Diario de León

Pilar Otero Carcedo

«Venían los amigos de mi padre a casa y decían: sólo cumplimos con nuestro deber». Francisco, guardia de asalto, fue encarcelado en Bilbao. Su hermano Cayo, maestro de Moral del Condado, hizo lo mismo: cumplir con su deber; pero fu

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León

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|||| « Eso que dicen algunos de que no deben abrirse viejas heridas, no es verdad. Porque a mí, si me traen los restos de mi tío, me ayudan a cerrarlas». Pilar se lamenta de que la memoria ya le falla un poco con los nombres pero no le falla en lo esencial: mantiene intacta la convicción de que la muerte de su tío, Cayo Otero Jalón, fusilado en el verano del 1936, fue, por encima de todo, una inmensa injusticia. Una más de esa cadena de muertes injustas nacidas, en un tiempo de desconfianzas y sospechas, del miedo y de la cobardía.

No va a ser fácil pero Pilar, nacida dos años antes de que asesinaran a su tío, ha cogido con valentía el testigo de los que le precedieron y seguirá luchando para reivindicar la memoria de un hombre inocente, bueno e inteligente. «Fíjese que yo no lo conocí pero lo tengo aquí metido; mi tío no se me olvida, se hablaba tanto de él en casa... ¡Cuánto daría por saber dónde están sus restos y que descansara por fin en el cementerio!».

Inocente, sí, porque no se puede matar a nadie por estar afiliado a la CNT. Bueno, porque, en su corta vida de 32 años no hizo otra cosa sino el bien en su puesto de maestro en Moral del Condado, muy cerca de su pueblo: Vegas del Condado. De Cayo Otero Jalón, maestro, queda apenas alguna fotografía y la memoria transmitida de los que le querían que ha desembocado finalmente en su sobrina Pilar, último eslabón, último testigo.

También quedan algunos datos que trazan algunas líneas de su breve biografía. Se incluyen en la estupenda página web de Vegas del Condado preparada por Ignacio Boixo y que es un friso de valor inapreciable lleno de fotos y datos alusivos a las gentes de Vegas. «Cayo Otero -se dice en esa página-, natural de Vegas del Condado, era maestro en Moral del Condado. Sus padres fallecieron de muerte natural, en el mimo día, hacia 1937. A los adultos analfabetos daba clases nocturnas. Gustaba de la caza. Era considerado muy trabajador e inteligente. A los alumnos les insistía en que memorizasen poesía. Tenía una pequeña biblioteca en la escuela y exigía a los niños que pidieran libros para su lectura. Comprobaba el estado del libro al devolverlo (bofetón al que no lo devolviera en buen estado) y preguntaba por su contenido. Era fama que sus alumnos salían con más luces que los demás. Detenido por los sublevados en Vegas del Condado, a principios de la Guerra Civil. Conducido esposado al cuartel de la Guardia Civil de Vegas. Trasladado al Hospital de San Marcos (actual Hostal) de León, que funcionó como cárcel. Sacado, asesinado y tirado en algún paraje de Villadangos, sin que sus restos hayan recibido todavía digna sepultura».

¿Villadangos? ¿Izagre? Tampoco es seguro donde se consumó la vesanía. Los datos son confusos y n o concluyente s. Difícil lo va a tener Pilar, que ahora tiene 75 años y que ha recurrido a la asociación Aerle, para que le ayuden a cumplir el íntimo deseo de los suyos: «mi padre está aquí enterrado y quisiera que también estuviera Cayo».

Vegas del Condado es el planeta de Pilar, allí están sus orígenes y allí gira su vida, pero nació en Bilbao. Es su otra historia. «Mi padre se metió guardia de asalto durante la República y le destinaron a Bilbao... y allí le pilló la guerra. él iba con los que llegaron hasta Santander con las tropas y allí se entregaron. A éstos les condenaron a seis años por «rebelión militar» (que luego dejarían en tres) pero a otros compañeros que se habían opuesto más directamente a las tropas sublevadas les metieron doce años». Pilar nació en 1934 en la capital vizcaína y entre sus primeros recuerdos está el de su padre en la cárcel: «Tendría unos cinco años y me quedó grabado ver a mi padre entre rejas, allí en La Reinaga, que ya no existe». Francisco, su padre, se pasó prácticamente toda la guerra en la cárcel ya que no salió hasta 1940 y quién sabe si eso fue precisamente lo que le permitió seguir con vida. Durante los años de presidio, la familia (Juana, la madre, y sus hijos Luis y Pilar) regresó a Vegas y Juana viajaba a Bilbao casi todas las semanas con comida para su marido. Alguna vez viajó también Pilar: «Yo decía que no quería ir a la escuela mientras no viniera mi padre... era muy pequeña pero ya me daba cuenta de lo que pasaba».

«Fíjese que, cuando era más joven, no pensaba tanto en estas cosas pero es precisamente ahora cuando pienso más en todo lo que pasaron mis padres. La guerra nos trastornó la vida. Mi madre tuvo que pasar mucho. Le llevaba la comida en el tren de Matallana casi todas las semanas y el resto de los días teníamos allí gente conocida que se la llevaba. Es que entonces había que llevarles la comida a los presos. Una vez le llevó hasta una colchoneta y con ella se montó al tren; ¡lo que pasaría esa mujer!. Y otra vez, de vuelta a León, tuvo que quedarse a dormir, creo que donde Casa Ponce, y le pararon unos guardias a ver qué llevaba en la maleta. Y traía hojas de laurel...».

La familia del padre de Pilar era numerosa: once hermanos y otros dos que murieron de muy pequeños. Tres de ellos estudiaron y el resto a trabajar. Cayo fue uno de los que hincaron codos junto con sus hermanos Godofredo y Gregorio, todos maestros y todos ya fallecidos.

Concluida la guerra acabó también la tortuosa etapa bilbaina («nos subastaron los muebles y todo lo que había en la casa») y todos intentaron rehacer su vida en Vegas del Condado. «En su momento, antes de comenzar la guerra y cuando era guardia de asalto, mi padre había pedido destino a León y se lo habían concedido pero mire usted cómo volvió; aún tuvo que estar un tiempo presentándose a la Guardia Civil».

Todo fue una vuelta a empezar, a levantar la casa y a volver la vista a los campos: fréjoles, garbanzos, trigo, menta, algunas vacas... «Me acuerdo que, poco después de la guerra, venía gente a casa con caballerías a comprar; dormían allí y se iban de madrugada».

A Pilar le resulta extraño que el periodista se haya interesado por sus recuerdos y le ruega discreción. Al fin y al cabo no se ve sino como una víctima más de la sinrazón que desvió absurdamente caminos bien trazados. A ella le hubiera gustado que en la memoria no hubieran tenido cabida esas calamidades; hubiera preferido quedarse con los recuerdos de la escuela de doña Rogelia, con la música de las tonadas de ronda que se cantaban en Vegas del Condado: « Esta noche la ronda/yo me la llevo/, si hay algún atrevido/que salga luego». Pero nadie, al menos nadie con la memoria despierta como Pilar, podrá borrar los años de la locura que acabaron con las coplas y las rondas y dieron paso a la desconfianza y a los miedos.

Ahora ya sin miedos, pero todavía como en voz baja, Pilar sólo quiere que la justicia llegue con un último regalo: que se encuentren los restos de su tío Cayo. Y que eso sea un bálsamo que cure definitivamente las herid as del alma.

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