Diario de León

El León que nos gusta y les gusta

Cada comarca se afana en mejorar su imagen y buscar opciones de futuro, pero el primer peldaño pasa por ofrecer un aspecto general pulcro, ordenado y acorde con la tradición propia

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León

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|||| Se mesan los cabellos los representantes municipales de localidades situadas, por ejemplo, en la vertiente leonesa de Picos de Europa, o en los valles próximos a la sierra de Ancares, e incluso los de pueblos cercanos a Campos, lamentándose y preguntándose una y otra vez por qué hay más gente que acude a visitar, comer y pernoctar a poblaciones de regiones limítrofes y en cambio las de León, pese a contar en ocasiones con mayores recursos paisajísticos o de otro tipo, siempre adolecen de un menor número de visitantes.

Una de las respuestas pertinentes a este tipo de preguntas -”que venimos escuchando desde hace ya mucho tiempo-” está en que lo que el turista o el viajero, entendido en el sentido más amplio de la palabra, busca en estos momentos es un atractivo integral, completo, de los lugares que visita. Antes podía acudirse a un pueblo por su excelsa gastronomía, o por contar con un monumento puntual interesante, pero en la actualidad es más bien el «todo» lo que se persigue. En cambio, si el visitante acude a un lugar en el que, por muy gratificante que sea la cocina local, lo único que ve nada más llegar son uralitas en los tejados, plásticos y bloques de cemento en las paredes y los patios, y telares por todas partes, pues la impresión final será sin duda pobre y negativa.

Y al revés, si la riqueza arquitectónica del lugar es notable o por lo menos interesante, pero aparece sin alma, como abandonada por la gente, por las tradiciones, por el ganado, sin apenas vida, entonces tampoco agradará de la forma que buscamos.

La solución, a decir no ya sólo de los expertos, sino de cuantos conocen bien las localidades que están funcionando de manera excelente -”en lo relativo a turismo sostenible-”, en regiones que han de ser «espejos» para León, como Asturias, Galicia o Cantabria, pasa por una fusión de ambas situaciones. Es decir, en primer lugar, ofrecer un aspecto general pulcro y ordenado, que continúe de manera fiel el perfil arquitectónico que hemos heredado, y que son los rasgos que hacen únicos e irrepetibles a nuestros pueblos: casas de adobe, tapial y teja, con su portalón y su corredor interior, en las riberas y tierras llanas, rodeadas de huerto, prado, frutal y arbolón; viviendas montañesas de piedra y de teja, que luego se va sustituyendo por la pizarra a medida que nos desplazamos hacia el occidente, con el corredor exterior, casas «de patín» bercianas, airosas y cuajadas de flores; casonas arrieras maragatas, casas comerciantes de La Bañeza, con sus galerías acristaladas... y así en cada comarca, en cada valle y en cada aldea. Estas tipologías se pueden conseguir de dos maneras: bien rehabilitando de manera intensa, unas labores que por otro lado fomentan en gran medida el empleo local, o bien elevando nuevas edificaciones pero de acuerdo con los materiales, formas y colores tradicionales, y siempre, claro está, con todas las comodidades actuales en su interior.

He ahí, pues, la diferencia, lo que puede atraer, lo que puede seducir, lo que causa una grata impresión, no ya sólo al turista, fuente de ingresos y de orgullo social, sino también al propio ciudadano, que obtendrá una mejor calidad de vida al vivir en un espacio humanizado, en armonía con el medio natural, que socializa a los vecinos, y no en deshumanizados y fríos bloques llenos de rincones sombríos y casi siempre despersonalizados.

En cambio, las localidades o cabeceras de comarca que olviden su historia y su entorno están condenadas a una existencia gris, sin apenas nada que las diferencie de cientos de otras poblaciones hechas de pisos y hormigón. Cistierna, La Robla, Fabero, La Bañeza, Astorga y también León y Ponferrada abundan en zonas de este tipo.

Lo antiguo, en lo nuevo

Y es que la vivienda tradicional puede dar muchas ideas al arquitecto para elevar edificiones nuevos en áreas urbanas, semiurbanas o rurales pero incorporando diversos elementos de lo popular: las recreaciones del caserío vasco, de la casa cántabra o de la casería asturiana en el Norte, y la adaptación de lo mudéjar, de lo andalusí en el Sur, son buenos ejemplos de ese proceder. Sólo hay que echar un vistazo a prácticamente cualquier espacio rural europeo, y casi gasta urbano (Francia, Alemania, Inglaterra, y la misma Portugal, mucho más cuidadosa en este sentido que nosotros) para ver cómo no sólo las casas, siempre repletas de flores, pertenecen al estilo de cada región y de cada comarca, sino que cada iglesia, cada ermita, cada casa blasonada, cada puente, cada castillo y cada fortaleza están perfectamente cuidados, limpios, acondicionados y señalizados.

Pero, por otra parte, las acciones no deberían detenerse ahí, pues en tal caso se podría correr el riesgo de ofrecer una especie de «decorados», artificiales y sin alma, y no de pueblos vivos, habitados por personas. La población ha de mantenerse, y precisamente la prueba de que se mantiene es ese cuidado y esa limpieza. Las actividades tradicionales, por razones sociales, ecológicas y culturales, han de conservarse, y eso ayuda mucho a la buena impresión que se persigue obtener. Lo mismo que las fiestas, romerías, deportes tradicionales, que deben estar presentes. La razón de todo ello no es, pues, el agrado de los que puedan llegar a visitarnos, que también, sino sobre todo el bienestar, el sano orgullo y el razonable aprovechamiento de las oportunidades económicas de los habitantes de cada comarca.

Hay quienes dirán que en las zonas antes comentadas existe un apoyo firme y directo de sus respectivos gobiernos autonómicos, que el nivel de renta es generalmente mayor en aquellos lugares o que este tipo de acciones deberían hacerse únicamente en ámbitos turísticos o susceptibles de serlo; pero a todos ellos hay que responderles que cada día se ejecutan, por parte de ayuntamientos y empresas, obras con presupuestos astronómicos y que, en última instancia, todo depende de la voluntad de cada pueblo por hacer las cosas bien. Bien, de verdad.

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