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Publicado por
RAÚL LÓPEZ LÓPEZ | TEXTO
León

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Es paradójico el hecho de que para comprender las cosas que le ocurren al mundo, y como una parte de él a nosotros mismos, tenemos la necesidad de distanciarnos. Cuando observamos un lienzo, buscamos perspectiva para una valoración adecuada. Como todo lo que acontece bajo el amparo de Ra, esto no pasa por descubrimiento. Ya hubo un Thoreau y un Walden, un Montaigne y una torre. Y tantos otros. Y yo no dejo de ser nada más que un inadaptado moderno más que tiene por terapia ocupacional buscar en la letra impresa, las notas del pentagrama y las imágenes la respuesta a sus preguntas, las de tantos, las de todos, a sabiendas que dónde estoy es todo lo lejos que voy a llegar. En la vida todo es terapia ocupacional. La noticia Pero el aislamiento tiene sus peligros. Había quedado con mis amigos de la infancia y les esperaba frente al quiosco de prensa de Guzman para un paseo de domingo otoñal por el rastro. Llegué pronto, lo que es más un deseo de la gente con quien me cito que una realidad en la mayor parte de las ocasiones. Como yonki de la letra impresa no hallé mejor forma de achicar el aburrimiento que hojear la prensa que en el quiosco se ofrecía. Un somero vistazo dio paso a la sorpresa cuando vi demasiadas portadas dedicadas a alguien que admiraba desde hacía años. No era habitual, las portadas se reservan normalmente a personajes que desconozco o ignoro. Un complot. Como aparece la imagen de una fotografía sobre el papel blanco en un cuarto oscuro se me reveló con claridad meridiana el hecho. Había muerto. Mis amigos llegaron y, contrariado, les conté lo sucedido. «Hace ya semanas», «Todo el día de médium leyendo las palabras de difuntos de siglos, milenios, te distancian de la realidad». Concluidos con una carcajada como marco al reproche. Mentiría si no confieso que lo que descubrí aquella mañana con paisajes en tonos cálidos me entristeció. Conduciéndome a la reflexión rayana en taciturnez. A parte de recordar el placer con el que había disfrutado con sus actuaciones, instintivamente me vino a la cabeza mi padre. En mi familia se había comentado que en una de las fotos de juventud se parecía mucho al actor. Busqué el monumento a la memoria de cualquier familia, su álbum de fotografías. Allí estaba mi padre en una sobria foto de estudio en blanco y negro con un botón negro en la solapa que recordaba que no hacía mucho había perdido a su padre, mi abuelo. No hallé ningún parecido, por sutil que este fuese, entre mi padre y el protagonista de El Buscavidas . Y sonreí por lo estúpido de haber creído que existía. Las únicas similitudes entre mi padre y el actor piloto de carreras eran ese displicente gesto de sujetar el pitillo en la comisura de los labios y el cáncer de pulmón que había puesto fin a las vidas de ambos. Una tarde entre libros Comenzaba a tomar forma en mi cabeza el deseo de escribir sobre el difunto actor. Pero no era capaz de definir el cómo , ni de ahuyentar el para qué , después de la proliferación de resúmenes de su vida extraídos de la Wikipedia publicados en cientos de medios durante las semanas posteriores a su fallecimiento. En una de las tardes en las que pasaba a surtirme de charla y algunos libros en la librería Galatea conté mi desconcierto por la noticia y la anécdota de la foto de mi padre. Sonreímos. Sorprendido y divertido a la vez, Santi, el risueño dependiente de Eureka, que buscaba en la librería lo mismo que yo, me dijo que en la familia de su mujer, Ana, se contaba lo mismo de su suegro. Qué poco valoramos el enriquecimiento personal que conlleva la conversación. Cuando salí, en mi paseo podía sentir como una sonrisa se dibujaba en mi rostro. Todavía en este estado encontré a Marti, la rubia pizpireta amiga de un emperador romano lanudo. No pude dejar de contarle lo ocurrido. Ella, sobria, me miró desconfiada. «Eso mismo se decía de uno de mis abuelos». Parecía un azaroso encaje de bolillos austeriano. Qué caprichoso es nuestro mundo en ocasiones. Todos parecíamos desear a Henry Gondorf como padre. Revisitando placeres En los siguientes días me embargó el deseo de volver los filmes del desaparecido actor. Sin discernir si se trataba de una terapia o de un ancestral conjuro para resucitar a los muertos, aunque sea un poco, en nosotros. Desempolvé mis películas y adquirí otras nuevas. Cruzándome con otros nostálgicos. Tarareé The Entertainer , el