Diario de León

Alipio Puente Díaz

«Ya éramos novios y no me dejaba ni besarle la mano... la mujer más honrada que hubo en Babia». La palabra más ajustada es devoción. Así habla Alipio Puente de la que fue su esposa. El viejo maestro, 92 años, abre su memoria un día

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|||| «La guerra... la guerra es el mayor castigo que puede caerle a un país». Y enseguida apostilla con una cierta dosis de ironía: «Yo le ayudé a Franco a ganarla». El caso es que Alipio no tuvo mala suerte. «Un amigo gallego consiguió meterme en el estado mayor de una división que estaba al mando de un general que se llamaba Saturnino González Badía y que creo que era de Huesca. Yo estaba de cabo furriel y me dedicaba a comprar los suministros. Y también tenía que censurar las cartas para que sólo se hablara de cosas familiares, nada de explicar que estábamos por aquí o por allá. Recuerdo que una vez sí estuve en una trinchera, quizá por Aragón, y el enemigo quedaba muy cerca y charlábamos unos con otros».

-”Y en Cospedal, ¿hubo mucho lío?

-”«No, en Cospedal mismo que yo recuerde no mataron a nadie durante la guerra. Pero, eso sí, cualquier denuncia por mal querer a una persona podía acabar plas...plas (y hace el gesto de una pistola con la mano). Allí en un pueblo cercano al mío, en La Majúa, daba clase un chico maravilloso que vivía con su madre. Al parecer había tenido un lío con una del pueblo y lo denunció a la Guardia Civil como -˜rojo-™. Pues al final lo trincaron y lo fusilaron, y era un santo el pobre. Y otro que había dado clases en verano a las hijas de Elías García Lorenzana, una bellísima persona pero que era de izquierdas el hombre, pues también lo mataron».

No ha sido fácil que Alipio regresase a aquellos días ya tan brumosos y lejanos. Da la impresión de que su sordera, como le ocurría a Goya y a otros sordos ilustres, es también un poco su coartada, una forma de abrir espacios al silencio y al olvido, como si ya nada pudiera decirse que no se haya dicho sobre aquella tragedia: «¡Ay la guerra! ¡Dios nos libre de una guerra civil!».

De Franco le ha quedado un recuerdo directo de cuando pasó por León: «Una vez coincidimos mi hijo pequeño y yo en la puerta de San Marcelo y allí estaba Franco en un coche descubierto con el alcalde que hubiese de aquella. Luego habló cuatro palabras desde el balcón de la Diputación, pero no era un orador... Eso sí, hay que reconocer que en esos 40 años nuestra montaña sí fue prosperando, no sé si es que fue porque el ganado valía más, el caso es que se fueron arreglando las casas, se compraron coches... La verdad es que si no es por el levantamiento de Franco yo creo que España habría caído en el comunismo ruso porque los del Gobierno de entonces estaban enamorados de Rusia».

En todo caso él prefiere hablar de su profesión de maestro, una vocación profunda que ha dado sentido a su vida y que, como no podía ser de otra forma, también partió de cuajo la guerra. De alguna forma Paulino, su padre, influyó en esa vocación: «Mi padre, aunque no era maestro era de los que eran a dar clases a aldeas asturianas que no tenían escuela nacional; como ellos estaban bien preparados iban a enseñar a aquellos niños: ¡qué buenos estudiantes dio siempre Babia!».

Hasta acabada la contienda no pudo empezar a ejercer después de completar los estudios en Granada donde dio clases a chicos analfabetos de Andalucía y Extremadura. Fue su fugaz bautismo como profesor pero luego vendrían, ya como maestro titular, Carrizal de Luna, Llamas de Laciana, Rabanal de Luna y, en su ultima a etapa el Colegio del Cid de León. «En Rabanal estuve 26 años... menuda despedida que me hicieron. De allí pasé ya al colegio del Cid donde estuve los últimos catorce años. Mucho me apreciaba la directora. Allí di clase a niños de 7 a 8 años, muy buenines e inteligentes; así trabaja cualquiera. Tenía un niño que todos los días tenía que despedirle con un beso en la frente, era de listo.... Es que para esta profesión hay que tener vocación y querer a los niños como lo que son: niños».

Él también fue niño y en un momento cierra los ojos y viaja por el túnel del tiempo de una larga y densa vida hasta llegar a Cospedal, patria babiana a la que debe la luz de la inteligencia, su esposa, la fe, una profunda fe, y la longevidad: «Entonces había muchos niños. Recuerdo que hubo un maestro que no hacía nada en clase; había montones de tejas y les decía a los chicos: ¡hala a saltar esas tejas!. Hizo una visita un inspector y lo largaron de allí y de aquella empezó a haber maestros como Dios manda. Fíjese, ahora los niños de Sena, San Emiliano y Cabrillanes van a un colegio nuevo en Huergas. Ahora hay pocos niños en Babia, yo ya no recuerdo cuándo hubo la última boda ni el último bautizo en mi pueblo».

Alipio mantiene, pese a sus 92 años, una caligrafía estupenda -«para algo he sido maestro»- y sigue enviando cartas al Diario, su periódico «de toda la vida». En la última fustiga con decisión, y desde su posición de creyente, la reciente reforma del aborto, algo que le subleva: «Es que eso es patrocinar el puticio de las jóvenes solteras. ¿Matar a un hijo? Pues primero no lo hagas. No podemos aceptar como buen prójimo a las mujeres que sacrifican, por medio del aborto voluntario, una criatura que llevan en su vientre. La medicina única para tal enfermedad es amar a Dios, bondad infinita, y pensar en el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo con su muerte en la Cruz por nosotros».

No hay medias tintas: «Soy profundamente creyente. Voy a misa de doce los domingos a la parroquia de San José, en San Mamés y no se ve ni un chico joven, ni uno. Y las chicas... pregonando el aborto».

Así se lo explicó Alipio a sus alumnos y así lo sigue defendiendo: «En la vida hay que pensar que hay un ser superior, que tenemos un alma con nosotros, invisible, cuyas facultades son la memoria, el entendimiento y la voluntad. Si nos abren el cráneo no se ven, pero existen, y al morir el cuerpo el alma será juzgada por Dios».

-”¿Y nunca tuvo dudas? Gente muy inteligente las ha tenido...

-”No. Existe Dios. Existe un ser superior creador de todo lo que existe. Que dude quien quiera dudar. La fe es una garantía para vivir como hay que vivir con el prójimo. La fe también se hereda con el ejemplo: mis padres rezaban el rosario en casa durante la cuaresma y yo les acompañaba».

Desde su atalaya, Alipio ha visto ya morir a su esposa Isabel, a uno de sus hijos y a sus hermanos salvo su hermana Pilar que aún resiste en el pueblo. El otro hijo siguió la estela de su madre y recientemente se jubiló como maestro en Málaga. Alipio vive solo y asegura que se las arregla bien: «Yo me preparo la comida y todo. Tuve una mujer que me enseñó todo; tan buena era, tan limpia, tan dispuesta, tan buena cocinera... y eso que era hija única pero estaba bien enseñada. Eso sí, ya te digo que cuando novios no me dejaba ni besarle la mano, las babianas eran así, aquello era otra cosa, mire aquí tengo grabada la fecha de la boda: 23 de junio de 1945».

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