Diario de León

Reportaje | Marco Romero

Parados en el Camino

Los desempleados españoles y extranjeros abundan entre los primeros peregrinos del Año Santo que atraviesan León estos días, adelantándose a la masificación que auguran las cifras históricas de enero

Singular fachada del bar-tienda-restaurante y hospedería de la variante entre Calzada y Mansilla

Singular fachada del bar-tienda-restaurante y hospedería de la variante entre Calzada y Mansilla

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

José Antonio de la Iglesia es la persona que consiguió a las ocho de la mañana del 1 de enero la primera compostela del Año Jacobeo. Es de Santillana del Mar, tiene 58 años y se ha quedado sin trabajo. «¿A esta edad quién te va a coger?», se pregunta. «Así que decidí hacer 15 veces seguidas el Camino de Santiago». Empezó el 8 de mayo y ayer por la tarde llegaba a Astoga en su decimocuarto viaje. En la bicicleta lleva todas las credenciales y sellos recogidos a lo largo de estos meses y unos pocos objetos personales. «Quince veces como pudieron haber sido veinte», se le pregunta. A lo que contesta: «Quince veces porque hice una promesa para todo el mundo, hasta para vosotros». Por eso pide paz entre las personas y que se acaban las hambrunas y la soledad de los mayores. «Yo es que soy muy cristiano», sostiene.

Ayer se inauguraba en Roncesvalles el Año Santo, algo ajeno a los caminantes. «Hacer el Camino, incluso desorienta. A veces tienes que pensar mucho en qué día estás», confiesa Sebastián, un joven de Tossa de Mar (Gerona). La mente trabaja, pero descansa. «Son curas de humildad». Salió solo de su punto de partida, pero por el Camino ha ido dejando y encontrando nuevos amigos, como Álvaro, que le acompaña en el tramo de Mansilla. Allí han quedado con un grupo de ocho a diez peregrinos para comprar cecina y embutido y comer juntos. «Es algo que hemos hecho estos días», afirma este joven funcionario tarragonense sin olvidar que, en el fondo, la mayor parte de los que se lanzan a hacer el Camino de Santiago tienen motivos más trascendentales. «Todos tenemos el punto en común de querer encontrar algo», le replica su compañero de ruta, con el que se viene quejando de las pocas chicas que realizan el viaje durante esta época.

Alicia, de Murcia, es una de ellas. Tomó la decisión de «enfocar la vida de nuevo». Se ha quedado en el paro y asegura con rotundidad: «En casa me hubiera comido las paredes». Viaja sola, pero fuerte y decidida y probablemente pensando en lo que se encontrará a la vuelta del viaje, uno de los grandes miedos confesados por muchos peregrinos.

En el grupo que va entrando y saliendo Alicia, dependiendo del paso de cada uno, también estaban una joven coreana, contable en paro, y un joven norteamericano, economista en situación provisional de desempleo. La primera tuvo que regresar a su país por problemas personales. «Todos la acompañamos al apeadero y se fue con muchísima pena», recuerda Alberto, funcionario de Toledo y otro de los peregrinos que se ha decidido a hacer el Camino en pleno invierno. «Si no has pensado en el barro, la nieve y la lluvia es que no has pensado realmente en hacer el Camino de Santiago», espeta el gerundense.

«Razones espirituales y tiempo para pensar». Eso es lo que busca Alberto. «Tengo un trabajo muy estresante y no te da tiempo a replantearte la vida, así que decidí echarme al Camino». Para lo que sí está teniendo tiempo estos días es para comprobar la calidad de las pocas hospederías y albergues que se encuentran abiertos en esta época del año. «Hay días que he dormido a nueve grados, y a eso no hay derecho».

Cerrado porque no hay negocio. Como no hay negocio, la mayor parte de los establecimientos que hacen caja a costa del peregrino no se abren. Y los que sí, cuentan con unos medios tan precarios que en ocasiones no son capaces de ofrecer un servicio aceptable. «A lo largo del Camino hay mucho pis pas », afirma Sinín, propietario de una de las hospederías más singulares de toda la Ruta Jacobea. «No miento si digo que en seis años han pasado por aquí un millón de personas», asegura mientras se apresura a mostrar el sello con el que estampa las credenciales en este bar-restaurante de Reliegos. «Yo no me quiero ganar el cielo, pero todo el mundo se va de aquí con abrazos y saludos». No en vano, las paredes de su bar están plagadas de mensajes escritos con rotulador y de fotografías y cartas que le han enviado los peregrinos. «Todo el mundo, en cuanto deja de ganar dinero, pecha. En esta época sólo quedamos lo que nos gusta el Camino».

«Todo esto se ha convertido en un negocio», opina uno de los jóvenes catalanes: «Se ven las dos cosas. Por un lado, mucha gente que lleva albergues está rebotada porque nadie les apoya y sólo, según ellos, se plantan árboles. Por otro, en muchos sitios he tenido la sensación de ser un estorbo en esta época». «El peregrino no exige, sólo agradece, pero es que dormir sin calefacción», añade su compañero al relatar lo que debió de ser una noche inolvidable.

De México llega Yelaviú, que encuentra a los vecinos de los pueblos del Camino «muy, muy hospitalarios». Hizo una promesa sobre la salud hace algo más de cinco años y parece que éste ha sido el mejor momento para cumplirla. Sólo ha viajado a España para llegar hasta Santiago de Compostela y conseguir la carta del Jubileo. Bromea con algunos de los peregrinos que ya la conocen de los reiterados encuentros que van teniendo a lo largo de los días. «Aprendo a vivir y también algo de español». «Por eso hay que decir que no se coge el autobús, sino que se toma», explica entre risas una peregrina que la adelanta unos pasos [ el verbo coger en México significa practicar sexo ]. «Tampoco se puede decir cachondeo porque es malo», añade [ en México se utiliza esta palabra para referise a los preliminares sexuales ].

Los libros de viajes, convertidos en auténticos superventas en Corea del Sur, son hoy por hoy la mejor promoción de la Ruta Jacobea. Pero parece que Choi Hyun Ju y Kim Dong Han tienen su propio objetivo: «Encontrar la inspiración». Están a punto de entrar en la ciudad bimilenaria de Astorga y, como cualquier otro peregrino, preguntan cómo llegar al albergue a una hora en la que la temperatura se empieza a acercar a los cero grados.

A esas horas, los únicos que pasean por las cuidadas sendas que discurren paralelas a la nacional 120 son los mayores de los pueblos. Francisco Pérez Vaca bien podría bautizarse como el butanero del Camino de Santiago porque hasta que se jubiló fue el encargado de distribuir bombonas desde el Páramo hasta Rabanal del Camino. «Los peregrinos han dado la vida a pueblos como Foncebadón, hace años totalmente desiertos», señala. Es de Estébanez de la Calzada, como Ángel Panero Castrillo. Pasea con una cacha al hombro y una garrafa y dice que, de tanto ir y venir por este tramo, ya habría llegado a Santiago de Compostela de sumar los kilómetros recorridos.

Con tiempo, como viajan Antonio Calvo y Adrián Villanueva, de 21 y 22 años, respectivamente. El alicantino y el madrileño, además de por razones espirituales, se buscan a sí mismos, como prácticamente todos los 1.149 peregrinos que ya han conseguido la compostela este año, un 65% más de los que llegaron a Santiago en el anterior Año Santo (2004) y el cuádruple de los registrados en el penúltimo (1999). El resto busca trabajo.

tracking