Diario de León

El Museo de Riaño recupera la identidad de todo un valle

La historia de la capital por excelencia de la montaña leonesa dio un vuelco el 31 de diciembre de 1987. Pero a los riañeses no hay quien los rinda, y ahora su entusiasta museo muestra la fiel réplica de una emblemática «casa de humo&raqu

Vista de la réplica de la «casa de humo» que se está ultimando en la planta baja del Mus

Vista de la réplica de la «casa de humo» que se está ultimando en la planta baja del Mus

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Como las crueldades e injusticias de la historia no se pueden remediar porque ya sucedieron, no hay posición más sabia que la de tirar para adelante y hacer todo lo posible por evitar que vuelvan a producirse. El valle de Riaño, símbolo señero de la montaña leonesa, enclave paradisíaco sinónimo de peña, bosque, río truchero, grandes aluches, casonas de piedra y corredor, guapos hórreos y mucho ganado, y prestosísima habla oriental, quedó anegado por un monstruoso pantano cuya imponente presa se cerró un 31 de diciembre del año 1987. Después llegaría la construcción de un nuevo pueblo de tipología urbana y una larga y compleja lucha por recordar, por tener presente, aquella tan arraigada identidad milenaria.

El buque insignia de esa labor es el Museo Etnográfico Montaña de Riaño, abierto por el ayuntamiento en 2004 y que está desarrollando un asombroso trabajo de recopilación, estudio y difusión de piezas históricas y etnológicas de la montaña oriental de León, desde su más antigua prehistoria hasta la cultura popular que permaneció en vigor hasta el siglo XX. De la mano de sus trabajadores y de la muy entusiasta asociación cultural Vadinia, el centro sigue ampliando su oferta y en este momento se están dando los últimos retoques a una réplica exacta de otro de los símbolos de aquel Riaño tan querido: la antigua

, antaño muy extendida por la comarca y de enorme interés histórico y arquitectónico por su gran arcaísmo.

Ana Valbuena, trabajadora del ayuntamiento riañés y miembro asimismo de la asociación Vadinia, hace de cicerone por este museo de tres plantas que ha recibido ya miles de visitas procedentes de todas las comarcas leonesas y aun de fuera de ellas: Valbuena muestra cómo está dividido por áreas y por épocas históricas, ayudando a la comprensión de las diferentes materias varios paneles explicativos, ilustraciones, cuadros y obras de arte, estampas recreadas, maniquíes, maquetas e imágenes, como las muchas fotografías de casas tradicionales del viejo Riaño que pueblan las paredes.

El último madreñero

Por ejemplo, una de las escenas que dan la bienvenida al visitante es la del madreñero, reconstrucción inspirada en el último artesano de madreñas de Riaño, Marcelino García Fernández, que murió el año pasado. Con una diversa representación de las madreñas que hizo en vida, y de otras usadas en la zona, como las

, de Tarna, con los

más altos, se muestran las diferentes fases de elaboración del más típico calzado leonés: el tronco de haya a partir de la cual se fabrican, cómo se vacían, se

, se tallan, se lijan... Otros elementos que pueden contemplarse en el área de la cultura popular son los que intervienen en el proceso de obtención y transformación de la leche, vital para todos estos valles norteños, con sus respectivas cántaras, mazadoras, mantequeras, etc.; además de la indumentaria tradicional, la antigua escuela y el mundo de la infancia, las fiestas y celebraciones (con la lucha leonesa como gran estandarte), el ramo de Navidad, las romerías, el carnaval (al que también se llamaba

, y que ejemplifica un

vestido con todo detalle, personaje comparable al

o

de otras zonas), y la cestería y el mobiliario, entre otros aspectos. Además, la música está representada con el emblemático rabel, que tanto se tocó por estas cabeceras trashumantes, tanto con algún ejemplar superviviente de la demolición que sufrieron los nueve pueblos como con las varias reconstrucciones que de rabeles leoneses ha efectuado el conocido artesano de Veguellina de Órbigo José Luis Reñón.

