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Mosteirós, consumido entre la angustia

Los siete vecinos de la aldea donde brotó el fuego no pierden de vista el monte

Uno de los vecinos de Mosteirós sofoca los últimos rescoldos de fuego cerca de su casa.

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León

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Estaban terminando de comer, cuando vieron el humo desde la ventana del salón. La familia Santín Fernández todavía temblaba al explicar cómo se había percatado del fuego, de pronto, cuando las llamas estaban a punto de alcanzar su modesta vivienda.

El municipio de Barjas, en medio de las montañas del Bierzo Oeste, se despertó ayer pensando que la catástrofe ya había terminado. Sin embargo, durante la noche, los focos se reavivaron en una zona especialmente complicada para los servicios de extinción, debido a su escarpada orografía.

En el pueblo de Barjas, los vecinos miraban atentos a los helicópteros, que recogían agua en Busmayor y la descargaban sobre las montañas. Estaban bastante tranquilos, aunque temen que otro fuego pueda devastar el pueblo. «Fíjate en mi casa», cuenta Basi García, «la maleza casi se mete por las ventanas». Y esa es la denuncia de todos: mayor prevención por parte de la Junta de Castilla y León y dinero para desbrozar y cuidar la zona en el invierno, poblada sobre todo por personas mayores. También lo pide el alcalde, Alfredo de Arriba, que piensa que son excesivas las inversiones en extinción y nulas aquellas que se destinan a prevenir posibles catástrofes. «Aquí estamos abandonados de la mano de dios», comenta, sin perder de vista la montaña, desde su despacho en el Ayuntamiento.

Sin embargo, lo peor no fue para los vecinos de Barjas, sino para los siete de Mosteirós, el pueblo donde se inició el incendio el pasado domingo. Severino Santín enseñaba a los periodistas el lugar exacto donde prendió la maleza, a escasos metros de su casa, cerca de un cobertizo de otro de los vecinos. Él estaba junto a su mujer y sus hijos cuando vieron el humo y, pocos minutos después, las llamas llegaban casi hasta su casa. Como podían, subían por las escarpadas laderas a intentar sofocar con calderos el fuego, que se extendía peligrosamente. Cuando apareció la Guardia Civil y los primeros medios de extinción, el viento había cambiado de dirección y extendía las llamas ladera arriba, hacia las montañas de Oencia y Corullón. Aún ayer, con las manos temblorosas, apagaban los focos que todavía humeaban entre las rocas.

En la aldea nadie sabe o dice nada sobre el posible autor del incendio, que se presupone intencionado. «Yo todavía no vi que el fuego se hiciera solo», cuenta una de las vecinas, llena de intranquilidad por un fuego que ayer todavía ardía.