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Segunda marcha negra | Las familias contra las cuerdas

«Vergüenza le debería dar al que no nos está pagando»

Comienza el reparto de alimentos entre 44 familias mineras

El ayudante minero del pozo Calderón Carlos Andrés Díez, con su esposa Estefanía y su hija Claudia.

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carlos Fidalgo | ponferrada
Ponferrada

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Lo dice una de las mujeres que esperan junto a otras esposas de mineros a que los voluntarios de la Cruz Roja y el Ayuntamiento de Villablino digan su nombre para que pueda llevarse una caja con alimentos de primera necesidad. «A mí no me da vergüenza venir aquí. Vergüenza le debería dar al que no nos está pagando». La presencia de un fotógrafo incomoda a algunas de las 35 familias del valle de Laciana -"nueve en el Bierzo Alto-" que desde las cinco y media de la tarde están llegando a las puertas de la sede de la organización asistencial en Villablino para recoger un paquete de comida procedente del Banco de Alimentos del Sil. No les gusta que la gente pueda reconocer sus caras en el periódico, con la caja de cartón en las manos donde los voluntarios han colocado dos kilos de arroz y uno de lentejas, un paquete de harina, uno de garbanzos, alubias, pasta, una botella de aceite, azúcar, café, seis litros de leche, Cola Cao y galletas. Con eso deberán tirar hasta el siguiente reparto, en diez o quince días. Quizá antes.

A Carlos Andrés Díez, ayudante minero de 37 años en el pozo Calderón de Villablino, tampoco le da vergüenza salir en el periódico. Sale con su nombre y apellidos. Y no tiene inconveniente en enseñar su casa -"un piso de alquiler de 90 metros cuadrados-" ni en reconocer que el sueldo de 1.400 euros que cobra(ba) en el grupo Alonso, ochocientos dedicados al pago de tres letras y al arrendamiento, no le permite ahorrar. Dos meses sin cobrar le están poniendo contra las cuerdas, a pesar de la ayuda de sus suegros y una hermana. «Vivimos al día», dice unas horas antes del reparto, en el salón de su piso, un tercero sin ascensor.

Su mujer está embarazada de cinco meses. Su tercer hijo nacerá en Navidad y todavía no saben si será niño o niña. Completan la familia Carlos, de un año de edad, y Claudia, de dos años y medio, que dibuja garabatos en el cuaderno del periodista y balbucea que las dos coletas que le ha hecho su madre, Estefanía, son sólo suyas.

«He llegado a pensar que tendría que marcharme de Villablino», está contando su padre, que fue encofrador antes de meterse en la mina, hace cuatro años. «Lo estoy viendo muy negro. Nunca he pasado hambre», continúa.

Con dos hijos pequeños y uno más en camino, no le puede dar vergüenza, piensa, acudir a la Cruz Roja a recoger comida. Y como está de baja por accidente y no puede cargar peso -"es la mutua la que no le ingresa la nómina-" acudirá al reparto con un familiar que le lleve la caja. «Nosotros trabajamos lo nuestro y queremos lo nuestro. No robamos a nadie, ni tenemos que ir pidiendo limosna», concluye. Y Claudia, vestida con una camiseta rosa de Yellow Kitty, no se está quieta en los brazos de su madre, en el estrecho salón comedor de un tercero sin ascensor. Quiere dibujar.