En cuanto al área arqueológica e histórica, el museo muestra, perfectamente dispuestos, nombrados e identificados, numerosos vestigios del rico pasado de la comarca, desde puntas de flecha, piedras de sílex y útiles de caza, pesca y recolección de los primeros pobladores de estas montañas, hasta estribos, cuchillos y espadas medievales, además de información sobre antiguas localidades y asentamientos que más tarde se despoblaron, pero que dejaron tras de sí un rico legado arqueológico. Un vadiniense, la tribu prerromana que habitó estas cabeceras, permanece vigilante con sus pieles, armas y fíbula, según reconstrucción de Pedro Luis González, el artífice de todos los maniquíes que «viven» en este museo. Lápidas funerarias vadinienses con sus respectivas traducciones y otros elementos de aquella cultura completan la sala.

Una vez llegados a la planta baja, donde se encuentra la última «joya» del Museo Etnográfico, Ana Valbuena informa de que esta réplica «a tamaño natural», de una de las casas de humo riañesas, ha sido posible gracias al Grupo de Acción Local Montaña de Riaño, que gestiona en la zona el programa europeo Leader Plus y que materializó una idea surgida del ayuntamiento y de la citada asociación cultural Vadinia. En concreto, la inversión conjunta del grupo y del consistorio alcanzó los 26.800 euros; la inauguración de esta casa del humo está prevista para la próxima primavera.

La casa que podrá verse en el museo es una réplica de la «Casa de la Tía Genoveva», una de las muchas que llegó a haber en Riaño y los pueblos de alrededor, y tanto las maderas empleadas (la famosa horca u horcón que sustenta toda la estructura, de hecho este tipo de casa también se llamaba casa de horca o sobre horcones) como los

(paja de centeno) que cubren el tejado son auténticos, reutilizadas las maderas y dinteles y expresamente colocada la paja por un grupo de artesanos.

Dentro puede apreciarse la peculiar distribución que existía en este tipo de hogares, con unos delgados tabiques de cañizo entretejido separando el cuarto destinado a las personas del que ocupaba el ganado, y la amplia cocina con el

(cocina baja) y el horno, cuyo funcionamiento hacía que el techo y toda la estancia apareciera ennegrecido y cubierto de una capa de duro hollín (de ahí lo de casa del humo; pero es que además este tipo de casas no tenían chimenea y el humo, en parte, se escapaba por un simple agujero o ventano, aunque también podía llenar las estancias).

Uno de los principales «inspiradores» del proyecto, el riañés Antonio González Matorra, es también el autor de un extenso estudio sobre este importante elemento de nuestro patrimonio cultural, además de haber diseñado paneles explicativos que muestran con detalle cómo era el proceso de construcción que se llevaba a cabo en estas edificaciones.

Según el estudio, este tipo de construcción se enmarca dentro del conjunto de las «casas de techumbre de paja», que, como recuerda González Matorra, «tan característico es de la región leonesa». Y es que, en efecto, León, por la configuración de su territorio, evolución histórica y social, y recursos económicos y naturales, ha sido hasta hace nada un verdadero «museo al aire libre de la Historia de la Arquitectura», con casi todas las etapas de este arte representadas en sus diferentes comarcas, desde los castros astures y las pallozas de paredes redondeadas hasta las casas-quinta riberanas, con muy diversos «eslabones intermedios» entre las casas de una planta y las dos plantas y corredor, y tejados de paja y tejados de losa o teja.

Las techumbres vegetales eran extraordinariamente frecuentes, y no sólo en la montaña. Gentes de pueblos cercanos a la capital leonesa, como Villadangos del Páramo, recuerdan pajares techados de paja que pervivieron hasta las primeras décadas del siglo XX, y hasta finales de la pasada centuria pervivieron aquellas casas que se llamaban «de techo», cubiertas de centeno, en la Montaña Central; y Laciana, Omaña, Cabrera y los bordes montañosos del Bierzo han venido conformando un sugerente muestrario de soluciones constructivas, interesantísimas y en todo caso muy arcaicas, desconocidas en otros ámbitos, y que León, por desgracia, no ha sabido, o no ha podido, dotar de valor social y económico a este patrimonio único. Hoy en día perviven ejemplares de este tipo en número cercano al centenar, algunos prácticamente en ruina total y otros rehabilitados, pero en todo caso se echa en falta un recuento y estudio exhaustivo de la situación actual de las edificaciones con techo vegetal de León, tanto de viviendas como de otros edificios como cuadras o pajares (pues algunas, sobre todo en Omaña, aún conservan los

debajo del fibrocemento o uralita, con lo que, al menos, éstos se mantienen).

