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León

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Opinión | miguel ángel zamora

Dominador genial de la oratoria, cofrade de la Hermandad del Trabajo Perpetuo y prodigio personificado del orden y la memoria, José Luis Concepción dejó ayer en Burgos (o en Segovia) el baúl de virtudes que lo adornan y se desplazó a León sólo con la humildad en la maleta.

Quizá sea por eso que la más importante de sus intervenciones en la provincia de León, la de su condecoración como nuevo miembro de la Orden de San Raimundo de Peñafort, se quedó corta en palabras «porque hoy es un día de discursos concisos, no abundantes» y obligó a escudriñar en sus sentimientos para encontrar señuelos del seny que aún conserva de su etapa catalana, en la que además de currículum forjó un matrimonio. Fue de hecho Dolors la única que estuvo a punto de arrancarle una lágrima furtiva.

«Mis palabras sólo pueden ser de agradecimiento. A quien quiso imponerme la medalla (Carlos Dívar), a quien ha hecho un discurso desde el cariño y no desde la justicia (María Ángeles Alegre), a quienes han pasado muchas horas organizando el acto (Audiencia Provincial de León), a mis amigos presidentes de los tribunales y a todos los jueces de Castilla y León».

«Todo lo que hoy confluye aquí da legitimidad a un presidente para resarcirse de los sinsabores diarios y anima a continuar haciendo del TSJCyL una referencia en toda España». En el que era su gran día, no hubo espacio para la autocomplacencia.

Sólo le falta ser leonés...

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