiar. Ahora las cosas han cambiado, está trabajando en Zaragoza y sólo ha venido unos días de vacaciones. Pero le han servido para volver a sus orígenes. Más o menos a la misma hora todos los días, ha tenido que reservar un «ratito» para ir a ayudar a sus padres. El trabajo ganadero también es muy duro, puesto que abarca prácticamente una jornada completa. Durante el invierno, el volumen de trabajo es menor. Los días son bastante rutinarios. A primera hora de la mañana ordeñan a las ovejas y las echan de comer; una tarea que les ocupa prácticamente toda la mañana. Por la tarde, llevan el rebaño al campo durante tres o cuatro horas, para volver antes de que oscurezca. Las encierran y las vuelven a ordeñar. Durante esta época del año, los padres de Ángel pueden valerse mejor por sí solos, pero cuando llega la primavera y hay que empezar a sembrar, la cosa se hace más dificil. Entonces, el padre se ocupa de todo lo que conlleva el trabajo de las tierras y la madre de los animales, pero necesita de la ayuda de Ángel y sus hermanos para ordenar el ganado, echarlo de comer, sacarlo y recogerlo de nuevo, limpiar la cuadra, etc. «Está bien volver de vez en cuando para no olvidar cuales son nuestros orígenes», asegura Ángel.