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«El TDAH en niños no se diagnostica hasta que dan problemas o suspenden»

Xabier Pensado, psicólogo especializado en TDAHDL

Ponferrada

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Se estima que entre el 5% y el 7% de la población infantil tiene trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y el porcentaje se reduce hasta entre un 2% y un 5% en la población adulta. «Esto no implica que muchos adultos se hayan ‘curado’», asegura el psicólogo especializado en TDAH Xabier Pensado, que recuerda que «un trastorno del neurodesarrollo es una forma de nacer, nos acompaña de por vida, pero el adulto aprende a camuflarlo o compensarlo». Para resolver esta y otras dudas, Pensado ofreció una conferencia en Ponferrada y ha conversado con Diario de León. Habla sin tapujos, de forma sencilla y directa, de un trastorno del que él mismo fue diagnosticado cuando tenía 30 años. Ahora tiene 39. Su discurso rompe mitos y su experiencia personal es el mejor aval para abordar cada caso.

—¿Qué es el TDAH? Tal vez la pregunta pueda resultar absurda, pero sigue habiendo un gran desconocimiento.

—Si nos ponemos técnicos, el TDAH o trastorno por déficit de atención e hiperactividad es un trastorno del neurodesarrollo, con lo que nos acompaña desde los primeros años de vida hasta la muerte. Pero dicho así creo que la gente se queda igual que si no le dijese nada. Lo que suelo decirles a mis pacientes es que es un tipo de cerebro concreto dentro de la especie, con una configuración menos generalizada, pero con su propia razón de ser evolutiva, como la diferencia que casi todos conocen entre una hormiga obrera y una hormiga soldado.

—¿Cuáles son las señales que indican que un niño/niña puede tener TDAH?

—Las más frecuentes son, por ejemplo el desorden, la procrastinación, la hipercinestesia (esos niños tan movidos) o el no prestar atención a nada que no les interese. Pero de nuevo, solo diciendo esto no te digo nada. Para poder diferenciar ese tipo de cosas entre la población estándar y la TDAH, hay que fijarse en esas frases de padres y profesores que suelen indicar una intensidad o una frecuencia inusuales. Frases como: «No importa que se lo digas mil veces» y «aunque le castigues no cambia» o de los propios niños, como «es que, aunque quiero atender no soy capaz». Por desgracia, los niños que llegan a consulta son, casi siempre, los que se han metido en problemas por ser demasiado rebeldes o porque han suspendido muchas asignaturas.

—¿Suelen confundirse esas señales con otras causas?

—Las frases célebres que retrasan un diagnóstico durante años o directamente lo impiden son: «Es por inmadurez», «será que tiene altas capacidades», «es la adolescencia», «son las maquinitas» y, mi menos favorita, «es que no le pones suficientes límites en casa». La gente no suele buscar el TDAH de la misma forma que nosotros no buscamos 56 tipos de color blanco como harán los esquimales, simplemente no tienen ese archivo en el repertorio, por lo que atribuyen las causas a lo que conocen, manejan o a sus creencias previas preferidas. Respecto al enmascaramiento, la estrella indiscutible es la ansiedad. Los TDAH ‘buenos y estudiosos’ suelen estar tirando de su ansiedad para alcanzar las exigencias del entorno. Cierto es que algunos lo tienen más fácil que otros, ya que las altas capacidades a menudo también ayudan a camuflar los déficits, especialmente en entornos que no sean exigentes con cuestiones como el orden por ejemplo.

—¿Con qué se confunden?

—Se confunden, sobre todo, con actos voluntarios. A los 30 años me diagnosticaron TDAH, antes de eso yo tenía otra amplia gama de ‘etiquetas diagnósticas’ más de andar por casa como vago, pasota, pesado, dejado, desconsiderado, incordio y un largo etcétera. Es decir, con cualquier cosa que se te ocurra haciendo alusión a los criterios diagnósticos que en realidad son propios del TDAH, pero en lugar de entendiéndolo como una configuración de cerebro que no entiendes y no manejas, como algo que haces aposta porque no quieres esforzarte más o no te importan los demás o las consecuencias de tus actos.

