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CON MOVILIDAD REDUCIDA (1)

miami

Sólo vamos a andar por el mundo durante un corto período de tiempo, por lo que, ya puestos, estaría bien conocer el lugar. (Annie Dillard)

Esnest Hemingway.

Publicado por
J. A. GONZÁLEZ (JOHNNY)
León

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Dicen que el Sur es el alma de Norteamérica. También dicen que fue el viento del Atlántico quien llevó gentes de todas las tierras conocidas y que al arribar, acuciados por esa inquietud de los vagabundos, construyeron en el Este las mayores ciudades del planeta y siguieron rumbo a otras fronteras. La llamada de los bosques, de las praderas o del oro los tuvo siempre en movimiento. En caballo, en tren o en coche buscaron los paraísos perdidos cuando ya no quedaron fronteras que conquistar. De hecho, es difícil encontrar a un estadounidense que no haya cambiado más de cuatro veces de casa, de ciudad o de Estado a lo largo de su vida.

Y hubo una época, al final de la Segunda Guerra Mundial, en que el coche y la carretera fueron una metáfora de la vida, del individualismo y de la libertad. Es la cultura del nomadismo y de las autopistas interminables, cuando el be bop atravesaba como un loco los Estados Unidos y los poetas escribían a su ritmo. Los coches destartalados que conducían eran nuevos personajes dotados de cualidades y pasiones casi humanas. Sirven para el amor, para el cortejo; para escapar de la rutina o del hambre; para empezar de nuevo o para morir.

Y en este turbión de ideas, sonidos y paisajes, a bordo de un coche, pegaremos el oído al run run de la calle para escuchar también el sonido y las vibraciones de la vida de otras épocas, recogidas en la literatura y en las canciones. Como dice Pérez Reverte, un viaje sin libros es un turismo analfabeto.

El antropólogo Malinowski comenta que los indígenas de la Micronesia navegaban entre las islas orientándose mediante una canción que se transmitían de padres a hijos y que les hacía evitar los escollos de los mares y el extravío en el océano. También Chatwin escribió que los aborígenes australianos desarrollaban las tareas anuales siguiendo los trazos de la canción. Nosotros seguiremos las huellas de la canción y allí donde haya surgido un músico o un escritor que cantara al aroma añejo de un lugar o de una gente, nos detendremos con los sentidos alerta, para paladear aquello que nos transmitieron en sus poemas o en sus canciones; o, tal vez, sus vidas nos enseñen más que cualquier enciclopedia.

El equipo es el mismo que recorrió los paisajes y ciudades del Oeste, Marta, Charly y yo mismo, ahora dispuestos a descubrir las esencias de las tierras orientales de Norteamérica. En realidad había prestado a Ylenia, la hija de Charly, unos libros de filosofía para preparar los exámenes y un día que me la encontré de paseo mi dijo: «allí está mi padre, en casa, concentrado en Nieztche y, seguramente, pensando en la condición humana, la libertad y el significado de la vida…». Me dejó apabullado e inmediatamente lo llamé por teléfono y, para sacarlo del marasmo de la reflexión, le hice una oferta imposible de rechazar: «¡Eh, compañero, cierra el libro que volvemos a la vida del nomadismo, de las autopistas interminables y la belleza de las gasolineras al anochecer! Te propongo un viaje alocado bebiendo menta poleo sin azúcar». Y aquí estamos.

Llegamos a Miami a las 4 de la tarde para iniciar un viaje circular que nos llevase por el Sur Profundo y Texas y, siguiendo el río Mississippi, alcanzar las grandes ciudades del Norte y el Este, para descender por los Apalaches y retornar de nuevo a Florida.

En esta parte de EEUU la policía está bastante histérica y tienen órdenes de descubrir cubanos o yihadistas a cualquier precio, de modo que tres horas más tarde de haber llegado seguíamos allí afanados en contestar sucintamente los interrogatorios, entre pruebas y consultas de la documentación.

La siguiente odisea tuvo lugar en la agencia de alquiler de coches. Nosotros habíamos contratado y pagado desde España un Cadillac o «similar» con las características apropiadas para un recorrido de este tipo: que fuera un sedán, que fuera auténticamente americano y que el tamaño permitiera recoger la silla de ruedas y el equipaje necesario para un viaje de casi dos meses; por así decirlo, sería preciso un coche con bodega y desván. De haber conocido la catadura moral de la agencia de alquiler, habríamos evitado pagar por adelantado, pues lo que te ofrecen no tiene nada que ver con lo que solicitaste: Cadillac no había. El coche «similar» del acuerdo era un Infiniti, la mitad de tamaño y, si buscas en Google, fabricado por Toyota. Así otros varios modelos que nos fueron mostrando (Acura, fabricado por Honda), hasta un momento, en que ya dispuestos a perder la cantidad abonada apareció un Chrysler que dejaba un cliente y nos apoderamos de él rebajando nuestras pretensiones, porque como decía mi abuelo: «Si no queda otro remedio, tendremos que arar con estos bueyes».

