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CANTO RODADO

cobayas

navegaba el otoño por un mar en calma chicha, con el barco hundiéndose, hasta que se levantó el viento en madrid y propagó de nuevo el olor de la lucha

León

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Somos cobayas. En la dictadura y ahora. Para probar la vacuna de la polio y para experimentar el desmantelamiento del bienestar y del derecho. Mientras vocean que estamos tomando el camino de la recuperación nos propinan un castañazo de cuidado con la sentencia del Prestige.

Son unos hilillos, dijo Rajoy hace ya casi diez años, cuando el petróleo del Prestige cubrió el mar con un manto negro y pegajoso que se extendió desde la costa gallega hasta el norte de Francia. Y nada pasó. Nada pasa. Se ha demostrado que fue un error enviar el buque a alta mar. Pero no hay culpables. Ni responsables.

La marea negra se tapó con la marea blanca. Miles de ciudadanos se movilizaron para limpiar el chapapote y hubo uno que se forró con la venta de los monos blancos. Hay que fastidiarse y aguantar la cara de sorpresa de Feijoo ante la sentencia. El gallego quiere dinero, el maná, pero no justicia.

Las ratas

Dicen que las ratas son las primeras en abandonar el barco cuando se hunde. Y hace tiempo que vamos a la deriva porque quienes se pusieron al timón se largaron. Ahora se limitan a contemplar el hundimiento de nuestro barco.

Nos intentan convencer de que es normal, que no podemos esperar otra cosa, insisten. Mienten para hacernos creer que no queda otro remedio. Que nos hundimos por nuestro bien. Que la Comisión Europea haya desmentido por dos veces, vamos a por la tercera, al Gobierno español por no decir la verdad con las becas Erasmus es sólo un síntoma más de la miseria en la que nos quieren hundir.

Esta marea negra que nos envuelve con galipote político huele mal. Muy mal. Y le echan la culpa a los basureros de Madrid. Y quieren llevar al Ejército a limpiar las calles, mientras la infanta Cristina se va de rositas porque no se había enterado, ya no de que su marido se enriqueciera con dinero público gracias a su pertenecencia a la Casa Real, sino de que ella misma había firmado contratos y ella misma, con su marido y duque, se alquilaba a sí misma el palacio de Pedralbes.

Los barrenderos

No pasa nada. La marea negra, la que sufrimos ahora en tierra firme y en todos los rincones del país, se tapa con la marea blanca de la caridad. Y lo oficializan con programas basura de televisión. Se da la noticia del paro y no pasa nada. Se da la noticia de la mentira y no pasa nada. Se da la noticia del desmantelamiento humano de una empresa a la que se le adjudicó el servicio de recogida de basuras en Madrid con unas condiciones y no pasa nada. Parecemos inmunizados frente al escándalo, igual que frente a las catástrofes.

Cuando parecía que el otoño iba a seguir su camino de veranillos suaves y de calma chicha, reaparece el viento y echan a volar todas las hojas del parque, se comban los árboles y vuelan los sombreros de los señores de negro. Y de las señoras encopetadas. Y se propaga por todo el país el olor de la lucha. Los barrenderos de Madrid se rebelan. Y empieza a oler fatal la basura que esconde Ana Botella en las alfombras del consistorio, privatizados los servicios y los recursos humanos hundidos. Hay muchas luchas que se ganan y no se conocen. Interesan las derrotas.

Ayer me encontré con uno de estos campeones anónimos. Dos veces ha ganado la batalla contra el despotismo. Y las dos con ayuda de sus compañeros. Con tu quiero y mi puedo. Porque aún hay quien no espera a que llegue el Hayan de turno para poner en marcha la maquinaria de la solidaridad. La caridad es otra cosa.

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