El reino de los techos vegetales

Cuando se habla de este tipo de casas hay quien piensa en las perfectamente cuidadas pallozas gallegas o en las brañas del occidente asturiano, cuando en León se extienden por un radio aún más extenso, pero sin estar debidamente atentidas por la administración ni sentidas con orgullo por sus propietarios. Pallozas, casas de

,

o

, casas de piso, casas de humo o de horcón, hórreos de techo de paja,

de Cabrera... chozos de pastor cubiertos de escoba,

, tapias bardadas..., todos ellos son típicos de nuestras latitudes.

Continúa Antonio González Matorra advirtiendo que, en la comarca de Riaño «la planta rectangular es la que predomina, no existiendo ningún ejemplar de planta circular o elíptica», como en el occidente de León. En cuanto a los materiales, como no podía ser de otra manera, «tienen su único origen en el entorno natural, que de modo abundante rodea a los habitantes de estos valles -”señala-”. También hay que tener en cuenta que el aislamiento obstaculizó durante siglos la influencia de nuevos elementos y tipologías constructivas». La madera preferida siempre fue el roble, «sobre todo en los elementos estructurales de la vivienda. Pero de madera de haya pueden ser también las horcas y la

que conforman los pilares esenciales, y de roble o haya las

o ramas que también con el nombre de

,

y

se colocan en la cubierta para entrelazar en ellas la paja de centeno».

Junto a la madera, la piedra constituye el otro elemento predominante, con los cantos rodados y el barro para levantar los muros de mampostería. «Para enmarcar las puertas y ventanas, y en los esquinales -”continúa González Matorra-”, se trabaja con sillares de piedra maciza, de formas más o menos geométricas». El tercer material indispensable es la paja de centeno: para separar el grano se majaba, actividad que consistía en golpear los

o haces de centeno «contra las tablas de un trillo, obteniendo así los haces de paja denominados cuelmos, que se emplean para conformar el tejado». Una agricultura pobre, de subsistencia, en la que se aprovechaban casi todas las laderas cercanas a los pueblos para cultivar el centeno, surtía a los constructores de este material, «reservándose antes de la trilla los cuelmos necesarios para realizar un nuevo tejado o reparar los ya existentes valiéndose de la

, herramienta de madera imprescindible para entrelazar la paja», recuerda Antonio González.

Vida y naturaleza, pues, unidas e íntimamente ligadas en este tipo de casas, como en todos los aspectos de aquella vida tradicional: «La interdependencia era total», advierte este estudioso de las cosas riañesas.

Y es que con el paso del tiempo y la adversa climatología, «las casas llegaban a confundirse con el paisaje. El color pardo verdoso de los tejados apenas destacaba en el entorno cromático del valle. La paja se iba cubriendo de un musgo que llegaba a tamizar prácticamente toda la superficie de los faldones», evoca.

Fases de construcción

Todos los vecinos arrimaban el hombro cuando había que elevar cualquier casa nueva: vecinos y parientes acarreaban la piedra en carros y

(apero de madera en forma de horquilla) y se trabajaba con azuela y hacha los troncos de los árboles, que previamente se habían cortado y bajado del monte por unas pendientes llamadas

.

El primer paso consistía en armar un

de madera. Así se denominaba el conjunto formado por las horcas u horcones de madera hincados en el suelo (no había cimientos, lo cual denota la gran antigüedad de este tipo de vivienda) y la cumbrera. Las horcas no son otra cosa que grandes pies derechos de roble o haya, con forma de horquilla en su extremo superior. Se colocaban tres en el eje longitudinal de la vivienda, uno en el centro y dos adosados a los muros hastiales, y, sobre ellos, en sentido horizontal, asentaban otra viga, a la que llaman

o cumbrera.