Fuera había caído la noche, pero el viento llevaba aromas de primavera. Dormimos en un motel de Florida City y a media mañana estábamos de camino a los Cayos, ese conjunto de islotes y manglares unidos en su día por ferrocarril, que partía de Miami y finalizaba en Cayo Hueso o Cayo West. Hoy el tren ya no circula, aunque permanecen algunos tramos de la vía y una pulida carretera une los cayos con el continente; a lo largo se arraciman residencias, pequeños pueblos o cabañas entre arenas y manglares; yates y barquichuelas son los vehículos más utilizados y nos recuerda a la película de Humphrey Bogart de título Cayo Largo, aunque su blanco y negro contrasta, en este día soleado, con los colores intensos del Caribe.

Cayo Largo es una pequeña isla cuajada de hoteles, residencias y bungalows dedicados, como el resto de Florida, al turismo. Los verdes, rojos y azules inyectan una suerte de energía que parece hacer la vida más ligera y alegre.

En un barco de fondo plano de cristal nos adentramos en el mar hasta la barrera de coral. Garzas y cormoranes se posan en los manglares y algunos pelícanos, desde su atalaya de madera, clavada en el fondo marino, vuelan planeando sobre el agua, en tanto los cormoranes se sumergen cual torpedos en busca del almuerzo.

La barrera de coral americana es la tercera en importancia después de la australiana y la del Océano Indico. Nos asomamos a ella estimulados por la voz de la guía que explica como el pez león, que agita sus banderolas entre los corales, no es autóctono de estas aguas en las que no tiene enemigos y no es reconocido por sus víctimas; si a esto agregamos que pone millones de huevos, entendemos por qué este pez se mueve presumido, sin miedo a nada y por qué le han declarado la guerra los encargados del Parque. Diminutos peces palpitan entre los jardines coralinos, ajenos al barco que los pasa por encima. Corales de colores variados, desde el escarlata al dorado parecen tesoros piratas desperdigados por el fondo marino. Rojas anémonas laten, mientras filtran aguas cargadas de los minúsculos alimentos que procesarán para la existencia. Esponjas tubo gigantes, abanicos de mar, coral de venado con sus ramas similares a una cornamenta y la vara de mar. Los pólipos del coral, sin embargo no pueden construir el arrecife por sí solos. En el interior de los tentáculos de cada pólipo hay millones de puntitos marrones y cada uno es una planta microscópica que transforma la luz solar en alimento y energía para los corales, así como los minerales del agua en piedra caliza, con la que construirán sus esqueletos.

Es uno de los sistemas vivos más importante del globo.

Cayo Hueso es la isla mayor y la más meridional a sólo 150 km de Cuba y a 240 del continente y debe su nombre a la gran cantidad de huesos que encontraron los colonizadores. Su pasado de piratas, tesoros escondidos, náufragos y contrabandistas han forjado su espíritu bohemio e indolente. E. Hemingway, sin embargo, dice que es el Saint Tropez de los pobres; opinión que no comparto.

En Cayo Hueso se dice que se sacudió Estados Unidos y todos los locos cayeron al fondo. Sus habitantes se dedicaron siempre al contrabando, al rescate de los barcos hundidos y un poco a la pesca. Esto supuso que a fines del siglo XIX la isla fuera la ciudad más rica de USA. El Fisher Maritime Heritage Museum muestra la vida de los piratas y de los rescatadores de tesoros. Se exhibe el tesoro del galeón español Atocha, cargado de barras de oro y plata, valorado en 300 millones de dólares.

Hemingway vivió aquí en la década de los 30, hasta 1940 que se traslada a la finca Vigía en Cuba. Cambia de mujer y de casa. La de Cayo Hueso, hoy museo, y llena de gatos de seis dedos fue un regalo de bodas cuando se casó con Pauline Pfeiffer, su segunda mujer. Y como no había playas en la isla mandó construir una piscina que costó cerca de 300.000 dólares, una cifra desorbitante para la época.

Con la primera esposa viaja a París de los años 20 donde coincidían con Gertrude Stein que acogía a los intelectuales americanos emigrados. En una ocasión su compañera Alice B. Toklas llevó el coche al taller y el mecánico buscó a su joven aprendiz para que le ayudase y, como no le encontraba, dijo: «Esta es una generación perdida». Desde entonces Gertrude Stein llamó a la de Hemingway la Generación Perdida que se mataba bebiendo. Más tarde Scott Fiztgeral llegó a decir «todos aquellos que empezaron a beber a los diecisiete u dieciocho años, hoy están tranquilos en sus tumbas».

Con su tercera mujer, Martha Gellhorn se aposentó en la Finca Vigía de Cuba. Se contaba que en su piscina se bañaba Ava Gardner desnuda y Hemingway permitía a los amigos mojar los pies en el agua que había acariciado a la Diosa.

En Cayo Hueso, en el mes de Julio, hay un concurso de dobles de Hemingway.

En el bar Sloppy Joe´s, donde Hemingway veía amanecer muchos días, tomamos unas cervezas artesanales mientras escuchábamos a un cantante de voz poderosa interpretar blues y folk. Este bar quedó inmortalizado en la novela Tener y no Tener como el Freddy´s Bar.

