Murales para la historia del cine
|||| Para Velasco lo más importante fueron los efímeros carteles que lanzaban sus coloristas destellos sobre la marquesina del Emperador. Mientras pintaba casi en la penumbra detrás de la pantalla, Velasco ha escuchado la banda sonora de múltiples películas, «Y también -”asegura-” me las he imaginado. Yo, pintando, he sentido muchas sensaciones cinematográficas. Cuando estaba a solas trabajando tras la pantalla, en esas horas mágicas en las que el teatro estaba vacío, me sentía maravillosamente bien, porque, aunque en soledad, vivía en un espacio en el que la noche anterior habían estado los personajes de un concierto, de un ballet, de una obra teatral o de una película y compartía con ellos la magia de sus luces y sus sombras. Si escuchabas con mucha atención, aún te encontrabas con los ecos de lo que había sucedido allí el día anterior. Nunca me sentí sólo, me encontraba rodeado de unas vibraciones, de unas emociones que me ayudaban a seguir pintando, experimentando, buscando siempre algo nuevo y sorprendente».
De cualquier forma el artista tiene vocación de nostálgico, al pagarse los focos, al marchitarse las bambalinas del teatro Emperador, se evaporaron con ellos sus mejores recuerdos cinematográficos. El cine ha perdido mucho de su misterio, por eso Velasco sigue anclado en las viejas películas, en los clásicos del séptimo arte, en las películas en blanco y negro. «Antes había filmes -”comenta-” por ejemplo:
y los grandes musicales, que no puedo olvidar. Pinté de ellas unos carteles descomunales y llenos de color que nunca llegarán a borrase de mi memoria».