Diario de León
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León

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|||| Ya lo dice Raphael: ¡Qué sabe nadie! Y tiene razón. Una verdad como un templo. ¿Qué sabemos, por ejemplo, de lo que ha podido estar cociéndose en el hogar, ahora desbaratado, de Lydia Bosch mientras todos la imaginábamos viviendo en la casa perfecta, con el marido perfecto y la familia perfecta? ¿Acaso podíamos intuir que el idilio de cuento de hadas entre Mónica Pont y Javier Sagrera, otra pareja presuntamente ideal (de la muerte), degeneraría muy pronto en un devastador odio africano? ¿O alguien habría sido capaz de pronosticar que el aparentemente armonioso y unidísimo clan de los Morales terminaría enzarzado en terribles guerras intestinas a causa del vil metal?

No. Nada es lo que parece. Ni siquiera Lydia Bosch es Lydia Bosch... Al menos, en el comunicado que ha emitido su todavía marido, figura como Lydia Boquera de Buen. Del mismo modo que Junior, en su casa y a la hora de comer, se llama Antonio Morales.

A veces, entre el nombre que figura en el DNI y el artístico media un abismo tan grande como el que separa al personaje público del ser privado, doméstico. Lo que a menudo vemos de muchos famosos (normalmente lo que ellos nos permiten ver) no es sino la punta de un iceberg que cuando empieza a emerger del todo nos desconcierta.

Una madre desgarrada que denuncia a su marido por un delito de abuso contra una menor, un marido que niega esa acusación argumentando que todo se debe a desavenencias en la negociación del divorcio... Unos hijos que denuncian a su padre por hurtarles parte de la herencia sin importarles destapar con ello inversiones en paraísos fiscales... Truculentas tramas dignas de Tennessee Williams. Y, como tales, para aplaudir o patear será mejor esperar a que baje el telón.

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