Diario de León
Publicado por
Ruth de andrés
León

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enóloga

Siempre digo que la mayoría de las contraetiquetas son ilegibles. En pr imer lugar, porque la letra suele ser minúscula, lo que contribuye a dejarnos los ojos en la lectura y ni les cuento lo arduo de la tarea una vez acabada la botella. En segundo lugar, porque suelen estar escritas en un lenguaje tan pomposo y complicado que hay que leerlo varias veces antes de saber que quieren decir; y lo mismo que antes, el lenguaje se vuelve tanto más enrevesado cuanto más hemos bebido. Por eso, al final perdemos la costumbre de consultarlas y entonces, dejan de ser útiles.

Lógicamente, el productor quiere y necesita proclamar a cualquiera que tenga en su mano esa botella todas las virtudes de su vino. Al fin y al cabo, es el medio más directo que tiene para llegar a su potencial comprador. Y claro, todo no cabe en ese mínimo espacio. Así que a las menciones obligatorias, como el volumen, el grado alcohólico, el elaborador y no sé cuantas cosas más, se unen las características de la fermentación, el nombre de la uva, la añada, los detalles de la barrica, la región y hasta la parcela. No contentos con esto, hay quien nos sugiere una nota de cata y unos consejos de servicio.

Hay cosas completamente prescindibles. Por ejemplo, la nota de cata. A mi me parece una tomadura de pelo; en primer lugar por algo tan obvio como que nadie va a explicar sus defectos en la botella; en segundo lugar porque ellos no saben cuando se va a consumir ese vino. Los vinos evolucionan y, desgraciadamente, nadie sabe como. Así que la nota de cata que hicieron al embotellar o un par de meses después, no tiene nada que ver con lo que nos encontremos en la botella, dos meses, seis año o tres lustros después. Otra cosa, completamente irrelevante es el tema de las barricas. Ahora te explican de donde son, cuantos años las han usado, como es el tostado... en fin, toda una serie de detalles que más parece aquello un curso de ebanistería, pero que esencialmente no añaden nada nuevo.

Muchas veces lo peor de tanto texto y tanta concentración de información es el estilo. Hay quien piensa que cuanto más abigarrado y barroco, más caché le da a su vino. Haciendo esto, lo único que se consigue es que no pasemos de la primera línea y directamente nos concentremos en beberlo. Luego están las mentiras piadosas que se dan con más frecuencia en la etiquetas de los vinos baratillos. Sin sonrojarse te cuentan que la uva se selecciona a mano, racimo a racimo. Bueno, eso no hay quien se lo crea. Con lo cara que está la mano de obra. O que sólo usan barricas nuevas; serán nuevas de hace cinco a seis años porque de otro modo no salen las cuentas. O que la producción está limitada; en todo caso, limitada a todo lo que puedan vender.

La moda minimalista trajo un poco de respiro al papel atiborrado y encontramos ejemplos de etiquetas casi desnudas, pasando de un extremo a otro. Ahora, la tendencia es reducirlo al nombre del vino y poco más. Tampoco creo que se trate de eso. A mi me gusta saber algo sobre el vino que compro pero tampoco necesito detalles ridículos. A todos nos gusta un poco de literatura pero sin pasarse.

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