La pobreza y la ignorancia alimentan el mal de Chagas
La pobreza, la falta de condiciones higiénicas y la ignorancia se unen una dramática combinación que alimenta el «mal de Chagas», una enfermedad que sufren unos cuatro millones de argentinos, el 10 por ciento de la población, y que los expertos
Según cálculos oficiales, alrededor de 90 millones de personas están expuestas a la enfermedad y 25 millones han sido infectadas por este mal, endémico de América Latina, que se extiende como la pólvora en las áreas más deprimidas. Transmitido por el «Trypanosoma cruzi», un protozoo flagelado que se da en climas cálidos, la Tripanosomiasis Americana o «mal de Chagas», que debe su nombre al descubridor de la enfermedad, el científico brasileño Carlos Chagas, es un problema común a toda la región, desde México hasta Argentina. El parásito, conocido popularmente como «vinchuca» o «chinche gaucha», anida en viviendas de madera, caña o adobe (barro), y en corrales, se alimenta de sangre humana y de animales domésticos y transmite el mal a través de deyecciones nocturnas que se introducen en la piel y atacan órganos vitales. La enfermedad, para la que no hay vacuna, puede provocar invalidez y lesiones irreversibles que pueden derivar en muerte por insuficiencias cardiacas o embolias, de ahí la dificultad para determinar el índice de mortalidad real. En muchos casos, la infección comienza por un ojo, que adopta un color morado y se hincha -lo que se conoce como el «signo de Romaña»-, delatando el contagio en la primera fase de la enfermedad, acompañada además de fiebre, malestar e inflamaciones. Una segunda fase, que puede prolongarse durante años, es asintomática, lo que hace suponer erróneamente que el paciente está curado, hasta que surgen nuevas manifestaciones, en la tercera y última etapa, con lesiones en órganos vitales. Según la cardióloga Claudia Beatriz Costa, de la Fundación Argentina de Lucha contra el Mal de Chagas, la enfermedad es uno de los más importantes problemas sanitarios del país, con unos 4 millones de afectados. No obstante, Costa lanza un mensaje de tranquilidad: el 75 por ciento de los infectados no desarrolla la enfermedad y puede llevar una vida normal, asegura en una entrevista. Los índices de prevalencia, explica, varían sensiblemente de unas zonas a otras, son casi inexistentes en el sur del país y superan el 50 por ciento en áreas del norte, como Formosa, el Chaco y Santiago del Estero. En los últimos años, las migraciones y la proliferación de villas (barrios de chabolas) han contribuido a extender la enfermedad a las grandes ciudades, con un significativo incremento de casos en el Gran Buenos Aires y en áreas marginales de la capital argentina. Según Costa, el problema se agrava porque se trata de una «enfermedad de pobres y a nadie le interesa», aunque, a su juicio, la razón fundamental de que todavía no exista una vacuna está en la complejidad del tratamiento por la mutación del parásito. Si bien la especialista reconoce avances en la atención a Chagas en Argentina, a través de planes sanitarios municipales y nacionales, todavía queda mucho por hacer en materia de prevención, adecuación de viviendas y fumigación. La solución final, apunta, pasa por «invertir en investigación y que toda América Latina se ponga de acuerdo». También para Gonzalo Basile, presidente de Médicos del Mundo Argentina, Chagas es resultado de «la pobreza estructural». La inexistencia de censos sanitarios actualizados y fiables en las zonas afectadas, se lamenta Basile en declaraciones a Efe, dificulta el control y la labor de prevención, al tiempo que favorece altas tasas de transmisión por transfusiones de sangre, origen del 4,2 por ciento de los contagios. «Hasta que nuestros estados en América Latina no se planteen una solución a estas situaciones no se podrá abordar una salida integral», concluye. Mientras los gobiernos de turno de los países más afectados -en el cono sur, Bolivia, con un índice de prevalencia del 20 por ciento, Paraguay (9 por ciento) y Argentina- se ponen de acuerdo, millones de personas, pobres en su mayoría, siguen contagiándose con el mal.