tema de El Golpe mientras me tocaba la nariz. Incluso le pedí al acordeonista de la Calle Ancha que lo tocara para mi y para todos. Desee vivir, ser feliz mientras él paseaba en su bicicleta a Katharine Ross al tiempo que sonaba Raindrops Keep Falling On My Head de B. J. Thomas en Dos Hombres y un Destino . Reí con un anciano y cínico albañil en Ni un pelo de tonto . Quedé cautivado por reposada intensidad de las imágenes cargadas de sentido de Sam Mendes en Camino a la perdición , su última película. Y lloré. La gata sobre el tejado de zinc caliente , El largo y cálido verano , Dulce pájaro de juventud , los dramas sureños de Tennessee Williams que tan bien interpretaba. Y tantas otras sensaciones en las demás consabidas películas El color del dinero , Harper, detective privado , La leyenda del Indomable ¿ y me alegré de no haber visto hasta entonces algunas, incluso de no haberlas visto aún. La sensación que produce la certeza de posponer un placer es inmensa. Los chicos Sabia que todo eso no me ocurría sólo a mí. Que en los salones de infinitos hogares otros habían disfrutado como yo. Pero me apesadumbraba el hecho de que otros tantos desconocían ese placer. Iluminado por la convicción de que la función del maestro mostrar el camino de la vida a través del conocimiento, propuse a mis alumnos del pequeño grupo de Diversificación 4º de E.S.O. del Colegio Paula Montal de Astorga realizar una redacción sobre el personaje. La culminación fue ver una de sus películas. Cuando en la Sala de Audiovisuales, convertida en un pequeño cine, comenzaban a discurrir ante nosotros las imágenes de Camino a la Perdición me asaltó la sensación de que quizá para ellos, chicos de dieciséis y diecisiete años, aquello sería como las secuencias en sepia adornadas con el traqueteo de un proyector que aparecen en Dos Hombres y un destino para contar la historia de la Banda del desfiladero. «Hoy han muerto, pero en otro tiempo dominaron el Oeste». Como en tantas otras ocasiones, me equivocaba. Observé en la oscuridad sus rostros apenas iluminados por los reflejos de la pantalla, concentrados, silenciosos, emocionados. La película les encantó y, tras ella, sen enzarzaron en una apasionada discusión sobre los absolutos en el ser humano, bondad-maldad, amor-odio y los diferentes tonos de gris de la realidad. Luego los recursos estilísticos, la cadencia y significado de las imágenes, la muerte como expiación representada por escenas donde siempre hay agua purificadora. Tantas cosas¿ El final de la cabalgada La vida de nuestro actor fue un broadway (dilatado camino) con más momentos ilustres que los treinta y nueve teatros de la mítica avenida de Manhattan y todos los que he conocido rezumaban un amor a la Vida que me embarga de alegría. Estoy convencido que aceptó la muerte con una sonrisa, como en el entierro de la anciana lunática que se fugaba caminando por la nieve en Ni un pelo de tonto . El hombre que sale de la cárcel para el sepelio, el acierto en la Triple Gemela. Imágenes de amistad y esperanza. Y con valor, como Butch Cassidy con su inseparable amigo Sundance Kid saliendo de aquel cobertizo de piedra en Nuevo México camino de la muerte, camino del mito. Despidiendo la vida como una mariposa que con las alas exhaustas se posa para descansar. Así murió nuestro hombre, rodeado por su familia como los héroes anónimos protagonistas de nuestras pequeñas grandes batallas de cada día. Un dilatado camino La vida de Newman sería un broadway con más momentos ilustres que los treinta y nueve teatros de la mítica avenida de Manhattan. Pero ese sería el primer peldaño. El servicio militar en Okinawa (sí, la isla en la que Marlon Brando se convierte en oriental en Casa de Té de la luna de Agosto ), la Guerra, la Facultad de Económicas, el fútbol americano, todo para encontrar su destino: la interpretación. Comenzó en una humilde compañía de teatro llamada Woodstock Player¿s en Illinois. Allí conocería a Jacky Witte, su primera esposa y madre de sus tres primeros hijos. Su formación como actor se desarrolló en lugares destacados como la Universidad del Yale y el mítico Actor¿s Studio de 432 West 44th Street de Nueva York. Fundado por Elia Kazan, entre otros, destacaba por impartir el denominado Método Stanislavski. A partir de 1952 alcanzó la fama de la mano de Lee Strasberg y el desfile de actores que por allí pasaron. Nutrieron sus aulas actores de la talla de Marlon Brando, Montgomery Clift, Sydney Portier, Steve McQueen y James Dean. La salsa de la vida. Wwinning.