La presidencia española de la UE llega a su ecuador con poco protagonismo
Los socialistas lamentan la falta de liderazgo de Zapatero en la respuesta europea frente a la crisis mientras el papel principal en las cumbres lo asume Van Rompuy
«Deberíamos tener más iniciativa». Es la queja de los socialistas, desencantados con la descafeinada Presidencia española de la Unión Europea. Con medio semestre ya consumido, el Gobierno no sólo no ha podido sacar adelante ni uno sólo de sus objetivos, sino que ha visto cómo su papel se difuminaba cada vez más hasta resultar casi imperceptible.
La que iba a ser «la cita más importante de los próximos años para nuestra política exterior», en palabras del secretario de Estado para la Unión Europea, Diego López Garrido, se ha disuelto como un azucarillo En la agenda internacional de José Luis Rodríguez Zapatero hay multitud de tachones. No viajará a Rusia, ni a Canadá ni a Japón, porque, en contra de lo que había previsto, será el presidente permanente, el belga Herman Van Rompuy, quien presida las cumbres bilaterales que la UE celebra este semestre con esos países.
Lo que queda. Tras el plantón de Barack Obama, quedan dos acontecimientos en los que España actuará como anfitriona: la reunión con los países de América Latina y el encuentro de los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión por el Mediterráneo, que hace aguas. Oficialmente, el Gobierno mantiene que trabaja con la hipótesis de celebrar «una buena cumbre», pero no niega que las calamitosas perspectivas de un nuevo proceso de paz en Oriente Próximo amenazan con frustrar sus deseos.
De la ilusión con la que Zapatero realizó su primera gira por la zona, el pasado octubre, al tono de la entrevista que esta semana mantuvo en La Moncloa con el ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, hay un abismo.
Tampoco se ha logrado el protagonismo predicho en debate económico. Y ese es el principal lamento en el PSOE. El Gobierno había vaticinado que la presidencia permitiría a España «influir de manera decisiva en el devenir de la sociedad internacional más compleja y globalizada que ha conocido la humanidad» y que desempeñaría «un papel decisivo en el desarrollo de la estrategia europea contra la crisis económica y financiera». Ahora, en las propias bancadas socialistas del Parlamento europeo, entornan una sonrisa burlona al recordar estas palabras.
Sólo en un terreno el PSOE saca pecho. El Gobierno, dicen, supo reaccionar frente al terremoto de Haití y logró que su labor, a través de la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, se visualizara. No ha ocurrido lo mismo con la defensa de los derechos humanos, que constaba como una de las prioridades oficiales del mandato español.
Al margen de la tardía reacción del jefe del Ejecutivo a la muerte del disidente cubano en huelga de hambre Orlando Zapata, tampoco ha habido grandes acciones específicas en esta materia.