CANTO RODADO
orgullo
para educar a un niño hace falta toda la tribu y en el colegio ponce de león lo han puesto en práctica con su proyecto de mejora ‘civilizarte’
Terminamos un ciclo con orgullo. Nueve más seis. Quince años. En la escuela pública. En un barrio de León. Orgullo de maestras y maestros. Veri, Marcela, Elisa, Aurora, Rita, Roberto, Antonio, Javier, Carmen... Ana, Manuel, Vicente, Berciano, Amando, Óscar, Mariano, Pilar... Orgullo de proyectos y de procesos. De participación. De ampas y luchas.
De cuando madres y padres, niños y niñas, hicimos piña parando el tráfico para exigir unos accesos dignos a una escuela incrustada entre las piscinas públicas y el campus universitario. De cuando impedimos que una antena de telefonía móvil se erigiera a las puertas del colegio La Palomera.
Un huerto escolar, los cine fórum y lecturas poéticas del Día de la Mujer y aquella obra de teatro Una feliz catástrofe, en la que los ratones nos dan una lección de igualdad con el intercambio de roles tradicionales entre hombres y mujeres. Con Yolanda al frente.
Dice un proverbio africano que para educar a un niño o a una niña hace falta toda la tribu. Y esta gran verdad, que no aparece en ninguna ley, es la única garantía de que la educación tenga éxito. O sea, que ayude a formar personas y no simple mano de obra para que la máquina del sistema funcione.
Una tribu educadora
L a escuela, que hasta los pueblos más humildes de León pagaban con orgullo ansiando el progreso para sus jóvenes, tiene mucho que enseñar a una sociedad. Por eso conviene que sus puertas estén abiertas. Que fluya la corriente de dentro para fuera y de fuera para dentro.
En el colegio público Ponce de León, en el corazón histórico del barrio de Santa Marina, se ha creado una tribu. Alumnado, profesorado y familias levantaron en los pasillos del colegio Civilizarte. Un museo escolar que va desde las pinturas rupestres culminando con el románico y el Panteón de los Reyes de San Isidoro como pieza señera.
Sin dinero
Sin dinero extra y con mucha imaginación, a base de reciclar cartones, tetra bricks y con una caja de témperas por aula, recrearon cuevas y dólmenes, el antiguo Egipto, Grecia y Roma, las civilizaciones precolombinas de América y el románico. Mientras construian, aprendían. Como colofón, al finalizar el curso mostraron la obra a la comunidad educativa. Fueron guías por un día en Civilizarte.
El Ponce ha dado una lección de aprendizaje por la experiencia, cooperación y sostenibilidad. Es para sentir orgullo, sano orgullo, sobre todo en unos tiempos en los que la escuela pública ha pagado el precio de los recortes económicos y del pensamiento.
Hay que izar las banderas del orgullo por esta escuela, que aún conserva cocina propia libre de gusanos y tornillos, donde los escolares pueden adivinar el menú del día por el olfato. Izar la bandera por muchas otras que navegan a pesar de Wert, ese señor que ha trabajado para la OCDE y que será premiado con una bonita puerta giratoria.
Izar banderas
Hay que izar las banderas del orgullo LGTB que los alcaldes del PP de esta ciudad, Silván también, quieren guardar en el armario. Mal empieza a gobernar para toda la ciudadanía sin dar una señal de tolerancia y elegancia permitiendo que la bandera del arco íris, la que representa la lucha por los derechos y la tolerancia de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales, ondee en la plaza de San Marcelo.
El prejuicio se impone al orgullo. La discriminación a la civilización. que debe sentir una sociedad que se anticipó a lo que hoy en Estados Unidos se normaliza. El matrimonio entre personas del mismo sexo que España estrenó hace diez años. Sin duda, Pedro Zerolo hoy sonríe. A pesar de Silván.