—A qué edades suelen darse los diagnósticos?

—Actualmente, haría dos diferencias claras. En niños, cuando suspenden o dan problemas. En adultos, cuando diagnostican a sus hijos o ven un vídeo en redes sociales que les hace pensar en sí mismos.

—¿Qué porcentaje de personas llega a la edad adulta sin un diagnóstico?

—De mi generación se habrán diagnosticado aproximadamente un 1,2% de los TDAH. Del resto, el 99% de no diagnosticados aún sigue sin diagnóstico. Cualquier persona mayor de unos 25 años, si piensa en su infancia, no existen las siglas TDAH. Por suerte, en la actualidad se escucha lo suficiente como para que algunos incluso lo acusen de moda. Ojalá yo hubiese seguido la moda de diagnosticarme de TDAH a los 17, en lugar de vestirme con ropa hip-hop que me quedaba bastante mal. Me habría ahorrado bastantes problemas y, sobre todo, mucho tiempo.

—¿Cómo se aborda el TDAH con una persona adulta o que ha alcanzado ya la mayoría de edad? ¿Es diferente a la intervención con niños?

—El abordaje tiene dos columnas principales, la psicoeducación en el trastorno y la farmacología. La diferencia principal entre niños y adultos es que cuando se trata de niños, esa psicoeducación la deben recibir sobre todo sus padres. Al final del trayecto, el TDAH y su entorno deben ser expertos en el trastorno. Respecto a la medicación, la diferencia es quién toma la decisión, pero el medidor sobre si vale la pena tomar medicación o no, es el mismo, el sufrimiento. Si se sufre más sin medicación que con ella, adelante.

—¿Hay un componente genético?

—Vaya si se hereda. El TDAH tiene una heredabilidad de entre el 70% y el 80%. Cuando me traen un niño a evaluar, siempre busco al resto de TDAH de la tribu entre padres, hermanos, tíos, primos y abuelos. Otros factores muy a tener en cuenta, pero de carácter más ambiental son, por ejemplo, el bajo peso al nacer, ser prematuro, el consumo de tabaco o alcohol por parte de la madre durante el embarazo, sufrimiento fetal o hipoxia, la edad de la madre durante el embarazo, niveles elevados de estrés… Son bastantes cosas a tener en cuenta, pero estadísticamente hablando, casi siempre vas a tener delante al TDAH que viene de familia.

—Existe rechazo o negación por parte de la familia en los primeros momentos?

—Todo cambio de paradigma suele encontrar resistencia. Después de siglos de ‘mano dura’ como estilo parental dominante, todo intento de encontrar otra explicación a las conductas se tiende a considerar como buscar una excusa para las mismas. Es habitual que los familiares, solo por explicarles que no todo lo que hace la persona con TDAH es voluntario, me pregunten «¿Pero entonces le dejamos que haga lo que le dé la gana?», lo cual obviamente no es el objetivo, si acaso lograr conductas más adaptativas sin sufrir la criminalización de la sintomatología por el camino.

—¿Y por parte de los profesionales (psicólogos y psiquiatras)? Con este último me refiero a si puede ser habitual que niños, a priori ‘problemáticos’, no sean diagnosticados de TDAH y sí de problemas conductuales u otros que al final no son.

Te encuentras un poco de todo. Están los que todo lo que desconocen lo investigan por seguir actualizándose, los que ven la novedad como una amenaza a sus valores, creencias o criterio o, directamente, los que optan por ignorar la evidencia científica y prefieren tirar por la conspiración de las farmacológicas inventándose trastornos. A estos últimos en particular, les recuerdo mis 39 años haciendo todo exactamente como se espera en un TDAH, sin ninguna compañía farmacológica sacando provecho alguno.

—¿Cuáles son las principales dificultades para el diagnóstico?

