La revolución de los cuidados
La presidenta del Colegio de Trabajo Social de León, Angélica Cosmen, reflexiona sobre el impacto de género de los cuidados y la necesidad de la corresponsabilidad entre hombres, mujeres y Estado
Mujer, 52 años, con estudios primarios y sin ocupación remunerada es el perfil predominante de las personas que realizan los cuidados de España. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 85% de los cuidados viene de parte de una mujer, por lo que «debería denominarse más bien perfil de cuidadora», señala Angélica Cosmen, presidenta del Colegio de Trabajo Social en León.
Son mujeres entre los 45 y 64 años de edad y que vive en el mismo hogar que la persona cuidada. De hecho, el 78.9% de cuidadores viven con esa persona y eso suele implicar un parentesco familiar directo. «La familia, y en especial las mujeres, siguen siendo el pilar principal del cuidado de personas dependientes», subraya Cosmen.
«Estas cuidadoras responden a la última generación de mujeres no activas en el mercado laboral», aunque se notan cambios en la tendencia «dándose cada vez más casos de cuidadores masculinos», añade. Ocuparse de una persona dependiente supone jornadas largas, en las que se trabaja tanto mañana, tarde como noche. De hecho, prácticamente la mitad de personas dependientes y ancianas son atendidas durante ocho horas diarias o más.
«Convertirse en cuidador supone un impacto emocional fuerte, pero además éste en muchos casos se olvida de su propio bienestar por satisfacer las necesidades de la otra persona y acaba cayendo en lo que se llama ‘síndrome del cuidador quemado’», advierte la experta.
Las proyecciones población del INE (2023-2040) señalan que en 2040 podría haber más de 14,2 millones de personas mayores, 27,4% del total de una población que alcanzaría unos 52 millones de habitantes. Supondrá la llegada a la vejez de la generación del baby boom y, por tanto, un aumento de las necesidades de cuidados.
Angélica Cosmen explica que «todas las personas necesitamos cuidados, siempre, aunque la necesidad y las formas de resolverla cambian a lo largo del ciclo vital y en función de una serie de condicionantes fisiológicos, de salud y sociales», si bien la capacidad de autocuidado está presente en diversas etapas de la vida. «En otros momentos o circunstancias, necesitamos apoyo para algunas de esas tareas o para todas. Es aquí cuando comenzamos a hablar de situaciones de dependencia», indica.
La paradoja del cuidado es que «ha sido prestado sobre todo por las mujeres. Esa condición necesaria para que la vida ajena fuera digna es precisamente la que las ha situado en una posición de subordinación y de discriminación», reflexiona.
Para superar esta desigualdad, «es preciso universalizar el cuidado, que significa hacerlo accesible a todas las personas, y corresponsabilizarlo, es decir, que exista una responsabilidad solidaria entre las personas, mujeres y hombres, las familias, organizaciones, empresas y las instituciones del Estado».
En este sentido, la responsable del Colegio de Trabajo Social de León incide en que «los cuidados no solo sostienen la vida sino también el sistema social y económico, con gran impacto en el bienestar de las personas cuidadas y cuidadoras.
A través de los cuidados los hogares cierran el ciclo económico (adquieren, transforman y mantienen los bienes y servicios de mercado, generan bienes y servicios adicionales y cubren la dimensión emocional del bienestar), entendiendo por tal la regeneración constante de la vida misma. Igualmente, reabren el ciclo económico al proporcionar una renovada fuerza de trabajo, en el marco de un sistema que requiere personas libres de cuidados, con todas sus necesidades de reproducción resueltas y sin ninguna responsabilidad de cuidados que condicione su presencia en el mercado laboral y el ámbito público. Los trabajos de cuidados remunerados han sido también mayoritariamente desempeñados por las mujeres, en condiciones de precariedad y sumamente inestables.
«El trabajo de las personas/mujeres cuidadoras debe valorarse y por tanto, revalorizarse, y ello debe ir de la mano de un proceso de revalorización del cuidado como cambio de paradigma social y político», advierte la presidenta del Colegio de Trabajo Social de León.
«Las mujeres no pueden seguir siendo el sostén del Estado de bienestar a costa de las limitaciones del ejercicio de sus derechos», recalca Cosmen. Cuidar es una tendencia innata y al mismo tiempo un imperativo moral, ya que «si bien es cierto que la motivación de cuidar surge de la condición humana, de su carácter relacional, por el que no puede sernos indiferente lo que acontece a nuestros semejantes, dicha tendencia no satisface un reparto justo y equitativo de los cuidados», abunda Angélica Cosmen, quien citando a Victoria Camps señala que esta cuestión ética no puede recaer solo sobre una parte de la humanidad.