Sólo la mitad de los 440.000 españolescon psicosis recibe algún tratamiento
Cincuenta años después de que el primer fármaco cambiara la historia de la esquizofrenia al sacar del manicomio a los pacientes para darles tratamiento, el gran reto son las terapias personalizadas. El 85% de los españoles con esta enfermedad y
Cincuenta años después de que el primer fármaco cambiara la historia de la esquizofrenia al «sacar» del manicomio a sus pacientes para darles tratamiento normalizado en la comunidad, el abordaje sanitario y social de esa forma más grave y frecuente de psicosis arrastra serias asignaturas pendientes y se enfrenta a importantes retos. Empezando, en palabras del experto alemán Werner Kissling, por la «estigmatización de la enfermedad y su terapia psiquiátrica», que retrasa el diagnóstico y perjudica indirectamente a la investigación en salud mental al derivar en discusiones sobre la inversión en ese ámbito que no se plantean en otro tipo de dolencias. Kissling, psiquiatra de la Universidad de Múnich, alerta de las negativas consecuencias de tal estigma. Por una parte, las personas con esquizofrenia y otras psicosis (la incidencia permanece estable en las últimas décadas entre el 0,8% y el 1% de la población) tardan hasta cuatro o cinco años en buscar tratamiento. Por otra, más de la mitad de pacientes que deberían tomar antipsicóticos, no lo hacen. En España, el escenario es parecido, ya que el alto porcentaje de diagnósticos (85% de las 440.000 personas con algún tipo de psicosis) no se corresponde con el inferior 50% que recibe el correspondiente tratamiento, déficit en el que influyen tanto el retraso medio de tres años en iniciarlo como el incumplimiento terapéutico. Recaídas El abandono o toma inadecuada de la medicación es uno de los grandes quebraderos de cabeza de los especialistas, porque es el principal motivo de recaídas, que además de numerosas (el 80% de pacientes las sufrirá), se sucederán con más frecuencia, causarán mayor discapacidad y responderán peor a nuevos tratamientos. «Cada recaída disminuye la capacidad terapéutica de los antipsicóticos», remarca Stef Heylen, responsable médico de investigación y desarrollo de nuevos medicamentos en psiquiatría y neurología en Johnson & Johnson Farmacéutica. Esta compañía, que acaba de lanzar el más reciente antipsicótico (paliperidona) y produce el más prescrito en el mundo (risperidona), celebra en este 2008 los 50 años del descubrimiento por su filial Janssen-Cilag de haloperidol, el fármaco que reescribió la historia clínica de la esquizofrenia. La celebración le ha servido para pasar revista a «50 años de innovación» en salud mental en una jornada científico-informativa en su sede belga de Beerse, donde Heylen contrapesó los avances logrados en este medio siglo y los retos pendientes. En el ámbito de las psicosis, reconoció que «estamos muy lejos de una cura» de la esquizofrenia, que recibe un tratamiento sintomático cuya eficacia es mayor frente a sus típicos síntomas positivos (alucinaciones, delirios, sentimiento de persecución) que frente a los negativos y cognitivos que, como el embotamiento afectivo o la pasividad, recortan la capacidad del paciente de relacionarse socialmente. Y también queda «mucho por hacer» en la reducción de efectos secundarios de la medicación, donde se han progresado bastante, aunque persisten, según el experto británico Gavin Reynolds, importantes riesgos como el aumento de peso y sus posibles complicaciones metabólicas y cardiovasculares. Reynolds, profesor de Neurociencias en la Universidad norirlandesa de Belfast, divisa un horizonte próximo con peso creciente de la genética, para evaluar paciente por paciente el riesgo de efectos secundarios graves y la probabilidad de buena respuesta terapéutica. Y su apuesta por la medicina personalizada coincide con la de Paul Stoffels, presidente de investigación y desarrollo de todo el grupo Johnson & Johnson Farmacéutica. Aunque éste prefiere revestirla de cautela, ya que, por un lado, está habiendo «grandes progresos para individualizar el tratamiento» de las psicosis, pero, por otro, sigue siendo complicado «entrar en el enfermo» para medir los parámetros que permitan diseñar esa terapia a la carta y ofrecerle «el mejor tratamiento sin efectos secundarios».