Diario de León
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León

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|||| Mucho me temo que hay tanta objetividad en las listas de las más elegantes como en las valoraciones que hace la Oposición sobre la política del Gobierno. Y, desde luego, tanta emoción, suspense y asombro en el veredicto como en la final de un Premio Planeta.

Porque llueva, truene o haga sol, la ganadora es... Por supuesto, Isabel Preysler. ¿Quién si no?

Proclamar a Isabel Preysler reina de la elegancia un año tras otro es equiparable a elegir como Miss España siempre a la misma señorita. Quedará muy fino, no digo que no, pero carece de aliciente. Entre otras cosas, porque tanta superioridad desmoraliza a las contrincantes, que pierden interés, no se esfuerzan lo suficiente e incluso acaban tirando la toalla. Yo, desde luego, si fuera Naty Abascal, lo vería de esta forma. ¿Para qué tanta laca, tanto planchado y almidonado epidérmico? ¿Para qué dejarte los riñones subida a tacones suicidas o ir en enero en sandalias si nunca, por más que lo intente, voy a ser la

? (Ahora que lo pienso, tal vez esa reciente úlcera sangrante de Naty haya tenido algo que ver con el insoportable estrés que genera la elegancia).

Bien es cierto que Abascal este año ha ascendido de la décima posición a la cuarta. Pero, ¿y qué?, si de ahí no va a pasar; si le acaba de adelantar por la derecha una jovencita llamada Ana Boyer que, como mucho, se habrá puesto diez trajes de noche en su vida.

No, en estas votaciones deberían valorarse también los kilómetros de alfombra roja recorridos. Si los suman, yo creo que a Naty le sale que ha dado la vuelta al mundo en

. Pero como a Isabel no hay quien la destrone, le han buscado la única forma posible de sustitución: una heredera. Porque lo de Preysler no es una familia. Eso es una dinastía.

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