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León

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|||| El cartel promocional es una llamada de atención que reza: Cuidado. Han vuelto. Deicidas. Escueto, pero con la suficiente dosis de provocación, en la línea que acostumbraban a gastar cuando campaban a sus anchas por los escenarios españoles.

Fueron muchos, pero Deicidas eran dos: Felipe Zapico y José Luis Pajares, que cargaban a sus espaldas con un rock que rabiaba y que, cuando no era costumbre, les hacía asumir el reto escénico como momento excepcional.

Por aquellos tiempos, 1983, lo de subirse a un escenario con actitud arrogante no es que estuviera mal visto, pero no era lo habitual. Y ellos hacían ese trabajo.

Por otros lares, Jorge Ilegal, Jaime Urrutia, Loquillo, los mismísimos Siniestro Total o, más coetáneos con Deicidas, Los Enemigos, se sumaban a esa pose chulesca que se debe exigir a todo aquel que se suba a tocar como si la vida le fuera en ello.

Artisteaban, entonces, y convertían en un escenario verdadero cualquiera de las maltrechas tablas que había que pisar.

De vuelta son una incógnita. No por sus canciones, que ahí están, y queda demostrado que pasan la prueba del algodón del tiempo, sino por sus intenciones musicales de ahora, que está por ver, no sólo en qué fuentes beben, sino en qué territorios coinciden Pajares y Zapico.

Por todo, en su regreso habrá que llevarles la contraria y dejarse el cuidado en casa. Ir dispuestos a comprobar que en sus conciertos habrá alta energía eléctrica en manos de la compañía Deicidas. Punk-rock y, cronológicamente, sólo rock.

Reivindicaciones a la cara y, posteriormente, más maduros, como si fuera por carta.

Pero siempre con la intención de dejar claro que sólo se conforma quien quiere.

Al menos, por ahí iban los tiros de Deicidas. Y no parece que ahora, a estas alturas del partido, vayan a apuntar hacia otros objetivos. Los chicos malos del rock leonés, eso sí, serán ahora rockautores.

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