«Lo eficaz para mejorar la vida de un TDAH son la psicoeducación, el control externo y la medicación»

—La normalización de la sintomatología por parte de familiares que también la padecen o la atribuyen a otras razones más de andar por casa, el enmascaramiento de los síntomas con la ansiedad o el desconocimiento por parte del entorno profesional. Me he dado cuenta, con los años, de un ejemplo muy ridículo a la hora de evaluar el TDAH. Muchos profesionales omiten una aclaración muy importante de cara a realmente saber si se cumple o no la sintomatología, añadir antes de preguntar: «Omitan los ejemplos referidos a cuestiones que al sujeto le parezcan importantes, urgentes o le gusten mucho». El TDAH es eficaz con activación alta e ineficaz con activación baja, es decir, un adulto puede ser muy ordenado en el trabajo, aunque tenga TDAH, y un niño puede pasarse horas concentrado con la videoconsola, ya que esas situaciones son intensas para sus sistemas nerviosos. No será lo mismo a la hora de recoger un calcetín del suelo en casa.

—¿Una persona con TDAH es una persona enferma?

—Una enfermedad es algo que te daña, digamos que puedes localizar el origen, como pueda ser por ejemplo una bacteria o un virus. La T de trastorno se refiere a una desadaptación al medio, es decir, el TDAH en el entorno adecuado no sufre en absoluto, mientras que a una persona enferma, por ejemplo de cáncer, le estará afectando tanto aquí como en Marte. En Marte, el TDAH se lo estaría pasando pipa y probablemente siendo muy eficaz debido a la sensación de aventura.

—¿Cuáles son los tratamientos posibles? ¿Son eficaces?

—Las tres cosas más eficaces para mejorar la vida de un TDAH son, claramente, la psicoeducación en el trastorno, el control externo bien ejercido y la medicación. La psicoeducación ayuda al sujeto y al entorno a reducir el sufrimiento innecesario y al entenderse mejor, además de aceptarse a sí mismo y ser más aceptado por los suyos, compensará mejor los déficits. Un buen control externo es alguien que te echa una mano sin generar culpabilización ni criminalización, como mis compañeros del trabajo que no paran de recordarme cosas que me olvido o con las que me despisto. También se refiere a control externo cosas como una APP o aparato electrónico que te sirve como muleta para lo que peor se nos da a los TDAH. Menciono específicamente lo de electrónico y no hablo de agendas y notitas por que normalmente eso no solo no nos funciona, si no que son una tortura. Respecto a la medicación, es fácil ver cómo puede ser beneficiosa porque, literalmente, reduce todos los síntomas de forma muy rápida. Entiendo que es un tema polémico, yo mismo tardé unos siete años en empezar a medicarme tras mi diagnóstico, pero en muchos casos es una herramienta extraordinaria.

—¿Qué factores ayudan a una persona con TDAH?

—Aquí voy a salirme del TDAH y voy a generalizar. El factor absoluto para cualquier niño o adulto que más determina su éxito o fracaso, su salud mental o la felicidad es el vínculo interpersonal, primero a nivel familiar y luego con referentes, iguales o parejas. La medida en la que un cerebro cualquiera se sienta digno de ser amado incondicionalmente, tan solo por existir, determinará su autoestima y será esta la que determinará enormemente todo lo demás, ya sea en lo académico, el consumo de drogas, el hacer o no deporte. Influye en todo. De ahí que en TDAH lo primero que hacemos es psicoeducar al sujeto y también a su entorno, para aumentar la aceptación de la persona y que ese incremento en su autoestima, lubrique la máquina para lo demás.

—¿Cuáles (factores) les perjudican?

—La frase de «el fin justifica los medios». Los padres y otros adultos involucrados en las vidas de las personas llevan siglos estropeando el vínculo familiar porque ‘el fin’ justificaba los medios. El problema es que dicho fin consistía en lograr que el niño en cuestión se lavase los dientes, hiciese la cama, hablase con respeto a los mayores y aprendiese matemáticas. El fin último debería haber sido proteger el vínculo familiar, pero normalmente no nos explican los enormes beneficios que esto conlleva. Además, a los TDAH esa lista de ‘fines’ se nos da especialmente mal, por lo que el daño emocional que acumulamos en el proceso es significativo.

«Cuando me traen un niño a evaluar, busco al resto de TDAH de la tribu entre padres, tíos, hermanos abuelos»