Diario de León

Un artista trasgresor en busca de nuevas realidades

Emilio López-Menchero | Artista polifacético hispano-belga, de madre bañezana, instalado en Bruselas

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GABRIEL ÁLVAREZ | texto
León

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|||| Asoma M el gigante entre todas las obras presentes en la exposición Corpus Delicti , recientemente inaugurada en el Palacio de Justicia de Bruselas y que finalizará a mediados de noviembre. Emilio López-Menchero es su creador. Su madre, natural de La Bañeza, le llevaba cada verano a la localidad leonesa. Allí conserva algunos de sus mejores recuerdos y su influencia se ha extendido a toda su obra. La composición de M el gigante , precisamente, proviene de su visión de los gigantes y cabezudos leoneses. «León ha influido en casi todo en mi vida», argumenta. Nace en una población belga llamada Mol hace 48 años. Sus padres, químicos de profesión, se habían mudado a Bélgica para formar parte del Euratom, el origen de la Unión Europea. Después, su padre entra en la Agencia de Energía Atómica de la ONU y la familia pone rumbo a Viena. En su adolescencia, López-Menchero se empieza a interesar por la pintura merced a un amigo de su padre. A los 20 años, decide inscribirse en La Cambre, una famosa escuela de artes visuales en Bruselas, e inicia estudios de Arquitectura. Paralelamente, cursa estudios de pintura para no desprenderse definitivamente de tal modalidad. Termina la carrera y continúa en La Cambre en el Taller de Arte. Allí comienza su singladura por un campo frecuentado posteriormente: la intervención en espacios urbanos. «Descubrí las relaciones de arte y arquitectura y de cómo intervenir in situ de manera poética, visual y sonora en el espacio público», dice. Su primera incursión en el mundo del arte se produce a finales de los ochenta en la circunvalación del famoso barrio de Saint Gilles. «Era la primera vez que hacía una intervención utilizando elementos iconográficos. Mi primer acto conceptual», afirma. Coloca siete pancartas enormes en lo alto de cada una de las salidas de la rotonda. Decían, en francés: cómo callarse en siete lenguas . «Es un barrio aferrado a su multiculturalidad. El mundo entero está representado en ese barrio. Es una especie estética de la manifestación», asevera. Se trata de su primera crítica social, que le acompañará el resto de su carrera. El silencio imperante en ese barrio ante la problemática socio-económica reinante en aquella zona define el objeto de la primera de sus obras. A principios de los noventa, da su primer paso a nivel internacional. Precisamente, se dirige a Lodz, una ciudad cerca de Varsovia. Para los artistas minimalistas o conceptuales se trata de una ciudad mítica por ser la primera en albergar un museo de arte moderno. Se reúnen 60 artistas de éxito internacional. Cada uno crea su propia obra. «En aquella época hacer algo en el espacio público era más fácil en el Este. Tuve una experiencia en un sitio muy particular. Encontré un escenario detrás de una casa del siglo XIX. Era un extraño espacio público. Cambié ese escenario para que se pareciera a una estación de metro aislada del mundo», comenta. Coloca raíles, pintó líneas sobre el suelo similares a las existentes en las estaciones de metro, puso un cartel con el nombre de la parada (en este caso Lodz) y sitúa un banco sobre el escenario. «La gente llegaba allí y se sentaba como si nada», dice. Otra de las constantes en la obra de López-Menchero se pone de manifiesto aquí: su interés por la reacción del público. En 1998, se hace acreedor de la beca Künstleraus Bethanien. Se establece en Berlín durante un año. Allí crea dos suelas de color amarillo de 18 centímetros de altura. «Son amarillas porque es el color de todo lo que es provisional y mi obra iba a serlo. Y 18 centímetros porque en arquitectura se considera una medida estándar», explica. Sitúa las suelas en diversas zonas de la ciudad para comprobar la reacción del público. «De pronto, la gente reaccionaba. Las suelas componen un elemento que a uno le permitía inspeccionar diferentes realidades. Intento provocar reacciones e inventar realidades», esgrime. Es, de hecho, la invención de nuevas realidades la tercera característica del arte de López-Menchero. De su experiencia alemana, hace un libro con dibujos sobre todo lo que el ser humano podía representar colocado encima de las suelas. Al año siguiente, realiza una performance en la Bienal de Venecia, un evento donde cada país dispone de su pabellón para mostrar la obra de un artista de su nación. Vestido de bandera belga va vendiendo atomiums hechos con pelotas de ping pong por