Diario de León

Zumo: Pop planteado desde la más estricta libertad

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León

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|||| Si esto es un hobby, demuestra que lo serio no es lo contrario de aburrido. Puede que el mejor disco de pop actual independiente de León no se venda nunca y que lo sea este invento de la invisible banda local Zumo, que, fuera de catálogo, han fabricado «Taller de zumos», cinco temas, de composición y factura exquisita, exprimidos del talento de Luis Miguel Díez, Alejandro Cartujo, Helio Villa y Lolo Prieto, históricos donde los haya, y que poseen, entre otras, la virtud de haber encontrado un lugar común para su música. Y que, por otra parte, no tienen la más mínima intención de someterse a las reglas de la promoción, las servidumbres de la cesión de derechos ni intenciones, ni dejarse llevar por la ansiedad de subirse a un escenario a tocar para contarlo. Es decir: pop en estado puro, independencia hasta las últimas consecuencias y, lo más importante, buenas canciones. Enormes temas que, por ejemplo, en el caso de «Buzón de voz», que abre el artefacto musical, un single que en condiciones normales sonaría en cualquier radio, junto a otros cuatro inventos que encajarían a la perfección en las corrientes actuales del pop, con final largo incluido.

Como en un no fotos, no myspace, no youtube, no discográficas, ni siquiera creative commons, al menos hasta la fecha, Zumo camina por la senda de no ir más allá de su local. Pero no hay autocomplacencia, aunque habría que exigirles poner a prueba estas canciones. Porque el sismógrafo pop registra más actividad en el epicentro de este grupo, que en otros que, en apariencia e imagen, luchan por estar en la pomada.

Del árbol genealógico de Zumo se desprende que fueron Odessa, después Fundición Odessa, que diríase que coquetearon con el mainstream si no fuera porque los que coqueteaban, realmente, eran las disqueras. Que la travesía del desierto les pilló centrados en los asuntos propios de cada uno y que, sin traumas, un día se dijeron: tenemos local, instrumentos, ganas y canciones y una condición imborrable: ser músicos. Y, ahora, en el diablo tecnológico han encontrado su sitio para controlar desde la primera vibración al último acorde. Llámalo Pro Tools o lo que toque, pero en este «Taller de Zumos» hay analogía y buenos alimentos. Hay reminiscencias de sus músicas y ritmos, e influencias de generaciones posteriores que llenan los festivales de verano.

Y uno se imagina a Julio Ruiz en su Discogrande pinchando con sabia disección las canciones de Zumo avanzando la sorpresa del mejor disco de la mejor banda invisible de la escena leonesa. Un grupo a exprimir.

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