Poco tiempo después llegó Tennessee Williams que también compró una casa y pasaba aquí los veranos.

Robert Frost, el gran poeta americano pasó en Cayo Hueso dieciséis inviernos con algún verano, alternando sus estancias con Nueva Inglaterra o sus viajes por Europa. También su cottage se muestra con los muebles originales. Sus poemarios se vendían por miles y sus poesías eran aprendidas de memoria por los niños americanos como los versos de Machado en España. Consiguió cuatro premios Pulitzer. El reconocimiento era tal que fue invitado a la toma de posesión del presidente Kennedy.

Lo típico en Cayo Hueso, al atardecer, es ver la puesta de sol desde Mallory Square al borde del mar. El sol se pone entre el mar y un pequeño islote mientras una goleta de dos palos pasa lentamente. A esa hora cientos de personas esperan en las terrazas y miradores y los bares compiten por ofrecer el mejor lugar para contemplar el momento más hermoso del día.

El bulevar también se llena de músicos, volatineros, malabaristas, pintores,... Vi a un gaitero tocar una canción escocesa marcando los pasos mientras dos parejas de turistas cantaban la letra con una mano en el corazón, al borde de las lágrimas.

En tanto se escondía el sol, por el otro lado se levantaba la luna, primero rojiza y después como de nácar. Envueltos en esta luz blanca regresamos al continente tratando de guardar en la retina este mundo hedonista y de los sentidos y recitando mentalmente los versos de Frost:

«Ahora me voy afuera caminando.

El desierto de mundos y mis zapatos y mis medias no me molestan.

Dejo atrás buenos amigos en la ciudad.

Déjalos que beban bastante vino y luego se acuesten.

No se creen que me voy».

Más de un tercio de la superficie de Florida es agua. Sus lagos, pantanos y ríos se distribuyen por toda la península, si bien algunas zonas entre Orlando y los Everglades han sido drenadas consiguiendo miles de hectáreas de tierra fértil, donde vemos al pasar plantaciones de cítricos, patatales, verduras de huerta y al norte bananas.

Cuando en el siglo XVI desembarcó en estos andurriales Ponce de León, venía buscando la Fuente de la Edad, dicen que contra su impotencia. Igual sucede hoy día. Todos los estadounidenses en edad provecta terminan viniendo a Florida. Hay que decir que Ponce de León era un personaje ecuánime, su perro, terror de los indios, cobraba la misma soldada que cualquiera de sus hombres.

Al este de nuestro alojamiento, Florida City, se extienden los Everglades, ese humedal inmenso del sur de la Península. De mañana cogemos la carretera del Parque 9336 entre praderas de hierba de media altura que se mece con la brisa. De cuando en cuando se descubren delgados ríos de agua, lo que llamaban los indígenas «ríos de hierba».

En el Centro de Visitantes tomamos los senderos enmaderados adentrándonos en el Parque con una fuerte humedad en el ambiente, pero como estamos en abril, estación seca, aún sin mosquitos. Los caimanes son los reyes de estos riachuelos enfangados, pero también hay mapaches que deben andar por aquí calculando las pisadas y algunas garcetas que buscan su pitanza entre el herbazal. Es cierto que no hay mosquitos, pero el calor aprieta de firme y el sobrepeso de la pareja Marta/Johnny no permite grandes alardes. Y la hamburguesa crea adicción.

No conseguimos ver las famosas serpientes venenosas de los Everglades, ni la serpiente de coral que a veces nada entre dos aguas. En una charca cercana un grupo de flamencos filtran el agua con sus picos rojos.

Recorremos un bosque autóctono con robles y grandes cipreses de pantano. En un terrario aledaño han creado una reserva, con caimanes negros del Mississippi, buitres negros, guacamayos brasileños,…

La tarde la dedicamos a Miami. Primero a la playa South Beach a coger color noble en estas playas de fina arena blanca. Estaba yo en una hamaca cuando pasó una vigilante con un buga de grandes ruedas y me ofreció una silla acuática para minusválidos (disables). El agua es cálida y de color verdiazul.

Al sureste de Miami se levanta Coral Gables, un barrio estilo español mediterráneo promovido por George Merrick que recibió una medalla de Alfonso XIII. Las calles tienen nombres españoles: Salamanca, Sevilla, Granada….El Ayuntamiento es de estilo renacentista y el hotel Biltmore, el preferido de Al Capone y los Duques de Windsor , es una réplica de la Giralda de Sevilla. De todos modos lo más bello es la piscina Veneciana (Venetian Pool), construida en una antigua cantera de coral. Es pública y contiene cascadas, cuevas, y está atravesada por algún puente estilo Venecia con sus postes característicos y enmarcada por dos torres de estuco rojo de coral y galerías cubiertas de pampanos de vides. Es la piscina más bella del mundo.

El nombre de Ponce de León se descubre en todas partes: pueblos, calles, tiendas, edificios y me doy cuenta que los españoles más famosos de Miami son Ponce de León, nosotros y los Café Quijano

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