toda la ciudad. Pese a parecer un acercamiento al arte kitsch , el trasfondo es otro muy distinto. Lo que procura López-Menchero es explorar la identidad personal. «Es un héroe anacrónico respecto a los míos. Intento vender turismo al turismo. Era un personaje que se acoplaba a cualquier campo. Se le pegaba un nuevo significado en función de donde estaba», dice. En un mundo que venía de sufrir la guerra de Yugoslavia, el arte se mostraba de manera nacionalista. A ello hay que sumar la problemática belga entre flamencos y valones. López-Menchero reacciona enfundándose la bandera de Bélgica y visitando todos los pabellones vendiendo atomiums . «El arte se debiera abrir a la globalización. Ésa es la crítica», revela. He aquí la cuarta característica de la obra del artista hispano-belga: la ruptura de fronteras, de barreras en favor de la globalización. Reacción del público Aparece entonces una figura en la vida profesional de López-Menchero que le encumbraría entre los grandes. Jan Hoet, comisario de exposiciones y director del museo de arte de Gante, le permite hacer una nueva incursión en el espacio público. «Puse ocho altavoces en varios puntos altos de la ciudad de Gante y carteles de Johnny Weissmuller por todos lados. El grito de Tarzán sonaba ocho veces al día por los altavoces», indica. Vuelve a incurrir en la reacción del público como principal preocupación de su obra, dentro de una iniciativa que fue todo un éxito y el pasaporte de López-Menchero a la elite. En 2002, se produce la convergencia de las cuatro características que acompañan a la obra de López-Menchero. Crea un camión dibujando por dentro y por fuera figuras humanas exactamente iguales basadas el libro Normas y medidas en la construcción , de Ernst Neufert. Llena todo el camión. De ahí, que el nombre de la obra sea Capacidad máxima . La obra, que estará presente en el Museum Dhondt-Dhaenens de la localidad belga de Deurle a partir del próximo 5 de octubre, es una alegoría de la emigración. Rememora a aquellos chinos que fueron encontrados viajando ilegalmente dentro un camión. «Hay gente que pasa ilegalmente. La globalización explota. La manera de controlar el territorio es puramente económica y antinatural», señala. En su creación mezcla todas las líneas maestras de su arte: la crítica social, ante la necesidad de buscar una vida mejor; la creación de nuevas realidades y la reacción del público, que interactúan con la obra cuando se encuentran dentro de ella; y la ruptura de fronteras, como homenaje a aquellos que trataban de penetrar ilegalmente en otro país. Obras con lo absurdo Posteriormente, López-Menchero vuelve al terreno de la performance con torero-torpedo . Se trata, probablemente, de una de sus obras más en línea con lo absurdo y que justifica la reacción del público como su principal prerrogativa en la definición de la actuación. Vestido de torero, sobre una bicicleta que lleva cuernos en lugar de manillar y una radio en la que suenan pasodobles, acude a los museos para detenerse donde hay algo rojo. Es un homenaje a Marcel Brotard, uno de sus artistas predilectos. Hace apenas un par de años, realiza uno de los monumentos más conocidos de Bruselas: la Pasionaria . Se trata de un altavoz gigante que homenajea a la inmigración marroquí. «Está situado en la calle Stalingrado de Bruselas, justo al lado de Midi (la principal estación de tren de la ciudad), porque es el lugar al que los marroquíes llegaban por primera vez», argumenta. Su interés por la quiebra de fronteras vuelve a quedar latente. En 2007, y con la vitola de artista de renombre bajo el brazo, sale a la luz M el gigante , la figura que hoy se eleva por encima del resto en el Corpus Delicti . «Cuando veía gigantes en Bélgica tenía la sensación de estar en León. Quería mirar el folklore en lo que es real. Es algo histórico lo que se hace de las costumbres. Pero para mí era importante fusionar la tradición y el arte contemporáneo. Es la imagen de un hombre nuevo. Es un hombre occidental sin identidad», expresa. La simbología va más allá de su imagen. Se retrotrae a sus primeros años como profesional para explorar nuevas realidades y comprobar la reacción de la gente. «Me permite pasear a través de realidades diferentes. Lo hice penetrar en una cárcel para inmigrantes ilegales. Es como un comodín en la baraja», atestigua. Hecho con sacos de mimbre, madera y papel pintado, se diferencia de los gigantes españoles en que tiene falda en lugar de patas. M el gigante afianza el encumbramiento de López-Menchero como artista de renombre, un profesional en plena ebullición cuyo límite se presume hoy en día insospechado.

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