Diario de León

Cuando no es oro todo lo que reluce

Publicado por
Ruth de andrés
León

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enóloga

A nuestros oídos llegan a veces vinos que alcanzan precios astronómicos y en lugar de venderse en tiendas se subastan en casas de renombre como Sotheby-™s. Son vinos de coleccionista. Vinos que nunca se llegarán a beber, antiquísimos y muchos estropeadísimos; sin embargo, alcanzan esos valores mareantes en base a la antigüedad, el prestigio y, cómo no, a un cierto fetichismo por parte de los coleccionistas.

Sin embargo, el cambiazo se puede dar incluso a estos niveles y parece que algunas venerables botellas de vino son un fraude. El millonario americano y coleccionista compulsivo William I. Koch ya tenía la mosca detrás la oreja cuando hace unos años peinó de arriba a abajo su colección de vinos. Revisar 35.000 botellas lleva su tiempo, sobre todo porque muchas de ellas eran joyas históricas o al menos eso creía él. Tan enrabietado estaba con el resultado que demandó a todo el que se le puso por delante.

La más curiosa es la presentada contra el señor Roddenstock. Este coleccionista alemán descubrió una partida de botellas del siglo XVIII, halladas en un sótano tapiado de París y grabadas con las iniciales Th. J. que luego se dieron a conocer al mundo como las botellas de Thomas Jefferson, quien fuera presidente de los Estados Unidos. No dudarán que la asociación de esas letras con el señor Jefferson aumentó exponencialmente el precio del vino, ya de por sí alto. El caso es que Koch adquirió cuatro de ellas en 1988. El periplo de estas botellas es tan parecido a una novela de intriga que incluso inspiró una The Billionaire-™s Vinegar; The Mystery of the World-™s Most Expensive Bottle of Wine .

Tras pruebas de termoluminiscencia, carbono 14 y otros tratamientos científicos ningún laboratorio consiguió determinar su edad exacta. O al menos las edades no coincidían... imagino al millonario Koch arrugando la nariz. El empujón final a los tribunales se lo dio el descubrimiento de que el grabado de las iniciales Th. J, presuntamente correspondientes al presidente de los Estados Unidos, eran muy posteriores al siglo XVIII. Fue la gota que colmó el vaso. A esto hay que añadir el perfil poco claro del propio descubridor del tesoro que ahora más parece el pirata malo. Rodenstock es descrito como una suerte de Indiana Jones, un coleccionista incipiente y receloso. Su pasión desbordada por los vinos viejos va unida a su tremenda suerte para descubrirlos en los más variopintos lugares, que nunca desvela con exactitud. Igual que mantiene en secreto el número de botellas que encontró en aquel sótano parisino. Además es muy dado a organizar eventos fastuosos, no muy del gusto de los tradicionales coleccionistas, más discretos. También hay que contar con la opinión negativa de Monticello, el centro que alberga la fundación Thomas Jefferson y cuenta con detallada documentación sobre su figura. Blanco y en botella pensarán muchos; sin embargo hay quien se resiste a despertarse del bonito sueño y prefiere vivir con la ilusión de poseer una botella única. Y vivirá con ella toda la vida, porque abrirla y beberla sería un chasco, dado que lo más probable es que esté avinagrada. Lo gracioso es que para otros beberla es lo que realmente les ilusiona.

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