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León

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Otoño del 2008, un hombre maduro, pero de aspecto jovial, camina por las calles de Roma a una prudente distancia -”¿algún tipo de alergia a los metales?-” de una silla de ruedas ocupada por una anciana a la que parece unirle alguna suerte de parentesco. Verano del 2009, el mismo hombre maduro pasea por las calles de Biarritz agarrado a la cintura de una mujer estilizada y dinámica. ¿La primera era su madre y la segunda su novia? Solución al acertijo: No. Esas dos mujeres son la misma. Se llaman Cayetana de Alba.

Y el señor en cuestión, por supuesto, es Alfonso Díez Carabantes, el amigo especial de la duquesa, que ya por fin ejerce de novio, al menos en el plano estético. Porque si además de serlo hay que parecerlo, Alfonso y Cayetana, en esas fotos que estos días los muestran paseando por San Juan de Luz y alrededores, por fin parecen lo que se dice una pareja. La culpa la tiene esa especie de regreso al futuro (no abundaré más en las evidentes concomitancias entre la duquesa y Benjamin Button) que está viviendo Cayetana. Es precisamente esa mejoría física, esa cuasi resurrección que le ha provocado la famosa válvula recientemente implantada en su cerebro, lo que hace que el reportaje gráfico de este año parezca el del año pasado y viceversa; porque en el antes y después de una persona de más de ochenta años lo lógico sería que primero viniera el alegre paseo por Biarritz y más tarde, la silla de ruedas. Pero no. Ahí está Cayetana para demostrar que nunca hay que dar nada por perdido -”ni a nadie por sentado-”. Yo creo que ella se ha buscado un amor como seguro de vida. La ilusión produce longevidad, más aún que tener el riñón cubierto -”que también ayuda-”. Ignoro si esa válvula llevaba agua de Lourdes, pero ha obrado milagros.