Reportaje | pilar infiesta
Panaderos «sin fronteras»
Los repartidores de pan constituyen la única novedad del día en muchos pueblos de la provincia con escasos habitantes. Siguen en la brecha, aunque el consumo casero ha caído más de un 70%
¿Quién no ha soñado con hundir los dedos en la miga de una hogaza, con saciar el gusanillo pellizcando un buen currusco o con respirar el aroma cálido de las panaderías? El pan, ese alimento universal, que ha estado presente en conquistas y revoluciones, sigue llegando a los lugares más recónditos de la provincia y a pueblos de apenas dos habitantes gracias a repartidores como Jesús Fernández, conocido en el entorno de Luna por vender los productos de la panadería Luciano de La Magdalena.
La despoblación está tambaleando los cimientos del negocio, porque «de cuatro partes en los pueblos se han perdido tres», recuerda. Por eso, su trabajo ha adquirido una dimensión social y, a veces, humanitaria para los escasos habitantes de algunas localidades. De hecho, en los días más fríos e inhóspitos del invierno, el claxón de su furgoneta constituye la única novedad de la jornada y la tabla de salvación para preparar unas gachas o unas sopas de pan. «Este invierno sólo fallé un día», asegura orgulloso, a pesar de las grandes nevadas y de las tortuosas carreteras que debe recorrer.
Después de 25 años, sabe a qué vecino le duele la cadera, quién necesita cháchara o noticias. Ha constatado la Soledad con mayúsculas que rodea a muchos ancianos e incluso las necesidades que pasan algunos habitantes de la montaña por falta de medios para desplazarse al centro neurálgico de tiendas, bancos y farmacias de La Magdalena. «Conocí a gente que repartía comida, pero ahora, con el bajón que han dado los pueblos, no es rentable y sólo se acerca un furgón de congelados y pescado de vez en cuando», explica.
Al echar la vista atrás, le viene a la memoria su primer encargo como repartidor de pan: llevar los bollos de la fiesta de San Roque a la iglesia de Canales para ser bendecidos. Tenía 33 años y llenaba los pulmones con el olor cálido de las masas, «algo que ya no percibo», admite.
En sus tres rutas semanales, de cuarenta kilómetros de media, atiende lunes y jueves a los vecinos de Garaño, Barrios, Mallo, Mora, y Vega de los Caballeros. Los martes y viernes se desplaza a la zona de Canales, Quintanilla, Bobia, Benllera, Carrocera y Santiago de las Villas. Y los miércoles y sábados, a Rioseco de Tapia, Santibáñez, Sorríos (donde quedan dos vecinos que demandan una hogaza y un gallego), Santa María de Ordás, Callejo y Adrados.
«Hace 25 años, la furgoneta iba repleta, las hogazas de canto en el piso del furgón y las barras por encima hasta ocupar todo el espacio. Hoy, lo que despacho se carga en diez minutos en cestas de plástico frente a la hora y media que tardaba en los tiempos de bonanza», indica.
En sus repartos diarios entrega cuarenta barras de media en los pueblos, 25 panes de kilo, 35 gallegos, algún «bollín de ración» y tan sólo una hogaza de dos kilos, además de pastas, magdalenas, bizcochos, mazapanes, empanadas de chorizo y tocino y de atún. «Cómo ha cambiado la vida en los pueblos, antes, se vaciaba la furgoneta sólo en el trayecto del Barrio de Abajo al de Arriba de Canales y se entregaban gran cantidad de hogazas de dos kilos, porque las familias eran numerosas. El consumo casero ha caído más de un 70% y nos salvan los restaurantes», explica.
Para los vecinos, Jesús se ha convertido en alguien de la familia. Reconocen que «hace una labor muy importante», y exclaman que «si nos falla él también, a ver qué vamos a hacer hasta sin pan y sin visitas». Entre los clientes de más edad destaca Segundo, de 91 años, que reside en Mallo, donde quedan ocho vecinos, y Primitivo Morán, de 86 años, que recuerda su esplendor cuando era pastor de 2.000 ovejas en Barrios de Luna. Con la sinceridad que dan los años, valora el pan que trae el repartidor, «porque si no, ¿cómo íbamos a hacernos las sopas de pan?».