Perfil | ADAYA GONZÁLEZ
El juez juzgado
No conoce aún un tribunal desde el banquillo de los acusados, pero Garzón, sabe lo que es enfrentarse al juicio de los demás: las grandes causas en la Audiencia Nacional le han convertido en una «estrella» tan admirada como vilipendiada.
Segundo de cinco hermanos, hijo de un empleado de gasolinera y descendiente, por parte de madre, de una familia de agricultores, Baltasar Garzón Real nació en Torres (Jaén) el 26 de octubre de 1955 y, tras estudiar en los seminarios de Baeza y de Jaén, se decantó por el Derecho y se licenció en la Universidad de Sevilla en 1979. Dos años después ingresó a la primera en la carrera judicial con el número once de su promoción y tuvo su primer destino en Valverde del Camino (Huelva), para pasar luego por un juzgado de Almería y ejercer como inspector del Consejo General del Poder Judicial en Andalucía hasta que, en enero de 1988, dio el salto definitivo al Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional.
En 1993, Garzón dio uno de esos giros que han marcado de forma determinante su biografía y entró en política, concurriendo como número dos por Madrid en la lista del PSOE a las elecciones generales que encabezó Felipe González. La decisión no dejó de sorprender, porque el Gobierno socialista se había negado a facilitarle información sobre los fondos reservados mientras instruía el caso GAL y Garzón no había dudado en calificar de «aberración política» la Ley Corcuera.
Garzón justificó su marcha en la «actitud pasiva» de Felipe González respecto a la corrupción, pero no faltaron quienes sugirieron que fue consecuencia de no haber sido designado ministro del Interior.
El 18 de mayo de 1994, Garzón volvía a la Audiencia Nacional y retomaba el sumario de los GAL, una investigación que cuatro años después condujo a la condena y el ingreso en prisión de, entre otros, el ex ministro del Interior José Barrionuevo y el ex secretario de Estado para la Seguridad Rafael Vera.
Para entonces, era el juez más conocido de España, pero su fama se hizo internacional cuando, en octubre de 1998, ordenó la detención en Londres del dictador chileno Augusto Pinochet. La noticia dio la vuelta al mundo y le creó una fama por la que recibió la invitación de la Universidad de Nueva York para dar unos cursos por los que también está imputado.
Los casos del Gürtel y del franquismo lo situaron en la «picota» social y judicial.