Siempre según el estudio de González Matorra, «la cumbrera no apoya directamente sobre los muros de mampostería, dada la inconsistencia de éstos, si bien existen ejemplares en los que sí lo hacen».

El castro de madera es el esqueleto básico para las sucesivas fases de edificación. Y así, en la segunda fase se levantaban los muros de mampostería, de caliza o pizarra sentada con mortero de barro, utilizando en las esquinas sillares con ligera labra. Los muros laterales solían ser de una altura aproximada de 2,5 metros, con ventanas extremadamente pequeñas, casi inexistentes.

Existen ejemplares que arriman pies derechos de madera (

), de trecho en trecho, a lo largo de estos muros laterales, y que se corresponden con otros interiores, que se unen sobre el muro en el que se asienta una gran viga (

) a lo largo de todo él, viga en la que también se apoyan los

de los paños inclinados de la cubiera.

Los muros hastiales (

) son más elevados, llegando hasta el límite marcado por la cumbrera o pontón.

Por regla general, en la aguja anterior o testero (

, en el habla de la zona), se disponía la fachada y el acceso para personas y animales, aunque en otros ejemplares la fachada y la puerta se sitúan en una de las

o muro lateral.

Además, en las fachadas se solía prolongar el alero del tejado para crear

bajo las que guardar el carro y otros aperos de labranza (se aprecia bien en la imagen de portada de este reportaje), así como fejes de hoja y leña para el invierno. Las puertas eran pequeñas y estaban enmarcadas por piedras toscamente labradas, con dintel de una sola pieza, y podían ser rectangulares o en forma de arco de medio punto, con dovelas de sillería. Trabajadas a base de tablones de roble o haya, de una o dos hojas, tienen en la mitad superior un ventanillo que en la zona llaman

. Para cerrar se usa la

, listón de madera que se levanta desde el exterior por medio de una correa que traspasa la puerta por un agujero.

Encima de la puerta lateral se abre el

, ventana de madera de una o dos hojas que da acceso al pajar (tenada), y por la que se metía la hierba y la paja; mientras que en el muro sobre la parte de la cocina situaban de igual manera otro ventanuco para posibilitar la entrada de luz y la salida de humo de dicha estancia.

En la tercera fase se construía la cubierta. Es siempre a dos aguas, con rápidas vertientes que faciliten la caída del agua y la nieve. Sobre el castro de madera se colocaban los

, vigas o

de haya o roble que se unen sobre la cumbrera y se apoyan en los

(pies derechos adosados a los muros laterales).

El encaje de los pares sobre la cumbrera es muy característico, reseña Antonio González, «puesto que de una forma peculiar se logra la máxima seguridad en el enganche: uno de los pares (

) se introduce en el otro previamente perforado, encajándose en el espigo; una vez atravesado, un pasante de madera hace casi imposible su separación.

Sobre los pares se construía un forjado en horizontal de ramas de haya (

o

) que sirven de base a los cuelmos. Una vez sujetas éstas a los pares por medio de

(ramas verdes muy flexibles, empleadas a modo de cuerdas), se efectuaba la última labor: techar. Un trabajo muy específico que realizaban los techadores. La paja de centeno, una vez majada, está lista para ser utilizada. Con los cuelmos y la techadera se van sobreponiendo y atando con las belortas sobre las ratas, comenzando por la parte baja para terminar sobre la cumbrera. Para asegurar la consistencia del entramado y resistir los vientos se colocaban las

(varas de haya), que, al igual que los pares, se ataban entrecruzadas sobre la cumbrera, en forma de cruz.

Toda una serie de técnicas de gran antigüedad que denotan la habilidad y espíritu práctico de nuestros anteriores, y cuyo conocimiento, apreciación y valoración son importantes para entender la evolución del arte arquitectónico no sólo en León o en España, sino a nivel mundial. A partir de esta próxima primavera, esas técnicas podrán observarse

en el Museo Etnográfico Montaña de Riaño.

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