Diario de León
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León

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|||| Lo que les cuento a continuación más parece una historia de intrigas y espías. Tenemos el detective, la víctima traicionada, la policía que llega tarde al lugar del crimen y... bueno como siempre, nos falta encontrar al sospechoso. Ya se sabe que no hay nada peor que la envidia y en cuanto algo triunfa, el pastel que al principio era de unos pocos, se acaba repartiendo entre muchos. En el vino, cuando una variedad de uva se ha reconocido como noble, es decir, como adecuada para hacer vinos de calidad, todos han querido tenerla. Esto ha hecho que, por ejemplo, el cabernet sauvignon procedente de Burdeos se plante en todo el mundo, empezando por España, y que la blanca chardonnay se haya convertido en una incansable viajera. Lo mismo que ha ocurrido con estas variedades francesas, pasó con el albariño hace ya bastantes años. El éxito de la albariño y su reconocimiento hizo que los australianos decidieran apostar por esta variedad y plantarla para fines comerciales. Hasta cincuenta y siete hectáreas hay registradas en esas tierras lejanas. Y esta extensión no corresponde a una simple prueba.

Sin embargo, una vez pasado todo el trabajo de plantación, cuidados, adaptación y elaboración, ahora que podían comenzar a saborear las mieles, resulta que la tal albariño que supuestamente les vendieron no es realmente albariño. Hace un mes aproximadamente la prestigiosa revista Decanter publicó la noticia, que cayó como una bomba entre los productores. Se lo pueden imaginar. Y esta misma semana el Csiro (Commonwealth Scientific and Industrial Research Organisation), un importante instituto de investigación del gobierno australiano, ha confirmado que puede ser cualquier cosa pero desde luego no es la codiciada variedad albariño. La liebre la levantó Jean-Michel Boursiquot, un ampelógrafo francés. Para que se hagan una idea un ampelógrafo viene a ser un identificador de viñas: es ver las hojas y el porte de la planta y decirte la variedad que es. Este señor, al visitar las supuestas plantaciones de albariño en un reciente viaje a Australia, les dijo a los incrédulos productores que aquello poco tenía que ver con lo que había en Galicia. Y ahora, un cotilleo: este hombre se distingue precisamente por sus chascos. Ya les hizo lo mismo a los chilenos hace algunos años. Los muy ingenuos pensaban que tenían la inimitable merlot plantada por doquier en sus fincas y sin embargo, resultó que realmente tenían la Carmenère. Una variedad que en Burdeos estaba prácticamente abandonada. Aunque también hay que señalar que en Chile supieron sacar partido de la situación y ahora se ha convertido en la uva nacional, a falta de otros países que la cultiven. El caso que el señor Boursiquot les ha aguado la fiesta a los australianos que se las prometían muy felices. La otra cara de la moneda, se lo imaginarán, son los gallegos, que se frotan las manos viendo como la competencia amenazante de un gigante en producción e imbatible en precios se aleja a paso rápido y con la cabeza gacha. Porque los resultados de los análisis de ADN confirman el ojo avizor del ampelógrafo y aún más, señalan que lo que les vendieron a los australianos es ni más ni menos que la savagnin. Esta es una variedad asociada a la región francesa de Jura y muy específicamente al llamado vin jaune que se elabora de forma similar al fino jerezano. En resumen, una uva más bien sosa, sin gracia.

Ahora las miradas se giran a los viveros que vendieron estos plantones y que engañaron a todo un país. Los viveristas ponen cara de a mi que me registren mientras los australianos van subiendo de tono sus amenazas. Ya digo: una novela de intriga en la que lo más divertido es el trabajo del ampelógrafo, para que nadie piense que se aburren, y en la que los gallegos suspiran aliviados. Al fin y al cabo el cielo de la fama no es muy grande y cuantos más entren en él, a menos tocan.

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