Diario de León
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Los más radicales hablan de eliminar el tráfico en las ciudades, incluso de prohibir los relojes, pero no todo son utopías entre quienes proclaman las bondades del movimiento «slow», una filosofía de vida que, aunque pueda parecer ingenua, anima a levantar el pie del acelerador para vivir a la velocidad de un caracol.

Precisamente, un caracol es el logotipo elegido por las pequeñas ciudades -”no más de 50.000 habitantes-” y pueblos que pertenecen a la red internacional de Cittaslow. Así, de manera tan gráfica, quieren dar a conocer al mundo su apuesta por una forma de vida lenta, más racional, plena, sostenible y humana.

Entre el centenar largo de municipios lentos que conforman, de momento, dicha red internacional, siete son españoles: Pals, Begur y Palafrugell, en Girona; Bigastro, en Alicante; Rubielos de Mora, en Teruel; y Mungía y Lekeitio, en Vizcaya.

Carl Honoré, autor del libro «Elogio de la lentitud» (RBA), es uno de los teóricos de este movimiento mundial que promueve un ritmo sosegado hasta en las actividades más cotidianas del ser humano. Para este periodista canadiense con residencia en Londres, una vida rápida es una vida superficial, de ahí que la lentitud no tenga nada que ver, sostiene, con la ineficacia, sino con el equilibrio.

Ese ejército «silencioso» de personas amantes de lo lento a los que Honoré se refiere en su obra huyen del «aquí te pillo aquí te mato» en el sexo, reclaman una sanidad más humanizada, una educación que no fomente la competitividad y un ocio sin tanta televisión y más contacto con la naturaleza.

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